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¿Por qué el sexo con animales sigue siendo tabú, mientras otro tipo de conductas que antes eran consideradas "aberraciones" empiezan a ser aceptadas?
Hace poco, en una columna, sugerí que era problemático asumir que todos los actos de zoofilia constituían una violación del animal, pues era difícil determinar si el animal era parte consensual. Nunca había sido tan vehementemente criticado. Hay una gran masa de personas que se siente muy cercanamente identificada con los derechos de los animales y no se ahorra palabras para defenderlos (una lectora me dejó esta recomendación: “Gente como usted mejor que no nazca, pero ya nació, entonces muérase” [sic]).
La discusión sobre el trato ético a los animales genera pasiones, activismo y participación, con una intensidad que envidian otras causas “progresistas”. Pero a diferencia de esos otros movimientos que han avanzado removiendo tabús, algunos animalistas parecen estar contentos con establecer nuevas formas de censura, basándose en unos dogmas que no admiten discusión. En esta tónica proponen medidas cada vez más severas de castigo para lo que consideran es crueldad contra los animales. Incluyendo la zoofilia, sin importar si le genera daño o no al animal.
Pero especialmente este rechazo gutural a la zoofilia es un gran ejemplo de los interesantes matices que no quieren discutir los animalistas. El zoofílico por ejemplo es quien tiene una relación erótica y emocional con un animal. Distinta a la bestialidad, que es simplemente el uso de animales para autocomplacerse.
De entrada, es paradójico que quienes aman tanto a los animales se declaren en contra de una palabra que significa precisamente eso: amor a los animales. Esto no es sólo semántica. Detrás de la idea de que hay que pensar en los animales como seres con derechos está, como dice Peter Singer, autor del texto canónico Liberación animal, el argumento de que no hay una separación fundamental entre el ser humano y los demás animales.
Sin esta separación, entre los seres con alma y las bestias, entre los pensantes y los no pensantes, Singer sugiere que los intereses de los animales deben ser considerados en un marco ético similar al que se consideran los intereses de otras personas.
Si no hay una diferencia fundamental entre los seres humanos y los animales, ¿por qué no asumir que en el campo sexual es posible una relación de mutuo placer entre uno y otro? ¿Será porque es un acto sexual que no tiene posibilidades de reproducción?, se pregunta Singer. No puede ser esto, porque el tabú sobre las relaciones homosexuales ha caído. Singer concluye que se trata de otra “poderosa fuerza: nuestro deseo de diferenciarnos, eróticamente y de todas las otras maneras, de los animales”.
La manera como el ser humano se relaciona con los animales será una discusión cada vez más vigente. Incluye preguntas duras, por ejemplo: ¿No es tener mascota promover el trato cruel? ¿Habría tantos perros desamparados si no hubiera un mercado de mascotas? Sobre todo es una discusión que habría que dar con menos bestialidad.