El injerencismo del modelo castrochavista

Darío Acevedo Carmona
27 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.
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En otros tiempos las izquierdas proclamaban la soberanía nacional ante la intervención o injerencia norteamericana en nuestros asuntos internos. Hoy las cosas han cambiado drásticamente, la aplauden, pero porque viene de otros países.

Y no tiene que ver con el fenómeno de la globalización, noción de amplio uso para explicar el supuesto declive de las fronteras nacionales. Se trata más bien de que somos un país en la mira, bien de la burocracia humanitarista como también de parte de un proyecto político regional ideado por el Foro de Sao Paulo, creado en 1990, como una “alternativa de los pueblos latinoamericanos en la búsqueda de la justicia social y la liberación nacional”.

Una mirada a las conclusiones de la XXII Conferencia de dicho instrumento de movilización y agitación revolucionaria de corte neocomunista, realizada en El Salvador en 2016, en el link nos da una idea de su persistencia en convertir los lazos de hermandad histórica y cultural de los pueblos americanos en bandería al servicio de una causa ideológica fracasada.

El injerencismo al que aludimos no es asunto reciente. Desde la Cuba dominada por la dictadura castrista se trazó una línea de organización, preparación y financiación de guerrillas que desestabilizó el continente sumiéndolo en experiencias trágicas a las que Colombia no fue inmune. Imborrable el apoyo que dieron a la creación y aliento de grupos como el ELN, el M-19 y las FARC. Que el proceso de negociaciones de paz haya tenido por sede a La Habana es ya una afrenta a nuestra golpeada dignidad.

De parte de Chávez y Maduro Colombia ha sufrido varias provocaciones guerreras con la incursión de soldados, tanques y aviones venezolanos en nuestras zonas fronterizas que pueden ser interpretados como una amenaza de castigo si Colombia se suma a las exigencias planteadas por la OEA.

Nicaragua, gobernado por el corrupto dictador Ortega, nos arrebató miles de kilómetros cuadrados de mar continental. Mientras el dictador, tratado con el rango militarista de “Comandante Ortega” en el Foro,  se dio el lujo de corromper a la Corte Suprema, adueñarse de todos los poderes e instalar un régimen nepotista con su esposa y sus hijos rebasando en trapacería e ignominia al peor de los dictadores de su historia, Anastasio Somoza.

El gobierno de Colombia ha depositado, en aras de una paz que no convence a las mayorías, la confianza de aspectos claves del “proceso de implementación” a gobiernos y personajes e instrumentos que han sido agresivos con el país. A Cuba le dimos la Sede y hoy es un país garante que ya ofrece becas que nos hace pensar en las “misiones cubanas” disfraz del intervencionismo cubano.

Venezuela también vigila la marcha de la paz colombiana mientras sirve de refugio a “comandantes guerrilleros”, realiza incursiones militares en nuestro territorio y anima, bajo la idea de “hermandad” a grupos y personalidades para que luchen por la implantación del “Modelo” en el país.

 En el diseño de la Jurisdicción Especial de Paz intervino en calidad de constituyente el comunista español Enrique Santiago quien además sigue entre nosotros diciendo qué y cómo se debe implementar el acuerdo de paz. Para la verificación el CSIVI que cogobierna el país nombró de árbitros a un bonachón exguerrillero tupamaro y expresidente uruguayo,  José Mojica, que descresta calentanos con su vestimenta de humilde pobre, y el expresidente español Felipe González, miembro del socialdemócrata PSOE, del mismo partido que a través de Rodríguez Zapatero salvó de su caída al dictador Maduro. Amigos del revivido elefante Samper y del Modelo en comento nos van a enseñar a resolver diferencias.

Como si fuéramos un país africano en guerra civil, estamos intervenidos, vigilados y condicionados por organismos internacionales de tipo humanitario que o son ciegos o sufren de miopía ante crímenes de guerra, retención y reclutamiento forzado de menores, violación de mujeres, secuestro de personas, narcotráfico, bombazos contra pueblos pobres e inermes, pescas milagrosas, entre otras hazañas de las guerrillas “justicieras”.

El representante del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU en Colombia, Todd Howland, se queja por las mínimas modificaciones que se le hicieron a la Jurisdicción Especial de Paz, pero no porque en ellas se consagre impunidad para responsables de crímenes de lesa humanidad de las FARC, para los que creen admisible que no paguen cárcel, sino porque los militares van a recibir el mismo trato.

Presidentes del orbe, ministros de todo tipo de carteras, personalidades que viajan por el mundo firmando y apoyando “justas causas” políticas, ecológicas y animalistas, actores, poetas, nobeles de todo tipo, que no saben nada de nada de nuestra historia ni de nuestras afugias ni de nuestros sufrimientos y duelos, se han pronunciado en favor de la paz de Santos con las FARC.

El anterior Secretario del Departamento de Estado, El Vaticano, el presidente de Francia, etc., aplauden una paz que está destruyendo los cimientos de nuestra sociedad. Y quieren que nos traguemos, sin masticar, incongruencias como las de los presidentes de España (Rajoy)  y Francia (Hollande) que negaron a ETA darles algo a cambio de su anunciada entrega incondicional de armas, y en cambio con una guerrilla varias veces más cruel, asumieron una posición de apoyo. Para ellos es sagrado no negociar con terroristas, mucho menos hacer reformas o alterar sus Constituciones o admitir comisiones extranjeras que las vigilen y las supervisen y les llamen la atención.

De modo que cabe preguntar, ¿por qué, ellos nos quieren convencer de las bondades de algo en lo que no creemos? ¿Será que es aceptable  este tipo de injerencismo?

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