Por entre las fisuras de las divisiones y mezquindades de los actores políticos, los jóvenes encuentran oportunidad de aportar una mirada fresca del futuro. Si bien carecen de los referentes que provienen de la experiencia, y de consensos y fracasos coyunturales que pertenecen al pasado, su voz debe ser escuchada, pues las naciones deben contar con ellos para proyectar su destino, y ayudarles a que se prepararen para asumir el relevo en su liderazgo. De ahí que, en cuanto se manifiesten con argumentos sólidos, es obligatorio tenerlos en cuenta. Del diálogo con ellos se pueden derivar algunas de las claves para descifrar los enigmas del porvenir.
El líder ostentoso de la extrema derecha italiana se ha llevado la sorpresa de que sus contradictores más contundentes no son ya sus tradicionales oponentes políticos, sino miles de jovencitos que resolvieron ocupar las plazas bajo el símbolo de la sardina. Los animadores del movimiento juvenil sacan provecho de la apariencia y la condición inofensiva de esos pequeños peces, que caben fácilmente enteros en una lata, para denotar la fuerza de los más vulnerables, cuando deciden unirse y ocupar de manera pacífica cualquier espacio. Mensaje que orientan no solamente contra un movimiento político que desean rechazar, sino contra la violencia, cuya presencia en los escenarios políticos termina por pervertir las causas democráticas.
Hasta hace poco, Matteo Salvini, jefe de la Liga del Norte, que aspira a retornar al poder, ahora sin sus antiguos socios del Movimiento Cinco Estrellas, se sentía como en las primeras etapas de una marcha triunfal. Presidiendo manifestaciones aquí allí, desde el confort de la independencia para decir lo que se le viniera a la cabeza, aparentemente veía que podría llegar a ser el político más poderoso de Italia, centrado su proyecto político en la reivindicación nacionalista, como lo hacen sus émulos de la extrema derecha en otros países de Europa, en su protesta contra el flujo migratorio proveniente de Africa.
Su principal argumento, falaz pero contundente, en el sentido de que la inmigración sería resultado y expresión de un plan orientado a desplazar la fuerza laboral europea, que terminaría reemplazada por personas provenientes de lugares, razas y culturas foráneas, no ha dejado de congregar adeptos, ante una situación de incertidumbre por las necesidades de fuerza laboral en países de población decreciente, que al tiempo son objeto de la ambición de millones de seres humanos que aspiran a beneficiarse de los adelantos de toda índole que ostentan naciones que hace no mucho se hicieron pasar ante el mundo entero como sociedades con los problemas resueltos.
Después de fracasar en el intento de quedarse con el gobierno, al disolver su alianza con el Movimiento Cinco Estrellas, y de dejar a un lado la idea original de separar al norte de Italia del resto del país, con particular desprecio por Nápoles y Sicilia, las propuestas de Salvini, que llevan ecos de la música de Trump y de Le Pen y otros, coinciden con las de otros que no creen en la unidad de los europeos bajo las formas institucionales de ahora.
Todo habría podido calcular Salvini, conforme a su forma arcaica de entender la política y la sociedad, que de la nada salieran miles de jóvenes a hacerle la oposición que no han podido convertir en realidad, hasta ahora, los demás partidos del espectro político. No contaba con que los más eficientes e ingeniosos a la hora de denunciar su proyecto fuesen los jóvenes, que suelen encarnar una visión fresca del contexto histórico. Las encuestas indican que, hoy por hoy, la fuerza opositora más fuerte y promisoria, en contra de sus propuestas ante el electorado, está representada en el movimiento de las sardinas.
En una noche de insomnio, Roberto Moratti, Giulia Trappoloni y Andrea Gareffa, todos profesionales de treinta años, llegaron a la conclusión de que era preciso contrarrestar el avance vertiginoso de la Liga de Salvini, que había convocado a una manifestación “apoteósica” en una plaza de Bolonia, tradicional escenario de la izquierda italiana, con el ánimo de demostrar la contundencia de su nueva extrema derecha. La apelación que hicieron, transmitida por las redes sociales, fue sencilla: “sin bandera de partido, sin fiesta, sin insultos, crea tu propia sardina y participa, en silencio como los peces, en la protesta contra la retórica populista de la Liga”. La idea era llenar de antemano, en lo posible, una plaza alternativa, más grande, con muchachos empacados en ella, silenciosos y apretujados como sardinas.
