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                                                                                                                                Palabras como misiles

                                                                                                                                Por precario que sea el orden internacional de nuestros días, es mejor intentar arreglarlo que destruirlo. Ya sabemos que, para nadie, las cosas son como se esperaba al término de la Guerra Fría. Ni el fin de la historia ni la primacía perenne del modelo que se creyó ganador de esa contienda. Ni bipolaridad ni multipolaridad estables y reconocidas. Más bien aguas revueltas con pescadores listos a sacar el mejor provecho. Muchos aspirantes nuevos a roles protagónicos. Liderazgo errático o insuficiente en las potencias tradicionales. Retorno al libre reparto del juego, y más amenaza de anarquía que esperanza de sosiego.

                                                                                                                                La invasión a Ucrania, que forma parte de la misma saga de las Guerras del Golfo y la invasión de Afganistán, protagonizadas por las potencias occidentales que ahora se quejan de la acción violenta del presidente ruso, vino a desatar una nueva oleada de agresividad transfronteriza que le hace mucho mal a la paz del mundo. No necesariamente a la paz como ausencia de guerra típica, sino a esa paz de los espíritus y esa confianza que deben tener los diferentes pueblos del mundo en la mesura de sus dirigentes, que en lugar de garantizar el mayor bienestar posible han dado rienda suelta a nuevos recuentos de la historia, a su manera.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Al tiempo que el presidente ruso ordenaba bombardear la capital ucraniana, que aspiraba a ocupar en unos días, le mentía a su pueblo con salvas de “verdades” hechas a la medida de su proyecto delirante de defensor de la patria ante el nazismo supuestamente liderado por un judío. Lanzaba también palabras amenazantes contra todo aquel que osara ayudar a Ucrania, y hacía volar por el globo entero los misiles verbales que representa la mención del eventual uso de su armamento nuclear. Toda una guerra de palabras, paralela a la de los misiles de verdad que han destruido ciudades enteras, con todo lo que en ellas haya, tal como ya lo hicieron los rusos en Chechenia. Mire cualquier no más las fotografías, que hablan por sí solas.

                                                                                                                                Diferentes hechos, en uno y otro lugar del mundo, han demostrado que el lanzamiento de misiles verbales es contagioso. Toda una serie de personajes, inclusive de segundo orden, han resultado metidos en los asuntos internos de otros países para descalificar de manera indebida las acciones u omisiones de gobernantes ajenos. Cuando no les ha dado por obrar con el ánimo pseudo pedagógico de dar lecciones. Todo para agitar pasiones y sembrar nuevos pleitos allí donde sería mejor dejar que cada quien haga lo que pueda.

                                                                                                                                De manera que han aparecido una cantidad de beligerantes que, al tiempo que se autodefinen como promotores de la paz, son verdaderos lanzamisiles de la guerra de las palabras. Algo que sería inocuo si fuese posible desconocer el poder enorme de la palabra para sembrar sentimientos de distinta naturaleza y causar perjuicios en el ánimo de sociedades enteras, propias y ajenas, que entran en estado de zozobra ante el espectáculo de unos personajes investidos de poder que dicen lo que les viene a la cabeza al interpretar la historia, la geografía, o los procesos políticos y la forma como otros han decidido, bien o mal, organizarse.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La afirmación de Lu, por irrelevante que parezca ante la contundencia de los hechos, equivale a haber lanzado misiles que cruzaron el cielo de los países bálticos, con las consecuencias normales de una amenaza letal contra su existencia y una falta de respeto por su decisión de recuperar la independencia que alguna vez perdieron a manos de los soviéticos.

                                                                                                                                Hace cuarenta años, en la capital griega, presentaron una exposición, libre de señalamientos políticos, que resaltaba la identidad propia de los pueblos del Báltico. “Más allá de los eslavos”, rezaba uno de los posters de invitación a visitarla. Era, una vez más, el reconocimiento inocente y verídico de la existencia de esos países, para entonces ocupados por la fuerza siguiendo órdenes de Stalin, con el fin de asegurar la ampliación de la salida de Rusia al mar Báltico. Naciones con su propia historia de comerciantes y navegantes, independientes, dueños de sus propias lenguas y protagonistas de su propia historia al ritmo de una cultura diferenciada de la de los pueblos eslavos que les rodean.

