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En estos días, el canciller Luís Gilberto Murillo se encuentra de visita a China, en donde, en reunión con altas instancias del liderazgo chino, se ultimarán los detalles de la recta final en las negociaciones de la entrada de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés).
Por sí misma, la visita es importante por lo que representa para una relación Colombia-China que hoy es más profunda y amplia de lo que se pensaba posible unos años atrás. Solo en la última década, pasamos del carbón y el café a las vacunas, los sistemas férreos y la transición energética; del simple intercambio de bienes al comercio en servicios, la inversión y la financiación y de una relación cordial pero lejana a una Asociación Estratégica.
Ahora, con la posible entrada al BRI, se abre un nuevo capítulo en nuestra relación con China. A la vista está el acceso a nuevos espacios de diálogo y más oportunidades de cooperación en áreas de interés mutuo. Además, finalmente estaremos al día con 22 otros países de América Latina y el Caribe que ya pertenecen a la iniciativa. En ese sentido, por supuesto que esta decisión importa.
Pero que Colombia esté tomando este paso tiene implicaciones más allá de la relación bilateral con China.
El acercamiento de Colombia al país asiático habla de algo más profundo, de una dinámica que hasta ahora difícilmente veíamos como característica de la tradición de política exterior de nuestro país. Muchos de los hitos en la historia de nuestra política exterior —la pérdida de Panamá y la alineación con Estados Unidos, entre ellos— se vieron marcados más por la imposición externa o las circunstancias del momento.
Esta vez, es Colombia quien decide. Y en sus términos. De esta manera, estamos siendo maestros de nuestro propio destino, viendo materializada en buena medida la promesa de este gobierno de, en palabras de las Bases del PND 2022-2026, efectuar “una proyección plural y estratégica hacia el mundo” y de “aumentar la capacidad de influencia del país en procesos globales”. Es decir, de existir en y frente al mundo.
Y usted dirá, pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿En realidad esto representa un cambio significativo para la política exterior del país? Yo diría que sí por tres razones.
Por una parte, porque refleja que Colombia ya sabe mejor qué quiere ante el actual escenario convulso de transición de poder en el orden internacional. Sin darle la espalda a Estados Unidos ni aventándose a los brazos de China, el gobierno colombiano busca navegar las aguas turbulentas de la actual competencia entre potencias desde una postura pragmática. La nuestra es una Colombia madura, dispuesta a hablar y trabajar con todos, y que no cae ante falsa dicotomías. Al respecto, dice mucho que, al tiempo que el canciller Murillo viaja a China (en una gira que también lo lleva a Alemania y a Catar), el vicecanciller Jorge Rojas se prepara para viajar a India, otra potencia emergente en la región.
Atado a la anterior, los detalles del proceso de negociación de entrada al BRI también son indicativos de una diplomacia colombiana más sofisticada. Con Beijing, al menos desde 2019, tanto el gobierno Duque como el de Petro han insistido en que no estarían interesados en firmar un “cheque en blanco”. Si Colombia se va a unir al BRI, lo hará a través de un proceso negociado, serio, de alto nivel, que resulte en un instrumento delimitado y conveniente para el país.
En ese sentido, sabemos que, en este viaje a China, Murillo lleva la propuesta de Colombia de quiénes compondrán los equipos y cuál será la agenda de temas de negociación. La expectativa es llegar a un acuerdo en el 45 aniversario de relaciones diplomáticas Colombia-China, que se celebra en febrero 2025.
Así como ha habido un proceso de negociación extenso con la parte china, en el interior del gobierno también se han dado largas discusiones. Por meses, el vicecanciller Rojas ha encabezado instancias de diálogo con altos líderes del Mincit, Mintransporte, Minambiente, el DNP, APC y otras entidades para definir las prioridades de Colombia en su relación con China. En paralelo, se han dado otros encuentros con academia, el sector privado y las administraciones locales. Es decir, este ha sido un proceso plural, amplio, integral, distinto de tantos otros del pasado.
Finalmente, esta decisión marca un hito precisamente en el sentido de que se toma aún a sabiendas del disgusto que generará en Washington —¡más aún ad portas de las elecciones en noviembre!—. Sin embargo, ya habiendo sopesado las ventajas y costos, el gobierno colombiano cree tener los argumentos para justificar sus acciones. El juego de lo internacional es uno de movidas tácticas y apuestas estratégicas, y en esta instancia estamos jugando como se debe.
En vez de un ente tímido, que existe a la sombra de otros, esta es una Colombia que se conoce mejor y que sabe lo que quiere. No es cuestión de personalidades o de modas pasajeras; es uno de estrategia y pragmatismo. Empieza así una nueva era para nosotros, la hora de decidir.
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