El resultado fue superior a las expectativas. Congregó más gente que la esperada, y representó una especie de insurgencia juvenil contra el populismo de la extrema derecha italiana, frente a la cual hasta ahora los partidos tradicionales no han encontrado un discurso suficientemente atractivo y mucho menos eficiente en cuanto a capacidad de movilización popular.
A partir de Bolonia, el fenómeno se ha vuelto nacional. La experiencia ha sido exitosa en Modena, Génova y Florencia, con la perspectiva de una manifestación gigantesca de gente con sardinas de cartón en la mano, en Roma, el 14 de diciembre. Así, donde Salvini quiera ir encontrará sardinas empacadas en una plaza que le haga competencia a su manifestación, apretadas, numerosas y silenciosas, en elocuente demostración de prudencia y rechazo, que apenas salen del silencio para entonar “Bella Ciao”, la legendaria canción de la resistencia antifascista.
Es la fuerza de una juventud anhelante de superar las viejas divisiones y el radicalismo que enturbian el ambiente de la vida política. Es un golpe de autoridad expresado con sencillez por parte de quienes serán actos principales de la vida pública de aquí en adelanta. Claro que falta ver el efecto que el movimiento pueda tener, por ahora, en los resultados electorales de los primeros meses de 2020, cuando se lleven a cabo elecciones regionales.
La acción no violenta de los bancos de sardinas vuelve a demostrar que no hay fuerza más poderosa que la razón basada en la tolerancia y el respeto por los derechos de los demás. Por eso ha sido hasta ahora recibida con interés y entusiasmo en otros países, pues la acción política orientada con imaginación y creatividad produce mejores resultados que la confrontación destructiva.
Ejemplo interesante para países en donde es preciso que los jóvenes participen adecuadamente en la búsqueda de consensos sobre propósitos nacionales, a la que deben aportar elementos renovadores y consideraciones propias del futuro, y no del pasado. En lugar de sumarse a una tradición propia del siglo XIX, cuando los gobiernos se encerraban a dar órdenes, y los que se quedaban por fuera del poder organizaban levantamientos, y buscaban recuperar, por razón o la fuerza, lo que perdieron en las urnas.
Por entre las fisuras de las divisiones y mezquindades de los actores políticos, los jóvenes encuentran oportunidad de aportar una mirada fresca del futuro. Si bien carecen de los referentes que provienen de la experiencia, y de consensos y fracasos coyunturales que pertenecen al pasado, su voz debe ser escuchada, pues las naciones deben contar con ellos para proyectar su destino, y ayudarles a que se prepararen para asumir el relevo en su liderazgo. De ahí que, en cuanto se manifiesten con argumentos sólidos, es obligatorio tenerlos en cuenta. Del diálogo con ellos se pueden derivar algunas de las claves para descifrar los enigmas del porvenir.
El líder ostentoso de la extrema derecha italiana se ha llevado la sorpresa de que sus contradictores más contundentes no son ya sus tradicionales oponentes políticos, sino miles de jovencitos que resolvieron ocupar las plazas bajo el símbolo de la sardina. Los animadores del movimiento juvenil sacan provecho de la apariencia y la condición inofensiva de esos pequeños peces, que caben fácilmente enteros en una lata, para denotar la fuerza de los más vulnerables, cuando deciden unirse y ocupar de manera pacífica cualquier espacio. Mensaje que orientan no solamente contra un movimiento político que desean rechazar, sino contra la violencia, cuya presencia en los escenarios políticos termina por pervertir las causas democráticas.