                                                                                                                                El drama de la ocupación violenta de esos pequeños países por parte del poder soviético en expansión, que trasladó de hecho su frontera hasta el centro de Europa, quedó eclipsado por todas las décadas durante las cuales Letonia, Estonia y Lituania fueron, a la fuerza, “Repúblicas Socialistas Soviéticas”. Hasta que, a la primera oportunidad, cuando quebró del sistema impuesto desde Moscú hacia los países de la periferia rusa en todas direcciones, fueron precisamente los bálticos los primeros en declarar su independencia. Movimiento seguido de su solicitud de integración al bloque occidental de la Unión Europea y de la OTAN. Todo como medida de prevención para que no les fuera a pasar lo que ahora le vino a suceder a Ucrania.

                                                                                                                                China tiene un servicio exterior profesional, prudente, serio y disciplinado, motivo por el cual la salida en falso del embajador Lu no deja de producir preocupaciones y sospechas. Ojalá se trate del desvarío espontáneo e inconsulto de un agente diplomático que pudo haber perdido el rumo y desconocido las orientaciones de su cancillería. Pero, aun así, también le ha hecho daño a la intención china de jugar un papel definitivo en la búsqueda de la paz en Ucrania, y esa no es una buena noticia. Los buenos mediadores deben ser de verdad imparciales, y cuando aparecen manchas en sus credenciales no se puede esperar mucho de ellos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Para un mundo cargado de preocupaciones por la recuperación después del embate de la pandemia, por la apelación a la fuerza para tramitar aspiraciones de líderes alucinados, y por esa soltura verbal que afecta el alma de los pueblos, resulta grave que se extienda el contagio de la palabrería irrespetuosa y ofensiva en las relaciones internacionales. Sería mucho mejor que todo el que quiera opinar, influir, criticar o proponer, lo haga en un lenguaje desprovisto de ánimo destructivo, disociador y pendenciero, que ha sido siempre ese viento que anuncia la llegada de las tormentas.

                                                                                                                                Por precario que sea el orden internacional de nuestros días, es mejor intentar arreglarlo que destruirlo. Ya sabemos que, para nadie, las cosas son como se esperaba al término de la Guerra Fría. Ni el fin de la historia ni la primacía perenne del modelo que se creyó ganador de esa contienda. Ni bipolaridad ni multipolaridad estables y reconocidas. Más bien aguas revueltas con pescadores listos a sacar el mejor provecho. Muchos aspirantes nuevos a roles protagónicos. Liderazgo errático o insuficiente en las potencias tradicionales. Retorno al libre reparto del juego, y más amenaza de anarquía que esperanza de sosiego.

                                                                                                                                La invasión a Ucrania, que forma parte de la misma saga de las Guerras del Golfo y la invasión de Afganistán, protagonizadas por las potencias occidentales que ahora se quejan de la acción violenta del presidente ruso, vino a desatar una nueva oleada de agresividad transfronteriza que le hace mucho mal a la paz del mundo. No necesariamente a la paz como ausencia de guerra típica, sino a esa paz de los espíritus y esa confianza que deben tener los diferentes pueblos del mundo en la mesura de sus dirigentes, que en lugar de garantizar el mayor bienestar posible han dado rienda suelta a nuevos recuentos de la historia, a su manera.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Al tiempo que el presidente ruso ordenaba bombardear la capital ucraniana, que aspiraba a ocupar en unos días, le mentía a su pueblo con salvas de “verdades” hechas a la medida de su proyecto delirante de defensor de la patria ante el nazismo supuestamente liderado por un judío. Lanzaba también palabras amenazantes contra todo aquel que osara ayudar a Ucrania, y hacía volar por el globo entero los misiles verbales que representa la mención del eventual uso de su armamento nuclear. Toda una guerra de palabras, paralela a la de los misiles de verdad que han destruido ciudades enteras, con todo lo que en ellas haya, tal como ya lo hicieron los rusos en Chechenia. Mire cualquier no más las fotografías, que hablan por sí solas.

