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La llave Maduro-Diosdado, cabezas visibles del proyecto dictatorial castro-chavista está haciendo trizas la democracia venezolana.
El proceso expedito con el que se privó de la investidura de diputada a María Corina Machado, sin haberle brindado el derecho a defenderse y, con ratificación a velocidad supersónica por el Tribunal Supremo, es una señal sobre sus ominosas intenciones.
En la misma dirección debemos interpretar la decisión de la Fiscalía venezolana de someter a juicio al líder opositor Leopoldo López y mantenerlo bajo arresto.
Por ningún lado que se le mire, la situación de Machado y López es asimilable a lo que ha sucedido con Gustavo Petro en Colombia, caso este en que el procesado ha gozado de todas las garantías. Pero, además, porque el régimen venezolano ha mantenido a lo largo de15 años una posición contundente de sometimiento e instrumentalización de todos los poderes públicos, principal característica de una dictadura.
Algunos analistas han tratado de desvirtuar la existencia del proyecto castro-chavista y del peligro que representa para la débil democracia latinoamericana y en particular para Colombia. Consideran que hay un afán meramente propagandístico para atemorizar a la población con un fantasma. Agregan que Colombia no es territorio apto para ese tipo de proyectos.
El primer obstáculo para sustentar la hipótesis del peligro castro-chavista en Colombia tiene que ver con la muy extendida y aceptada idea entre la opinión ilustrada en el sentido de que la dictadura castrista es progresista, revolucionaria, altruista y con resultados exitosos en el nivel de vida de los cubanos. Siendo así, carece de fundamento el temor.
El segundo problema es mirar qué tanto de fantasía y qué tanto de realidad hay en el asunto. Es un dato histórico que Fidel Castro pretendió replicar su revolución en todo el continente. Creó una estructura partidaria para tal efecto, el Comité América del Comité Central. Guerrillas bajo esa dirección y con la consigna guevarista de crear muchos Vietnam se formaron en varios países del continente.
El fracaso es más terco que la voluntad. El castrismo y la izquierda radical, ante la inefectividad de las armas optaron por la lucha electoral, pero, sin renunciar a su proyecto revolucionario de estatización de la economía, supresión de la democracia y de las libertades, partido único y homogenización ideológica de la población. La expresión orgánica de este viraje es el Foro de Sao Paulo que ha realizado varios congresos en los que ha reafirmado esos propósitos. En la Conferencia Continental Bolivariana en Quito (febrero/2008), se reafirmó “La necesidad de librar todos los combates… de emplear todas las formas de lucha para cambiar el sistema:...pacíficas y no pacíficas, las manifestaciones cívicas, las insurgencias de las clases y sectores oprimidos…” y se concluyó “En este plano, el proceso colombiano asume una importancia singular, tanto por su ubicación geoestratégica como por la confluencia de altos y nuevos niveles de desarrollo político y militar en las fuerzas de cambio…Se convierte en el eslabón más próximo a una ruptura revolucionaria”.
El proyecto castro-chavista está avanzando con fuerza en varios países, con variación de intensidad según resistencias y condiciones particulares de cada uno, en Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, agrupados en el ALBA. El rasgo distintivo de todos ellos es el acoso a la democracia, el copamiento de los poderes del estado, las restricciones a la libertad de prensa, el estatismo (con excepción de Ecuador) y la ideologización con tendencia al pensamiento único, el partido único y la reelección indefinida.
Alrededor de ellos se ha forjado un cinturón en el que la tendencia no es tan radical o categórica: Brasil, Uruguay El Salvador, Argentina y países antillanos.
Dicen que todo se ha logrado a través de la vía electoral, lo que es irrebatible. Lo que no los es, es el uso del poder para aplastar la Oposición y derruir la recuperación democrática que el continente realizó respecto de las dictaduras de extrema derecha.
El argumento según el cual la izquierda castro-chavista es demasiado débil como para asustar a las gentes, echa en saco roto que la existencia de guerrillas que cuentan con el visto bueno, el apoyo moral y logístico de esos regímenes, pueden recuperar fuerzas y terrenos perdidos, gracias a la ingenuidad o el descuido de las elites dominantes.
Saben nuestros críticos que ese tipo de fuerzas y proyectos, raramente, son mayoría cuando acceden al poder. Nunca lo fueron en los países de la Cortina de Hierro, no lo son en los del Alba. Y que cuando no les son favorables las condiciones, buscan aliados en “grupos y grupos democráticas” que quieren sacar pecho posando de “progresistas”.
Mi conclusión es que Colombia figura en la agenda de los promotores del modelo pero, el respaldo interno que ha obtenido es muy precario. Nuestro país está afectado por problemas graves que debilitan sus instituciones, por ejemplo, la violencia de las guerrillas y el narcotráfico, la corrupción pronunciada de la clase política, las escandalosas desigualdades sociales. Todo ello confluye en el descrédito de instituciones claves del sistema democrático. En nuestro caso la percepción negativa sobre sistema judicial, el Congreso, los partidos y el abstencionismo, erosiona su legitimidad y puede alentar ensayos y aventuras tipo “salvación” o “redención” por parte de fuerzas cercanas, simpatizantes y militantes del proyecto castro-chavista.
El pueblo venezolano cometió el error de subvalorar el peligro del caudillo Chávez y minimizó el alcance dañino de su proyecto. Hoy lloran con lágrimas de sangre el fenomenal descuido.
Para colmo, los llamados demócratas del continente ni siquiera protestan contra lo que está sucediendo en Venezuela. La OEA está bajo el dominio de la dictadura Maduro-Diosdado. La intelectualidad de izquierda y progresista calla y hasta justifica los atropellos contra la población cuando dicen que las protestas son promovidas por la derecha y la oligarquía venezolana.
Piense amigo lector si estamos ante un fantasma o ante una fiera y si no es cierto aquello de que “soldado avisado no muere en la guerra”.
Darío Acevedo Carmona