La alcaldesa-canciller
David Castrillón-Kerrigan
Ella empieza su día temprano para encabezar una reunión de alto nivel con líderes de Sudáfrica, Dinamarca, Turquía y cuatro otros países. En el debate, discuten temas trascendentales de la agenda global, como la transición energética y la seguridad alimentaria.
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Ella empieza su día temprano para encabezar una reunión de alto nivel con líderes de Sudáfrica, Dinamarca, Turquía y cuatro otros países. En el debate, discuten temas trascendentales de la agenda global, como la transición energética y la seguridad alimentaria.
Siguiente en su agenda: dar el discurso de inauguración de una cumbre internacional de la cual es anfitriona. Más de 800 invitados de decenas de países han respondido a su llamado para discutir el avance de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Sin pelos en la lengua, y haciendo eco al reciente discurso del secretario general de la ONU, ella advierte que, en esa materia, como humanidad, “no estamos bien”.
Y a lo largo del día, al tiempo que vela por el bienestar de los millones de ciudadanos que la eligieron, ella encuentra tiempo para escribir un comunicado en el que defiende la puesta en marcha de un contrato multimillonario con una multinacional asiática.
¿Se está hablando de un presidente? ¿De un canciller?
No. Lo que se narra es parte de la agenda de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López Hernández, el pasado 22 de septiembre, primer día de la cumbre P4G.
Y no es que haya sido un día de agenda excepcionalmente internacional para la alcaldesa o cualquier otro líder local. Es que este es el ritmo al que ahora se mueven las ciudades del país.
Las ciudades (¡hasta el municipio de Ubaté!) se hermanan entre ellas y cooperan para avanzar sus intereses; se articulan en vastas redes con las que ejercen presión; forjan lazos con el sector privado para desarrollar soluciones e imponen mejores prácticas. En pocas palabras, las ciudades importan, a veces tanto como los Estados—y sus alcaldes se han vuelto figuras casi tan poderosas como cualquier jefe de Estado.
En Colombia, sin ser el único caso, el de Bogotá es ciertamente emblemático. Sí, esto es en parte por el espacio que ocupa en el país (24,4 % de la economía nacional, un poco más de 15 % de su población, etc.). Pero también se debe a que Bogotá ha tenido sucesivas administraciones que le han apostado a lo que muchos gobiernos nacionales no se atreven a hacer: a mirar con ambición más allá del ombligo.
En 2020, cuando apenas iniciaba su mandato, la alcaldía de López lanzó su Estrategia de internacionalización de Bogotá, con miras a apalancar recursos de afuera para cumplir sus objetivos y a posicionar a la ciudad como referente global en el cumplimiento de la Agenda 2030.
Al cierre de su periodo, la alcaldía de López puede decir que, en buena medida, logró sus ambiciones en el ámbito internacional.
En estos cuatro años, Bogotá ha estado al frente de las más importantes redes globales y regionales de ciudades; publicó el primer Reporte Local Voluntario de cumplimiento de las ODS; atrajo a líderes internacionales para aprender de políticas exitosas en integración migratoria y dio el primer paso hacia la transformación sostenible en movilidad con apoyo chino, para mencionar solo algunos ejemplos. Que no significa que todo esté bien en Bogotá. Pero sí resalta como uno de los puntos brillantes de este periodo.
Faltan pocos días para las elecciones regionales. Y seguro usted, el lector, estará debatiendo sobre el calibre de uno u otro candidato y la gestión de tal y cual administración saliente. En estos debates, lo quiero motivar a no dejar por fuera el aspecto internacional. Porque tal vez usted no pone canciller. Pero sí pone alcalde. Y cada día, la diferencia entre uno y el otro se desvanece más y más.
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