                                                                                                                                Diferentes hechos, en uno y otro lugar del mundo, han demostrado que el lanzamiento de misiles verbales es contagioso. Toda una serie de personajes, inclusive de segundo orden, han resultado metidos en los asuntos internos de otros países para descalificar de manera indebida las acciones u omisiones de gobernantes ajenos. Cuando no les ha dado por obrar con el ánimo pseudo pedagógico de dar lecciones. Todo para agitar pasiones y sembrar nuevos pleitos allí donde sería mejor dejar que cada quien haga lo que pueda.

                                                                                                                                De manera que han aparecido una cantidad de beligerantes que, al tiempo que se autodefinen como promotores de la paz, son verdaderos lanzamisiles de la guerra de las palabras. Algo que sería inocuo si fuese posible desconocer el poder enorme de la palabra para sembrar sentimientos de distinta naturaleza y causar perjuicios en el ánimo de sociedades enteras, propias y ajenas, que entran en estado de zozobra ante el espectáculo de unos personajes investidos de poder que dicen lo que les viene a la cabeza al interpretar la historia, la geografía, o los procesos políticos y la forma como otros han decidido, bien o mal, organizarse.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La afirmación de Lu, por irrelevante que parezca ante la contundencia de los hechos, equivale a haber lanzado misiles que cruzaron el cielo de los países bálticos, con las consecuencias normales de una amenaza letal contra su existencia y una falta de respeto por su decisión de recuperar la independencia que alguna vez perdieron a manos de los soviéticos.

                                                                                                                                Hace cuarenta años, en la capital griega, presentaron una exposición, libre de señalamientos políticos, que resaltaba la identidad propia de los pueblos del Báltico. “Más allá de los eslavos”, rezaba uno de los posters de invitación a visitarla. Era, una vez más, el reconocimiento inocente y verídico de la existencia de esos países, para entonces ocupados por la fuerza siguiendo órdenes de Stalin, con el fin de asegurar la ampliación de la salida de Rusia al mar Báltico. Naciones con su propia historia de comerciantes y navegantes, independientes, dueños de sus propias lenguas y protagonistas de su propia historia al ritmo de una cultura diferenciada de la de los pueblos eslavos que les rodean.

                                                                                                                                El drama de la ocupación violenta de esos pequeños países por parte del poder soviético en expansión, que trasladó de hecho su frontera hasta el centro de Europa, quedó eclipsado por todas las décadas durante las cuales Letonia, Estonia y Lituania fueron, a la fuerza, “Repúblicas Socialistas Soviéticas”. Hasta que, a la primera oportunidad, cuando quebró del sistema impuesto desde Moscú hacia los países de la periferia rusa en todas direcciones, fueron precisamente los bálticos los primeros en declarar su independencia. Movimiento seguido de su solicitud de integración al bloque occidental de la Unión Europea y de la OTAN. Todo como medida de prevención para que no les fuera a pasar lo que ahora le vino a suceder a Ucrania.

                                                                                                                                China tiene un servicio exterior profesional, prudente, serio y disciplinado, motivo por el cual la salida en falso del embajador Lu no deja de producir preocupaciones y sospechas. Ojalá se trate del desvarío espontáneo e inconsulto de un agente diplomático que pudo haber perdido el rumo y desconocido las orientaciones de su cancillería. Pero, aun así, también le ha hecho daño a la intención china de jugar un papel definitivo en la búsqueda de la paz en Ucrania, y esa no es una buena noticia. Los buenos mediadores deben ser de verdad imparciales, y cuando aparecen manchas en sus credenciales no se puede esperar mucho de ellos.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Ver todas las noticias
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