Se llamaba Norma McCorvey pero el mundo la conoció por su seudónimo, Jane Roe. Su vida fue trágica de principio a fin y habría sido una historia más de frustración y fracaso, de no haber sido porque se convirtió en el rostro visible de una lucha que necesitaba un nombre: la del derecho al aborto en los Estados Unidos. McCorvey es “Roe”, en el emblemático caso “Roe vs. Wade”, que otorgó a las mujeres en su país el derecho al aborto en enero de 1973.
Esta semana, enterrada bajo el pánico del coronavirus y las elecciones del “supermartes”, pasó de agache una noticia en Estados Unidos que se teme será el principio del fin del aborto legal en ese país. El miércoles, la Corte Suprema inició la revisión de un proyecto de ley de Luisiana que podría acabar con aquel derecho adquirido. La iniciativa podría expandirse por todo el país y le permitirá al presidente Donald Trump retomar el tema antiaborto para hacerse reelegir en noviembre, de la misma manera como lo usó como promesa electoral para ganar las elecciones en 2016. Es decir, acabaría con el fallo “Roe vs. Wade” sin que ese sea necesariamente el titular.
A los 22 años Norma McCorvey quedó embarazada por tercera vez y de un tercer hombre al que no amaba, como tampoco amó a los dos anteriores, pues era una mujer homosexual que aún no se reconocía públicamente como tal. Su primer hijo lo adoptó su mamá, el segundo también lo entregó en adopción y el tercer embarazo la sorprendió cuando su vida se derrumbaba, víctima de la drogadicción, la pobreza y la depresión. A mediados de 1970 y con cinco meses de embarazo, fue a dar a la oficina de dos jóvenes y ambiciosas abogadas en Dallas, que estaban sedientas de un caso como el suyo para desafiar la ley que prohibía el aborto en Texas. La repercusión del caso, que fue elevado a nivel nacional, tras muchas apelaciones en una corte estatal, llegó a la Corte Suprema de Justicia en Washington.
La demandante sería “Jane Roe” y el fiscal de Dallas, Henry Wade, representaría al Estado. Tres años más tarde, el alto tribunal falló a favor del derecho de la mujer de elegir si continuaba o no con un embarazo y aplicó para todo el país. Desde entonces, se estima que más de 55 millones de mujeres han abortado de manera legal. La ley no alcanzó a beneficiar a Norma, quien dio a luz a su tercer hijo, lo entregó en adopción y su vida continuó sumergida en el caos y la desesperación.
La norma que se debate en la Corte Suprema obligaría a las clínicas que realizan abortos en Luisana a estar a menos de 30 kilómetros de un hospital y a sus doctores a acreditarse en ese mismo lugar en caso de remitir una urgencia. Sin embargo, esa acreditación es casi imposible de lograr, pues se estima que menos de un 0,33 % de los abortos en el primer trimestre se complican, por lo que no es negocio ni para los hospitales ni para los médicos asumir el costo que conlleva cumplir con esa norma. Eso significa que las clínicas que practican abortos legales tendrían que cerrar.
Más allá de McCorvey y su triste historia, el fallo legal que lleva su seudónimo es un triunfo que las mujeres en ese país no se pueden dejar arrebatar. Lo que sucedió esta semana en Washington es un entramado político orquestado por hombres y sus leyes, y es importante descifrarlo para evitar que se retroceda medio siglo en una causa que nos atañe a todos: la del derecho de las mujeres de decidir sobre sus cuerpos y su futuro.
Donald Trump prometió que acabaría con el fallo de “Roe vs. Wade” cuando fue candidato la primera vez y con ese fin nombró a dos jueces, hombres, blancos, conservadores y antiaborto en la Corte Suprema compuesta por nueve magistrados. Alteró el balance del tribunal a su favor y espera que el fallo de la ley de Luisiana se haga poco antes de las elecciones en noviembre y le vuelva a significar votos. No es respetable explotar para efectos electorales algo tan delicado –y a veces tan doloroso– en la vida de una mujer como puede ser la decisión de abortar.
Lo irónico es que, de estar viva, Norma McCorvey probablemente apoyaría la campaña para reelegir a Trump. Murió de un infarto a los 69 años y sus últimos días los dedicó a la lucha antiaborto. “Jane Roe” se convirtió al catolicismo 10 años antes de su muerte y llamó su activismo a favor del aborto “el error más grande de su vida”. Es respetable su derecho a cambiar de opinión, como lo es también el de las mujeres de elegir qué hacer con sus cuerpos y con sus vidas ante la enorme responsabilidad que significa traer una criatura más al mundo.
