Hay que prestarle atención a las palabras de los que intervienen en las conversaciones sobre la guerra. En distintas disciplinas de las ciencias humanas se reconoce la importancia del discurso político en tanto es a través de él que se hacen explícitas las representaciones, es decir, lo que cada movimiento, partido o fuerza piensa de sí mismo y de los demás.
Algunos observadores del acontecer nacional y de las negociaciones en ciernes entre el gobierno Santos y las Farc dicen que no se le debe dar mucha importancia, por ejemplo, a las declaraciones de los comandantes farianos que dieron a entender que su presencia en la mesa es de poder a poder y que para nada se puede pensar que ellos se van a rendir. E incluso, disculpan o desestiman esas palabras afirmando que es parte de su show mediático, que son simples alardes y que lo hacen para calmar a sus bases. Es factible que varias de esos propósitos subyazcan en el discurso de los guerreros, sobre todo si desde la parte oficial se les reta a continuar las hostilidades o combates hasta no llegar a un arreglo definitivo.
Pero, quedarse ahí es dejar a mitad de camino el análisis de contenido del discurso. Por supuesto, no se trata de adivinar por la medición de frecuencia de las palabras y términos empleados lo que se está queriendo decir a la opinión.
De lo que se trata es de valorar, de manera cualitativa, en el contexto de una apertura de negociación de paz, qué es lo que se propone cada uno de los protagonistas de la mesa. Es de esperar en una mesa de diálogo que busca la paz y no la atenuación o humanización del conflicto, un lenguaje diferente al que hemos estado escuchando en estos días previos a la importante reunión de Oslo.
Por ejemplo, son desafortunadas las declaraciones generosas de parte de autoridades oficiales pues no se corresponden con el estado de un proceso que apenas se va a iniciar. Otorgar tanto al otro, como decir que “hay que creerles” que no secuestran o que es probable que “ningún guerrillero termine pagando cárcel” o que “hay que abrirles espacios de participación política”, sin nada a cambio, sin haber exigido un cese unilateral del fuego, sin haber cobrado los avances innegables del Estado colombiano y los progresos de la fuerza pública, puede ser interpretado por los jefes de las Farc como una actitud de debilidad que la van a utilizar en la mesa. El tono desafiante y hostil de Timochenko contra el gobierno remite al menos a dos cosas: una, que ellos se asumen en pie de igualdad en la mesa, y, dos, que ellos siguen pensando que la paz es un concepto lleno de adjetivos “paz con justicia social”, “paz como bienestar material para las mayorías”, etc. Eso significa que la guerrilla insistirá en la idea de que estamos en realidad en “un conflicto social y armado” en el que ellos “representan y son el pueblo” y son “víctimas de la feroz oligarquía y del inmoral sistema de explotación capitalista…”, en vez de pensar la paz política en los términos simples de ausencia de lucha ramada como fue entendida y aceptada en conflictos similares en Centroamérica.
Por su parte, el presidente Santos en su afán de desvirtuar las críticas de los escépticos, no con la paz sino con estos diálogos incondicionales, y para desmentir a los que lo acusan de haber descuidado la seguridad y desestimulado la voluntad de lucha de las tropas, ha optado por utilizar un lenguaje impropio de su investidura. En varias ocasiones ha retado a los violentos diciendo que si insisten en la guerra “los acabaremos a las buenas o a las malas”. Nadie se ha detenido a desentrañar el perverso e inmoral significado de tal frase. ¿Qué quiere decir “por las buenas”?, ¿dialogando? Muy bien, pero, ¿qué quiere decir “por las malas”?, ¿por las armas? o ¿ilegalmente? Hay ahí un doble sentido que es preciso despejar. Cuando un estado apela a la guerra para defenderse, no está optando por el camino de “las malas” sino por una opción legítima, no pensarlo así conduce a pensar que hacerles la guerra a los terroristas o a cualquier enemigo es inmoral.
Pero los deslices del presidente han ido más lejos, me refiero a su reciente declaración en New York cuando, para dar una impresión de fortaleza dijo que nadie le había dado tan duro a las Farc como él y que cuando le dijeron que las tropas tenían rodeado a alias Cano, “di la orden de eliminarlo”. La fuerza de una posición legítima no debe estar permeada por una ostentosa palabrería que deja mal parado al presidente. Eso iría en contravía de la reconciliación que supuestamente se debe buscar en adelante según ha expresado en otros momentos.
Estamos ante dos partes que utilizan un discurso contradictorio y que temen a aparecer como débiles o derrotados. Cabe recordar, por su grandeza, las palabras del general liberal Rafael Uribe Uribe en la guerra de los mil días cuando, después de años de batallas, invitó a los demás jefes a buscar la paz, pues, decía, aunque no estamos derrotados, no estamos en capacidad de obtener la victoria. Así justificó los acercamientos con el presidente Marroquín, quien los aceptó y en forma gallarda pusieron fin a esa guerra. Uribe Uribe dijo a sus detractores que las guerras se hacían para ganarlas en poco tiempo porque eran una experiencia muy dolorosa. Las Farc van a cumplir 50 años de guerreo inútil, no están derrotadas, es cierto, pero no podrán obtener la victoria, reconocerlo no es humillarse ni rendirse.
