Yerry Mina: por esto nos dolió lo que te hizo Álvaro Uribe
Edna Liliana Valencia Murillo
Querido Yerry: posiblemente me recuerdes. Nos conocimos hace un par de años en tu pueblo natal. Siempre lo he llamado “Guachené, el palenque del Pacífico”, por ser territorio de cimarronaje y resistencia afro. Allá en Guay (así le decimos de cariño) prevalecen apellidos africanos como Dinas, Mena, Aponzá, Lucumí, Ararat, Conto, Mezú, Ambuila, Casarán, Guasá, Carabalí, Angola y, por supuesto, el tuyo.
El apellido Mina tiene su origen en África Occidental y viene, en efecto, de una casta de expertos mineros que fueron secuestrados en la tierra madre y traídos por los colonos al Pacífico colombiano para trabajar en la extracción de minerales preciosos.
Bravos como pocos, muchos de ellos escapaban de lugares como la Hacienda Japió (una propiedad de antiguos esclavistas) hacia los montes o las selvas para conformar comunidades libres, kilombos que siguen vivos en la memoria genética de nuestra gente.
El municipio más joven del norte del Cauca conserva también un precioso fenotipo africano en la mayoría de su población. Perfectas pieles de ébano acompañan las facciones robustas de sus hombres y mujeres quienes, además, han aprendido a valorar sus cabellos naturales y son portadoras de una belleza digna, únicamente, de las guerreras Dahomey.
El orgullo por sus raíces africanas es generalizado entre la población guacheneseña. Se siente al caminar por esas calles que huelen a viche y a una libertad que les costó las vidas de sus ancestros y ancestras, a quienes recuerdan con máximo respeto.
Por eso amo profundamente la tierra en que naciste; y debo decir que también soy una gran admiradora de tu carrera deportiva. Has dado la pelea en el mundo del fútbol porque así te lo pide tu alma cimarrona, porque por tus venas corre sangre de africanos rebeldes que nunca se arrodillaron frente al esclavista.
Por eso me dolió esa imagen, Yerry. Me dolió ver a uno de los jugadores de la Selección Colombia que más admiro en esa posición de sumisión ante quien, claramente, representa el privilegio blanco, el poder político tradicional y la impunidad de la que goza la hegemonía acaudalada de nuestro país.
Me dolió ver a uno de los principales referentes afro del deporte colombiano actual en esa situación. Siendo manoseado por una clara idea de superioridad blanca que ha cabalgado las generaciones de la colombianidad subordinando a nuestra gente y jactándose de ello sin resquemor alguno, al punto de publicarlo en sus redes sociales como si fuera una graciosa maroma merecedora de aplausos.
¿En qué momento tu grandeza, indiscutiblemente negra, se convirtió en la excusa perfecta de un evidente racista para reducirte al lugar de su peón, de su mascota, de su buen esclavo? Ese que se ríe cuando lo maltratan y sabe ocupar muy bien su lugar de lacayo a cambio de cualquier favor o por el simple hecho de recibir menos latigazos que aquellos negros que sí mantuvieron la cabeza en alto y la dignidad bien puesta.
No se me olvida que eres la víctima en esta triste historia. Eres a quien pisotearon vilmente sin que se diera cuenta. Y eso, tal vez, es lo que más me duele: percibir que aún no has abierto los ojos de la prietitud y llevaste, sin querer, a tus ancestros de vuelta a la Hacienda Japio, o al Ubérrimo que, al final, es lo mismo.
Querido Yerry: posiblemente me recuerdes. Nos conocimos hace un par de años en tu pueblo natal. Siempre lo he llamado “Guachené, el palenque del Pacífico”, por ser territorio de cimarronaje y resistencia afro. Allá en Guay (así le decimos de cariño) prevalecen apellidos africanos como Dinas, Mena, Aponzá, Lucumí, Ararat, Conto, Mezú, Ambuila, Casarán, Guasá, Carabalí, Angola y, por supuesto, el tuyo.
El apellido Mina tiene su origen en África Occidental y viene, en efecto, de una casta de expertos mineros que fueron secuestrados en la tierra madre y traídos por los colonos al Pacífico colombiano para trabajar en la extracción de minerales preciosos.
Bravos como pocos, muchos de ellos escapaban de lugares como la Hacienda Japió (una propiedad de antiguos esclavistas) hacia los montes o las selvas para conformar comunidades libres, kilombos que siguen vivos en la memoria genética de nuestra gente.
El municipio más joven del norte del Cauca conserva también un precioso fenotipo africano en la mayoría de su población. Perfectas pieles de ébano acompañan las facciones robustas de sus hombres y mujeres quienes, además, han aprendido a valorar sus cabellos naturales y son portadoras de una belleza digna, únicamente, de las guerreras Dahomey.
El orgullo por sus raíces africanas es generalizado entre la población guacheneseña. Se siente al caminar por esas calles que huelen a viche y a una libertad que les costó las vidas de sus ancestros y ancestras, a quienes recuerdan con máximo respeto.
Por eso amo profundamente la tierra en que naciste; y debo decir que también soy una gran admiradora de tu carrera deportiva. Has dado la pelea en el mundo del fútbol porque así te lo pide tu alma cimarrona, porque por tus venas corre sangre de africanos rebeldes que nunca se arrodillaron frente al esclavista.
Por eso me dolió esa imagen, Yerry. Me dolió ver a uno de los jugadores de la Selección Colombia que más admiro en esa posición de sumisión ante quien, claramente, representa el privilegio blanco, el poder político tradicional y la impunidad de la que goza la hegemonía acaudalada de nuestro país.
Me dolió ver a uno de los principales referentes afro del deporte colombiano actual en esa situación. Siendo manoseado por una clara idea de superioridad blanca que ha cabalgado las generaciones de la colombianidad subordinando a nuestra gente y jactándose de ello sin resquemor alguno, al punto de publicarlo en sus redes sociales como si fuera una graciosa maroma merecedora de aplausos.
¿En qué momento tu grandeza, indiscutiblemente negra, se convirtió en la excusa perfecta de un evidente racista para reducirte al lugar de su peón, de su mascota, de su buen esclavo? Ese que se ríe cuando lo maltratan y sabe ocupar muy bien su lugar de lacayo a cambio de cualquier favor o por el simple hecho de recibir menos latigazos que aquellos negros que sí mantuvieron la cabeza en alto y la dignidad bien puesta.
No se me olvida que eres la víctima en esta triste historia. Eres a quien pisotearon vilmente sin que se diera cuenta. Y eso, tal vez, es lo que más me duele: percibir que aún no has abierto los ojos de la prietitud y llevaste, sin querer, a tus ancestros de vuelta a la Hacienda Japio, o al Ubérrimo que, al final, es lo mismo.