Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La primera de las anunciadas medidas que Rusia debe tomar ante la entrada de Finlandia a la OTAN es la de las proporciones de la nueva frontera con los países de esa organización. Frontera que se duplicó en longitud y completó el cerco tan temido por el jefe del Kremlin de Moscú, como consecuencia de su propio invento de agredir a Ucrania.
Con el respaldo de un amplio consenso nacional, Sanna Marin, saliente primera ministra de Finlandia, obtuvo que su país fuera incorporado de manera expedita como miembro de la OTAN. De ahora en adelante, quien agreda a Finlandia resultará automáticamente enfrentado también a los otros 30 países de la Alianza Atlántica.
El proceso tuvo algo de folclor, a cargo del presidente turco, que forma parte de la comparsa de personajes que acostumbran a pescar en río revuelto o quieren lucir como si tuvieran más importancia de la que en realidad revisten. Por lo cual el presidente finlandés tuvo que ir a Estambul a recibir el beneplácito para el acceso, que sigue pendiente para Suecia mientras no entregue a unos cuántos militantes de la oposición turca, principalmente kurdos, que viven en Estocolmo.
En cuanto a Rusia, causante de la solicitud de ingreso de Suecia y Finlandia a la Alianza, los finlandeses sí que conocen aquellos argumentos de imperio “peligrosamente asediado” que los gobernantes de Rusia han usado históricamente para ganar territorio, como si les asistiera el derecho divino de depredar a otros con tal de salvar a su madre patria. También conocen los postulados de designación de amigos o enemigos, escogidos por conveniencia arbitraria, sin tener en cuenta el derecho internacional, ni compromisos adquiridos, ni amistades o hermandades antiguas, ni anteriores modus vivendi.
Allá en el norte, norte, a lo largo de 1.300 kilómetros, Finlandia ha sido testigo, y también víctima, de las arremetidas ordenadas por “inspirados” jefes rusos, “visionarios providenciales”, encargados de escribir la historia a su manera, que fungen de clarividentes y cifran su orgullo y su honor en defender a su país de enemigos escogidos, para lo cual apelan a reclamar territorio de otros Estados como si fuera propio, mientras convencen a su gente de que es indispensable salvar la patria y ofrendar por ella la vida.
Bajo el zarismo, lo mismo que bajo el comunismo y el conservadurismo de ahora, la cuota de sacrificios humanos les ha correspondido a los siervos del imperio antiguo, a campesinos de regiones apartadas, y a soldados profesionales, cuando no a mercenarios, ideologizados para que crean estar librando la batalla definitiva de la historia. Seres de cuya vida se podía disponer, como sucedió en todas las guerras, y ahora se dispone por la confusa causa de “derrotar a los nazis ucranianos”, dirigidos por un judío, para que los soldados rusos de ahora, y sus familias, crean que están jugando un tiempo adicional de la Gran Guerra Patria, cuando derrotaron a Hitler.
En 1938, después de la “gran purga” que lo consolidó en el poder, Stalin se propuso reconquistar provincias de Finlandia que los zares alguna vez tomaron por la fuerza. Oportunista reconocimiento de las glorias de los antiguos opresores de su pueblo. Finlandia tenía que darle parte de su territorio, con la promesa de reponerle tierra en otras partes, porque necesitaba espacio para proteger la ciudad de San Petersburgo, que pasó a llamarse, efímeramente, Leningrado. De nada valía la antigua neutralidad finlandesa. La calificación de los gobernantes de entonces en Finlandia coincide con la que ahora usa Vladimir Vladimirovich contra los de Ucrania: “viciosos reaccionarios fascistas”.
Como quiera que en Helsinki no aceptaron las exigencias, Stalin ordenó la invasión de Finlandia. Unos dicen que la idea era tan solo conseguir “espacio de protección”. Pobrecito. Otros decían que se trataba de fundar un régimen títere como los de varios países de la Europa Oriental. Todo mientras el propio Stalin, a través de Molotov, negociaba sobre territorios ajenos, incluso en Finlandia, en los protocolos secretos del famoso tratado de no agresión entre la Alemania nazi y la Rusia soviética, firmado por ambas partes con la idea de traicionar después a la otra, como sucedió.
El ataque ruso a Finlandia fue al comienzo una tragedia. Los finlandeses, en su hábitat del invierno nórdico, a temperaturas de menos 49 grados, rompieron las filas invasoras como lo hicieron ahora los ucranianos para evitar la toma de Kiev. Las bajas soviéticas, de soldados rusos y ucranianos, fueron enormes, como ahora las rusas. Entonces se retiraron y en una nueva arremetida Finlandia fue obligada a ceder el 8 % de su territorio. Por la violación abierta del derecho internacional, Rusia fue expulsada de la Sociedad de Naciones. Finlandia “la sacó barata”, se ha dicho, pues sobrevivió y volvió a su antigua neutralidad, que mantuvo magistralmente a lo largo de la Guerra Fría y que se ha visto obligada a abandonar ahora, por temor a que la Rusia de nuestro tiempo, reminiscente de las ideas de los Zares, se lance en su contra.
A la luz de la experiencia de Finlandia, hace más de 80 años, en Europa Oriental estiman que, aún si Ucrania hubiera sido neutral, el jefe actual del Kremlin de Moscú habría ordenado el ataque en febrero del año pasado, en virtud del mismo síndrome de imperio asediado que lucha por su supervivencia, porque así lo ve desde la altura de su escritorio.
Entre tanto, en Finlandia, como en otras partes, sobrevive la diferencia entre la desconfianza hacia los gobernantes de turno en Rusia y el aprecio y el respeto por los rusos y sus escritores, músicos y poetas, que han escudriñado el alma humana y la han sabido presentar para que se pueda aprender de las fuentes de su obra. A comprenderlos y apreciarlos les ha llevado además la condición de vecinos en esos parajes que van del Golfo de Finlandia al Océano Glacial Ártico. Tal vez a los finlandeses sería bueno aprenderles cómo manejar el alma rusa. Algo en lo cual Occidente se ha equivocado de manera reiterada, no de ahora sino desde siempre.
Si el presidente ruso de hoy quería alejar a la OTAN, y poner punto final al cerco occidental del que se considera víctima, terminó propiciando su ampliación. Si pensaba asustar al mundo con amenazas contra quien ayudara a los ucranianos o se manifestara en favor la OTAN, no asustó a nadie, y mucho menos a los finlandeses, que no tienen problema con el pueblo ruso, aunque ya han tenido que lidiar con las “travesuras” de sus autócratas. La entrada de Finlandia a la OTAN es una derrota ostensible para Moscú. Si había amenazado con retaliar, queda claro que no puede, y esa es otra derrota. Si en un año no pudo derrotar a Ucrania, ¿cuánto tiempo le tomaría derrotar a la OTAN?