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*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.
Sin ánimo de ser apocalíptico, vale la pena iniciar reconociendo un hecho: el mundo se está acabando.
O al menos un mundo está llegando a su fin.
Aquel orden internacional que tomó forma después de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, el que se terminó de consolidar tras el fin de la Guerra Fría, el orden de la globalización, el libre comercio y el dólar, el del discurso de la democracia y derechos humanos, el que tuvo a Estados Unidos como líder por décadas, ese orden y el mundo que este representaba se está desgastando de a poco, llevando a más y más países a cuestionarse y hasta a cambiar de opinión sobre la mejor forma de ser, actuar y relacionarse en el ámbito internacional.
Abundan los ejemplos que demuestran el momento de transición en el que estamos. Eventos como la guerra en Ucrania, la violencia de Israel hacia Palestina, la progresiva desinstitucionalización del régimen internacional de uso de armas nucleares, las notables injusticias en la respuesta global a la pandemia y el insuficiente compromiso para abordar los retos que impone el cambio climático encarnan el agotamiento e incapacidad de respuesta del que alguna vez se llamó el orden internacional liberal.
Y lo más irónico de este drama en curso es que su protagonista, quien con más frecuencia ha aportado a poner en tela de juicio las normas existentes, no ha sido ni Rusia ni China ni Irán, sino el mismo Estados Unidos, principal progenitor del orden internacional actual, que, al modo de Cronos, prefiere comerse a su hijo por miedo de que este se sobreponga a él.
Un ejemplo claro de esto lo vemos en el llamado del presidente de EE. UU., Joe Biden, de repensar las reglas comerciales y de inversión y, en efecto, de crear un “nuevo orden económico mundial”.
El expresidente Donald Trump ya había actuado en esa dirección, iniciando la guerra comercial con China, imponiendo nuevas prohibiciones a la inversión y al intercambio tecnológico, forzando a socios como Canadá y México a renegociar acuerdos comerciales y obstaculizando el funcionamiento regular de la Organización Mundial del Comercio. Biden no solo ha continuado sino que ha profundizado este giro hacia el unilateralismo y proteccionismo, ahora bajo el nuevo eslogan de “política económica que pone primero a la clase media estadounidense”.
Tiene sentido que en las dinámicas económicas globales, se ve un desafortunado resquebrajamiento por bloques, con unas normas e instituciones en el Indo-Pacífico (RCEP, CPTPP, ASEAN, etc.), otras en Europa, otras distintas en las Américas y unas más en el continente africano. Quizás en Colombia no lo apreciamos aún, pero a la larga este cambio de opinión nos podría dejar más aislados y con mayores relaciones de dependencia con los mismos socios de siempre.
El rol de Estados Unidos no para en las acciones directas que toma para cuestionar el orden internacional. También tiene un impacto indirecto en la forma en que otros leen sus pecados como falencias del mismo orden.
Hoy por hoy, resulta casi inevitable pensar en disfunción cuando se habla del estado de la política en Estados Unidos. Republicanos y demócratas difícilmente se pueden poner de acuerdo aun en los temas más elementales, y el público estadounidense está cada vez más insatisfecho con la gestión del gobierno. Según encuestas de Pew, en septiembre de 2023, la confianza de los estadounidenses hacia el gobierno estaba en apenas 16 %, su punto más bajo desde 2011 (cuando llegó a 15 %) y el segundo más bajo desde que la encuesta se empezó a aplicar en 1958. Mientras tanto, 41 % de personas que apoyan a Biden y 38 % de personas que apoyan a Trump decían que la violencia sí se justifica cuando se trata de detener a oponentes de lograr sus objetivos.
De ahí que, el 6 de enero de 2021, influenciados por las dudas sembradas por Trump sobre los resultados de las elecciones presidenciales, extremistas de derecha se hayan tomado el Capitolio en Washington.
Con razón tantas personas hoy, en Estados Unidos y fuera, estamos cambiando de opinión sobre las supuestas virtudes de la democracia. Y más aún a la luz de casos de desarrollo exitoso de países como China y Singapur con sistemas tan distintos al nuestro.
Los vientos, entonces, están cambiando. Estamos en el ojo del huracán. ¿Qué tomará el lugar del mundo que conocíamos? En el peor de los casos, caos generalizado; en el mejor, un sistema más justo y equitativo.
Precisamente porque estamos en épocas de cambios de opinión, es necesario que Colombia se inserte en la mesa de discusión y que aporte desde una visión propia. De hecho, puede que eso sea lo que estamos viendo del gobierno del presidente Gustavo Petro, que habla de hacer de Colombia una potencia mundial de la vida. Guste o no, los tiempos de la prudencia ya quedaron atrás. Nos llegó el momento de cambiar de opinión.