Se llamaba Norma McCorvey pero el mundo la conoció por su seudónimo, Jane Roe. Su vida fue trágica de principio a fin y habría sido una historia más de frustración y fracaso, de no haber sido porque se convirtió en el rostro visible de una lucha que necesitaba un nombre: la del derecho al aborto en los Estados Unidos. McCorvey es “Roe”, en el emblemático caso “Roe vs. Wade”, que otorgó a las mujeres en su país el derecho al aborto en enero de 1973.
Esta semana, enterrada bajo el pánico del coronavirus y las elecciones del “supermartes”, pasó de agache una noticia en Estados Unidos que se teme será el principio del fin del aborto legal en ese país. El miércoles, la Corte Suprema inició la revisión de un proyecto de ley de Luisiana que podría acabar con aquel derecho adquirido. La iniciativa podría expandirse por todo el país y le permitirá al presidente Donald Trump retomar el tema antiaborto para hacerse reelegir en noviembre, de la misma manera como lo usó como promesa electoral para ganar las elecciones en 2016. Es decir, acabaría con el fallo “Roe vs. Wade” sin que ese sea necesariamente el titular.
A los 22 años Norma McCorvey quedó embarazada por tercera vez y de un tercer hombre al que no amaba, como tampoco amó a los dos anteriores, pues era una mujer homosexual que aún no se reconocía públicamente como tal. Su primer hijo lo adoptó su mamá, el segundo también lo entregó en adopción y el tercer embarazo la sorprendió cuando su vida se derrumbaba, víctima de la drogadicción, la pobreza y la depresión. A mediados de 1970 y con cinco meses de embarazo, fue a dar a la oficina de dos jóvenes y ambiciosas abogadas en Dallas, que estaban sedientas de un caso como el suyo para desafiar la ley que prohibía el aborto en Texas. La repercusión del caso, que fue elevado a nivel nacional, tras muchas apelaciones en una corte estatal, llegó a la Corte Suprema de Justicia en Washington.
La demandante sería “Jane Roe” y el fiscal de Dallas, Henry Wade, representaría al Estado. Tres años más tarde, el alto tribunal falló a favor del derecho de la mujer de elegir si continuaba o no con un embarazo y aplicó para todo el país. Desde entonces, se estima que más de 55 millones de mujeres han abortado de manera legal. La ley no alcanzó a beneficiar a Norma, quien dio a luz a su tercer hijo, lo entregó en adopción y su vida continuó sumergida en el caos y la desesperación.
La norma que se debate en la Corte Suprema obligaría a las clínicas que realizan abortos en Luisana a estar a menos de 30 kilómetros de un hospital y a sus doctores a acreditarse en ese mismo lugar en caso de remitir una urgencia. Sin embargo, esa acreditación es casi imposible de lograr, pues se estima que menos de un 0,33 % de los abortos en el primer trimestre se complican, por lo que no es negocio ni para los hospitales ni para los médicos asumir el costo que conlleva cumplir con esa norma. Eso significa que las clínicas que practican abortos legales tendrían que cerrar.
Más allá de McCorvey y su triste historia, el fallo legal que lleva su seudónimo es un triunfo que las mujeres en ese país no se pueden dejar arrebatar. Lo que sucedió esta semana en Washington es un entramado político orquestado por hombres y sus leyes, y es importante descifrarlo para evitar que se retroceda medio siglo en una causa que nos atañe a todos: la del derecho de las mujeres de decidir sobre sus cuerpos y su futuro.
Donald Trump prometió que acabaría con el fallo de “Roe vs. Wade” cuando fue candidato la primera vez y con ese fin nombró a dos jueces, hombres, blancos, conservadores y antiaborto en la Corte Suprema compuesta por nueve magistrados. Alteró el balance del tribunal a su favor y espera que el fallo de la ley de Luisiana se haga poco antes de las elecciones en noviembre y le vuelva a significar votos. No es respetable explotar para efectos electorales algo tan delicado –y a veces tan doloroso– en la vida de una mujer como puede ser la decisión de abortar.
Lo irónico es que, de estar viva, Norma McCorvey probablemente apoyaría la campaña para reelegir a Trump. Murió de un infarto a los 69 años y sus últimos días los dedicó a la lucha antiaborto. “Jane Roe” se convirtió al catolicismo 10 años antes de su muerte y llamó su activismo a favor del aborto “el error más grande de su vida”. Es respetable su derecho a cambiar de opinión, como lo es también el de las mujeres de elegir qué hacer con sus cuerpos y con sus vidas ante la enorme responsabilidad que significa traer una criatura más al mundo.