Llegar a la Presidencia de Colombia hoy depende más de subir el volumen en redes sociales que de echarse a los barones electorales al bolsillo. Es algo sobrediagnosticado, pero los politiqueros de siempre lo reconocen como un problema sólo hasta ahora y buscan adaptarse, lo cual significa que en campaña ya no se harán “acuerdos programáticos” sino collabs o featurings.
Las estructuras proselitistas tradicionales sortearon con alguna fortuna los cambios que vinieron con la apertura política de la Constitución del 91, pero el crecimiento de las conversaciones digitales ha reducido mucho su influencia en las elecciones presidenciales. La segunda vuelta de 2022 lo confirmó. Por eso, para 2026, la apuesta de gran parte de la derecha está en una experta en YouTube que representa valores clásicos: views, patria y familia.
La campaña presidencial que empieza traerá muchos momentos que generarán vergüenza ajena. Será cortesía de los políticos convencionales, los godos y también los liberales, que tratarán de mostrarse como exitosos especímenes digitales para que olvidemos su origen. En vez de defender a su candidato presidencial en un noticiero radial, ya puedo imaginarme a César Gaviria haciendo unboxing del nuevo trapo rojo que pidió por Shein.
A nivel internacional ya no se espera mucho porque el multilateralismo está en una crisis que se irá profundizando. Ocurrirá a medida que vaya siendo poblado por jefes y jefas de Estado que llegaron allí por cuenta de masas digitales y por mostrarse, justamente, sin diplomacia. Quien quiera llegar a la presidencia ya poco se interesará por entender cómo le ve la comunidad internacional por sus mensajes en el Grupo de los Veinte, sino por cómo lo verá la comunidad de Facebook por sus mensajes en el grupo de WhatsApp.
Lo más exasperante de todo será presenciar cómo los candidatos y candidatas habituales buscarán moldearse como influencers sin entender la esencia del fenómeno. Seremos testigos de un ejercicio mecánico de tendencias digitales sin propósito genuino. Ya no veremos fotos de un presidenciable cargando a un bebé sino un termo gigante. Y en vez de poner al pie de la foto un texto tipo “trabajaremos por un país donde quepamos todos”, leeremos “yo sé que he estado un poquito perdido, pero les dejo esta fotito ya que muchos de ustedes me han estado preguntando por mi nuevo look”.
La crisis de representación de los partidos tampoco se va a subsanar dando participación a la gente que lidera nuevas causas desde las bases. Los directores de las colectividades de siempre buscarán las soluciones fachada siguiendo, de manera superflua, las nuevas tendencias. Así que no sería raro que finalmente el Consejo Nacional Electoral sea suprimido, pues para dar avales los partidos ya no necesitan personería jurídica sino chulito de verificación de Meta.
No me malinterpreten. Aplaudo que las redes permitan saltarse los privilegios que antes eran requeridos para ganar elecciones presidenciales, pero me preocupa que realidades complejas terminen en manos de estadistas virtuales.
Llegar a la Presidencia de Colombia hoy depende más de subir el volumen en redes sociales que de echarse a los barones electorales al bolsillo. Es algo sobrediagnosticado, pero los politiqueros de siempre lo reconocen como un problema sólo hasta ahora y buscan adaptarse, lo cual significa que en campaña ya no se harán “acuerdos programáticos” sino collabs o featurings.
Las estructuras proselitistas tradicionales sortearon con alguna fortuna los cambios que vinieron con la apertura política de la Constitución del 91, pero el crecimiento de las conversaciones digitales ha reducido mucho su influencia en las elecciones presidenciales. La segunda vuelta de 2022 lo confirmó. Por eso, para 2026, la apuesta de gran parte de la derecha está en una experta en YouTube que representa valores clásicos: views, patria y familia.
La campaña presidencial que empieza traerá muchos momentos que generarán vergüenza ajena. Será cortesía de los políticos convencionales, los godos y también los liberales, que tratarán de mostrarse como exitosos especímenes digitales para que olvidemos su origen. En vez de defender a su candidato presidencial en un noticiero radial, ya puedo imaginarme a César Gaviria haciendo unboxing del nuevo trapo rojo que pidió por Shein.
A nivel internacional ya no se espera mucho porque el multilateralismo está en una crisis que se irá profundizando. Ocurrirá a medida que vaya siendo poblado por jefes y jefas de Estado que llegaron allí por cuenta de masas digitales y por mostrarse, justamente, sin diplomacia. Quien quiera llegar a la presidencia ya poco se interesará por entender cómo le ve la comunidad internacional por sus mensajes en el Grupo de los Veinte, sino por cómo lo verá la comunidad de Facebook por sus mensajes en el grupo de WhatsApp.
Lo más exasperante de todo será presenciar cómo los candidatos y candidatas habituales buscarán moldearse como influencers sin entender la esencia del fenómeno. Seremos testigos de un ejercicio mecánico de tendencias digitales sin propósito genuino. Ya no veremos fotos de un presidenciable cargando a un bebé sino un termo gigante. Y en vez de poner al pie de la foto un texto tipo “trabajaremos por un país donde quepamos todos”, leeremos “yo sé que he estado un poquito perdido, pero les dejo esta fotito ya que muchos de ustedes me han estado preguntando por mi nuevo look”.
La crisis de representación de los partidos tampoco se va a subsanar dando participación a la gente que lidera nuevas causas desde las bases. Los directores de las colectividades de siempre buscarán las soluciones fachada siguiendo, de manera superflua, las nuevas tendencias. Así que no sería raro que finalmente el Consejo Nacional Electoral sea suprimido, pues para dar avales los partidos ya no necesitan personería jurídica sino chulito de verificación de Meta.
No me malinterpreten. Aplaudo que las redes permitan saltarse los privilegios que antes eran requeridos para ganar elecciones presidenciales, pero me preocupa que realidades complejas terminen en manos de estadistas virtuales.