En el mundo, Colombia es cocaína y otras cosas más. No importa cuántas cartas indignadas de funcionarios se publiquen rechazando la asociación, cuántas campañas publicitarias resalten nuestra biodiversidad y “el calor de nuestra gente”, no hay James, Shakira o Maluma que hasta hoy haya logrado desbancar a Pablo Escobar.
Por eso es hora de asumirlo. En Colombia ha habido coca y habrá cocaína hasta que haya gente en el mundo que quiera aspirarla. No es posible un país libre de coca. Bajo ese evidente pero aún revolucionario postulado, fue radicado un nuevo proyecto de ley por los senadores Iván Marulanda y Feliciando Valencia, el primero en proponer un marco para regular la hoja de coca y sus derivados, incluyendo la cocaína. El proyecto, firmado por otros 21 congresistas de los partidos de oposición, Cambio Radical y el Partido Liberal, marca un hito importante en el lento pero constante camino de liberalización de las políticas de drogas en el mundo. Y lo hace dejando el moralismo vergonzante de un país que no resiste su reflejo en el espejo de la realidad.
Colombia produce alrededor del 70 % de la cocaína del mundo hace décadas. Pero incluso mucho antes de esto la relación de Colombia con la coca era notable. No conozco otra cultura precolombina que haya dedicado símbolos tan ostentosos como el poporo quimbaya a la misma hoja que siglos después, con gente distinta y un proceso químico mucho más elaborado, sigue siendo un símbolo ahora polvoriento de la misma tierra.
Si bien el puesto es merecido, las razones y los efectos que tiene sobre nuestro país esconden una enorme injusticia. El mercado que demanda cocaína en el mundo, concentrado en países ricos, ha cambiado muy poco en los últimos diez años. Según la ONU, en el 2019 eran 18,1 millones de personas (uso en el último año), comparado con 19,3 millones en 2010. Durante los últimos años las leyes en contra de los consumidores—afortunadamente— se han hecho más laxas, incluso en los países más prohibicionistas como EE. UU. Por otro lado, el peso más drástico de la prohibición se ha acentuado sobre la oferta, es decir, la producción y el tráfico en América. Este peso desproporcionado ha dejado una estela de muerte en México, Centro y Suramérica que se cuenta por los cientos de miles, pronto millones. En Colombia el narcotráfico deja al año alrededor de 3.800 muertes, según calcularon en el 2008 Mejía y Restrepo. Y sucede, más allá de si se captura a un narco o se desmantela el “cartel más grande del mundo”, como sabemos luego del acuerdo con las Farc.
Cambiar eso requiere de un esfuerzo global, cierto. Sin embargo, pequeños pasos previos locales son claves para mover los esfuerzos para acabar con la prohibición., incluso de la cocaína. Que Colombia se convierta en el primer país del mundo en regular la producción y venta para consumo recreativo y terapéutico de cocaína mostraría que hay un camino posible en esa dirección. Según la última encuesta nacional de consumo de drogas, del 2019, en Colombia hay muy pocos consumidores de cocaína: apenas un 0,57 % de los adultos entre 12 y 65 años la han consumido en el último año. Estamos hablando de menos de 200.000 personas, y de esas, menos de 30.000 lo hicieron en el último mes.
A duras penas podrían achacarle la sangre que corre por la prohibición a esta minoría aspirante. No son los 30.000 periqueros criollos los que impulsan el negocio, con el gramo más barato del mundo, sino los 18 millones en el mundo, donde lo pagan en euros y dólares. Y definitivamente no son ellos, sino las políticas prohibicionistas las que deben responder por los muertos. Pero si Colombia logra mostrar que hay un camino, no solo para la regulación, sino para el tratamiento, habremos dado un paso enorme. Por ejemplo, ya hay avances en EE. UU. para una vacuna contra los efectos de la cocaína, como método para ayudar a adictos y evitar consumos peligrosos. Con un marco regulatorio como el que se propone en el Congreso, esa vacuna podría terminar de desarrollarse en nuestro país.
Colombia sería cocaína, y también la vacuna contra sus efectos. Frente a este desarrollo, ¿qué excusa quedaría para la prohibición?
