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Yo no le llamo “La Española”. Le llamo “Quisqueya”, como la nombraban los indígenas taínos, exterminados tras la llegada invasora de los españoles. El territorio de la isla es compartido por dos Estados diferentes y República Dominicana es el único Estado americano que celebra su independencia de otro país del mismo continente: Haití.
Se dice que los tres países con mayor porcentaje de población afro en el “Abya Yala” (nombre que los indígenas cunas le daban al continente en cuestión) son Brasil, Estados Unidos y Colombia. Sin embargo, desde mi concepto, las dos naciones quisqueyanas deberían ocupar los primeros lugares.
Basta con caminar por las calles de Santo Domingo para evidenciar que la mayoría casi absoluta de su población es afro. También es evidente que, en términos generales, el color de su piel es más claro y eso los ha llevado a desarrollar potentes síntomas de colorismo y a convertirlos en parte de sus políticas nacionales.
Esto por medio de procesos intencionales de blanqueamiento fenotípico e identitario, los cuales llevaron a la población a reconocerse con etnónimos sin sentido como “indio claro” o “indio canela” y a dejarle el concepto “negro” a los descendientes directos de los haitianos o a los dominicanos de piel más oscura. Ellos, hoy más que nunca, viven las consecuencias de un feroz racismo anti haitiano y de un nacionalismo arcaico reforzado por la capacidad de muchos dominicanos de ver la realidad de una manera deformada. Y es que el racismo estructural nos enseña a creer en las mentiras difundidas por medio de la historiografía eurocentrada.
Los problemas raciales en Quisqueya no empezaron hace 10 años, cuando se aprobó la sentencia 168-13 de 2013, la cual se aplicó de manera retroactiva y dejó sin nacionalidad a unas 200.000 personas nacidas en República Dominicana de padres haitianos en situación de migración irregular. Esta crisis de apatridia (la más crítica en el hemisferio occidental) no es otra cosa que un síntoma contemporáneo de una realidad histórica directamente relacionada con el hecho de que Haití, una nación de africanos esclavizados, tuvo la osadía de dar su grito de independencia antes que cualquier otra de Améfrica Ladina (concepto acuñado por la académica afrobrasileña Leila González).
La historiografía eurocentrada a la que me refiero es la misma que no nos ha contado nada acerca de la historia de Haití y, al contrario, se ha encargado de mostrarnos únicamente la cara de la inestabilidad política, la falta de desarrollo económico y los desastres naturales. Han difundido sobre Haití los mismos estereotipos del continente africano (o “Alkebulan”, “El antiguo nombre de África y el único de origen indígena que significa “madre de la humanidad”).
En los libros de historiografía continental no se enseña que una de las principales causas de las independencias latinoamericanas fue la revolución de la entonces colonia francesa de Saint-Domingue, la cual se inició en 1791 y se consolidó en 1804. La independencia de Haití inspiró la erradicación de la esclavización en el resto del continente y del mundo. Líderes de esta, como Alexandre Petión, respaldaron la gesta de Simón Bolívar a quien entregaron armas y dinero bajo la promesa de abolir la esclavización una vez las naciones suramericanas alcanzaran sus independencias. Bolívar nunca cumplió.
En los colegios dominicanos se enseña una versión de la historia que glorifica a España y su catolicismo esclavista mientras desdibuja las glorias del único reino negro que estuvo en pie para principios del siglo XIX, mientras Alkebulan sufría los embates de la explotación europea a excepción de Etiopía, el único país de África que nunca fue esclavizado ni colonizado.
Los haitianos desafiaron el orden mundial de la época y demostraron que las naciones negras estaban dispuestas a alcanzar su libertad. Le arrancaron el blanco a la bandera de Francia en una afrenta que, aún hoy, el mundo occidentalista, no les perdona.
Haití fue castigada por Francia con deudas que le costaron toda posibilidad de desarrollo económico al mismo tiempo que se impuso sobre los dominicanos la salvaguardia de la idea de que Haití es una nación demoniaca cuyos pensamientos libertarios ponían en peligro el colonialismo en su génesis más pura.
Hoy los dominicanos no quieren ser negros (aunque, de hecho, lo sean) porque la negritud para ellos es sinónimo de haitianismo. Ver en la actualidad esta crisis de apatridia solo me recuerda el hecho de que el ejército negro de Haití venció al de Napoleón Bonaparte y eso el mundo nunca se los va a perdonar. Mucho menos República Dominicana.