* Darío Acevedo Carmona
Hay que prestarle atención a las palabras de los que intervienen en las conversaciones sobre la guerra. En distintas disciplinas de las ciencias humanas se reconoce la importancia del discurso político en tanto es a través de él que se hacen explícitas las representaciones, es decir, lo que cada movimiento, partido o fuerza piensa de sí mismo y de los demás.
Algunos observadores del acontecer nacional y de las negociaciones en ciernes entre el gobierno Santos y las Farc dicen que no se le debe dar mucha importancia, por ejemplo, a las declaraciones de los comandantes farianos que dieron a entender que su presencia en la mesa es de poder a poder y que para nada se puede pensar que ellos se van a rendir. E incluso, disculpan o desestiman esas palabras afirmando que es parte de su show mediático, que son simples alardes y que lo hacen para calmar a sus bases. Es factible que varias de esos propósitos subyazcan en el discurso de los guerreros, sobre todo si desde la parte oficial se les reta a continuar las hostilidades o combates hasta no llegar a un arreglo definitivo.
Pero, quedarse ahí es dejar a mitad de camino el análisis de contenido del discurso. Por supuesto, no se trata de adivinar por la medición de frecuencia de las palabras y términos empleados lo que se está queriendo decir a la opinión.
De lo que se trata es de valorar, de manera cualitativa, en el contexto de una apertura de negociación de paz, qué es lo que se propone cada uno de los protagonistas de la mesa. Es de esperar en una mesa de diálogo que busca la paz y no la atenuación o humanización del conflicto, un lenguaje diferente al que hemos estado escuchando en estos días previos a la importante reunión de Oslo.
Por ejemplo, son desafortunadas las declaraciones generosas de parte de autoridades oficiales pues no se corresponden con el estado de un proceso que apenas se va a iniciar. Otorgar tanto al otro, como decir que “hay que creerles” que no secuestran o que es probable que “ningún guerrillero termine pagando cárcel” o que “hay que abrirles espacios de participación política”, sin nada a cambio, sin haber exigido un cese unilateral del fuego, sin haber cobrado los avances innegables del Estado colombiano y los progresos de la fuerza pública, puede ser interpretado por los jefes de las Farc como una actitud de debilidad que la van a utilizar en la mesa. El tono desafiante y hostil de Timochenko contra el gobierno remite al menos a dos cosas: una, que ellos se asumen en pie de igualdad en la mesa, y, dos, que ellos siguen pensando que la paz es un concepto lleno de adjetivos “paz con justicia social”, “paz como bienestar material para las mayorías”, etc. Eso significa que la guerrilla insistirá en la idea de que estamos en realidad en “un conflicto social y armado” en el que ellos “representan y son el pueblo” y son “víctimas de la feroz oligarquía y del inmoral sistema de explotación capitalista…”, en vez de pensar la paz política en los términos simples de ausencia de lucha ramada como fue entendida y aceptada en conflictos similares en Centroamérica.
Por su parte, el presidente Santos en su afán de desvirtuar las críticas de los escépticos, no con la paz sino con estos diálogos incondicionales, y para desmentir a los que lo acusan de haber descuidado la seguridad y desestimulado la voluntad de lucha de las tropas, ha optado por utilizar un lenguaje impropio de su investidura. En varias ocasiones ha retado a los violentos diciendo que si insisten en la guerra “los acabaremos a las buenas o a las malas”. Nadie se ha detenido a desentrañar el perverso e inmoral significado de tal frase. ¿Qué quiere decir “por las buenas”?, ¿dialogando? Muy bien, pero, ¿qué quiere decir “por las malas”?, ¿por las armas? o ¿ilegalmente? Hay ahí un doble sentido que es preciso despejar. Cuando un estado apela a la guerra para defenderse, no está optando por el camino de “las malas” sino por una opción legítima, no pensarlo así conduce a pensar que hacerles la guerra a los terroristas o a cualquier enemigo es inmoral.
Pero los deslices del presidente han ido más lejos, me refiero a su reciente declaración en New York cuando, para dar una impresión de fortaleza dijo que nadie le había dado tan duro a las Farc como él y que cuando le dijeron que las tropas tenían rodeado a alias Cano, “di la orden de eliminarlo”. La fuerza de una posición legítima no debe estar permeada por una ostentosa palabrería que deja mal parado al presidente. Eso iría en contravía de la reconciliación que supuestamente se debe buscar en adelante según ha expresado en otros momentos.
Estamos ante dos partes que utilizan un discurso contradictorio y que temen a aparecer como débiles o derrotados. Cabe recordar, por su grandeza, las palabras del general liberal Rafael Uribe Uribe en la guerra de los mil días cuando, después de años de batallas, invitó a los demás jefes a buscar la paz, pues, decía, aunque no estamos derrotados, no estamos en capacidad de obtener la victoria. Así justificó los acercamientos con el presidente Marroquín, quien los aceptó y en forma gallarda pusieron fin a esa guerra. Uribe Uribe dijo a sus detractores que las guerras se hacían para ganarlas en poco tiempo porque eran una experiencia muy dolorosa. Las Farc van a cumplir 50 años de guerreo inútil, no están derrotadas, es cierto, pero no podrán obtener la victoria, reconocerlo no es humillarse ni rendirse.
* Darío Acevedo Carmona