En el mundo, Colombia es cocaína y otras cosas más. No importa cuántas cartas indignadas de funcionarios se publiquen rechazando la asociación, cuántas campañas publicitarias resalten nuestra biodiversidad y “el calor de nuestra gente”, no hay James, Shakira o Maluma que hasta hoy haya logrado desbancar a Pablo Escobar.
Por eso es hora de asumirlo. En Colombia ha habido coca y habrá cocaína hasta que haya gente en el mundo que quiera aspirarla. No es posible un país libre de coca. Bajo ese evidente pero aún revolucionario postulado, fue radicado un nuevo proyecto de ley por los senadores Iván Marulanda y Feliciando Valencia, el primero en proponer un marco para regular la hoja de coca y sus derivados, incluyendo la cocaína. El proyecto, firmado por otros 21 congresistas de los partidos de oposición, Cambio Radical y el Partido Liberal, marca un hito importante en el lento pero constante camino de liberalización de las políticas de drogas en el mundo. Y lo hace dejando el moralismo vergonzante de un país que no resiste su reflejo en el espejo de la realidad.
Colombia produce alrededor del 70 % de la cocaína del mundo hace décadas. Pero incluso mucho antes de esto la relación de Colombia con la coca era notable. No conozco otra cultura precolombina que haya dedicado símbolos tan ostentosos como el poporo quimbaya a la misma hoja que siglos después, con gente distinta y un proceso químico mucho más elaborado, sigue siendo un símbolo ahora polvoriento de la misma tierra.
Si bien el puesto es merecido, las razones y los efectos que tiene sobre nuestro país esconden una enorme injusticia. El mercado que demanda cocaína en el mundo, concentrado en países ricos, ha cambiado muy poco en los últimos diez años. Según la ONU, en el 2019 eran 18,1 millones de personas (uso en el último año), comparado con 19,3 millones en 2010. Durante los últimos años las leyes en contra de los consumidores—afortunadamente— se han hecho más laxas, incluso en los países más prohibicionistas como EE. UU. Por otro lado, el peso más drástico de la prohibición se ha acentuado sobre la oferta, es decir, la producción y el tráfico en América. Este peso desproporcionado ha dejado una estela de muerte en México, Centro y Suramérica que se cuenta por los cientos de miles, pronto millones. En Colombia el narcotráfico deja al año alrededor de 3.800 muertes, según calcularon en el 2008 Mejía y Restrepo. Y sucede, más allá de si se captura a un narco o se desmantela el “cartel más grande del mundo”, como sabemos luego del acuerdo con las Farc.
Cambiar eso requiere de un esfuerzo global, cierto. Sin embargo, pequeños pasos previos locales son claves para mover los esfuerzos para acabar con la prohibición., incluso de la cocaína. Que Colombia se convierta en el primer país del mundo en regular la producción y venta para consumo recreativo y terapéutico de cocaína mostraría que hay un camino posible en esa dirección. Según la última encuesta nacional de consumo de drogas, del 2019, en Colombia hay muy pocos consumidores de cocaína: apenas un 0,57 % de los adultos entre 12 y 65 años la han consumido en el último año. Estamos hablando de menos de 200.000 personas, y de esas, menos de 30.000 lo hicieron en el último mes.
A duras penas podrían achacarle la sangre que corre por la prohibición a esta minoría aspirante. No son los 30.000 periqueros criollos los que impulsan el negocio, con el gramo más barato del mundo, sino los 18 millones en el mundo, donde lo pagan en euros y dólares. Y definitivamente no son ellos, sino las políticas prohibicionistas las que deben responder por los muertos. Pero si Colombia logra mostrar que hay un camino, no solo para la regulación, sino para el tratamiento, habremos dado un paso enorme. Por ejemplo, ya hay avances en EE. UU. para una vacuna contra los efectos de la cocaína, como método para ayudar a adictos y evitar consumos peligrosos. Con un marco regulatorio como el que se propone en el Congreso, esa vacuna podría terminar de desarrollarse en nuestro país.
Colombia sería cocaína, y también la vacuna contra sus efectos. Frente a este desarrollo, ¿qué excusa quedaría para la prohibición?