Hasta hace poco, Matteo Salvini, jefe de la Liga del Norte, que aspira a retornar al poder, ahora sin sus antiguos socios del Movimiento Cinco Estrellas, se sentía como en las primeras etapas de una marcha triunfal. Presidiendo manifestaciones aquí allí, desde el confort de la independencia para decir lo que se le viniera a la cabeza, aparentemente veía que podría llegar a ser el político más poderoso de Italia, centrado su proyecto político en la reivindicación nacionalista, como lo hacen sus émulos de la extrema derecha en otros países de Europa, en su protesta contra el flujo migratorio proveniente de Africa.
Su principal argumento, falaz pero contundente, en el sentido de que la inmigración sería resultado y expresión de un plan orientado a desplazar la fuerza laboral europea, que terminaría reemplazada por personas provenientes de lugares, razas y culturas foráneas, no ha dejado de congregar adeptos, ante una situación de incertidumbre por las necesidades de fuerza laboral en países de población decreciente, que al tiempo son objeto de la ambición de millones de seres humanos que aspiran a beneficiarse de los adelantos de toda índole que ostentan naciones que hace no mucho se hicieron pasar ante el mundo entero como sociedades con los problemas resueltos.
Después de fracasar en el intento de quedarse con el gobierno, al disolver su alianza con el Movimiento Cinco Estrellas, y de dejar a un lado la idea original de separar al norte de Italia del resto del país, con particular desprecio por Nápoles y Sicilia, las propuestas de Salvini, que llevan ecos de la música de Trump y de Le Pen y otros, coinciden con las de otros que no creen en la unidad de los europeos bajo las formas institucionales de ahora.
Todo habría podido calcular Salvini, conforme a su forma arcaica de entender la política y la sociedad, que de la nada salieran miles de jóvenes a hacerle la oposición que no han podido convertir en realidad, hasta ahora, los demás partidos del espectro político. No contaba con que los más eficientes e ingeniosos a la hora de denunciar su proyecto fuesen los jóvenes, que suelen encarnar una visión fresca del contexto histórico. Las encuestas indican que, hoy por hoy, la fuerza opositora más fuerte y promisoria, en contra de sus propuestas ante el electorado, está representada en el movimiento de las sardinas.
En una noche de insomnio, Roberto Moratti, Giulia Trappoloni y Andrea Gareffa, todos profesionales de treinta años, llegaron a la conclusión de que era preciso contrarrestar el avance vertiginoso de la Liga de Salvini, que había convocado a una manifestación “apoteósica” en una plaza de Bolonia, tradicional escenario de la izquierda italiana, con el ánimo de demostrar la contundencia de su nueva extrema derecha. La apelación que hicieron, transmitida por las redes sociales, fue sencilla: “sin bandera de partido, sin fiesta, sin insultos, crea tu propia sardina y participa, en silencio como los peces, en la protesta contra la retórica populista de la Liga”. La idea era llenar de antemano, en lo posible, una plaza alternativa, más grande, con muchachos empacados en ella, silenciosos y apretujados como sardinas.
El resultado fue superior a las expectativas. Congregó más gente que la esperada, y representó una especie de insurgencia juvenil contra el populismo de la extrema derecha italiana, frente a la cual hasta ahora los partidos tradicionales no han encontrado un discurso suficientemente atractivo y mucho menos eficiente en cuanto a capacidad de movilización popular.
A partir de Bolonia, el fenómeno se ha vuelto nacional. La experiencia ha sido exitosa en Modena, Génova y Florencia, con la perspectiva de una manifestación gigantesca de gente con sardinas de cartón en la mano, en Roma, el 14 de diciembre. Así, donde Salvini quiera ir encontrará sardinas empacadas en una plaza que le haga competencia a su manifestación, apretadas, numerosas y silenciosas, en elocuente demostración de prudencia y rechazo, que apenas salen del silencio para entonar “Bella Ciao”, la legendaria canción de la resistencia antifascista.
Es la fuerza de una juventud anhelante de superar las viejas divisiones y el radicalismo que enturbian el ambiente de la vida política. Es un golpe de autoridad expresado con sencillez por parte de quienes serán actos principales de la vida pública de aquí en adelanta. Claro que falta ver el efecto que el movimiento pueda tener, por ahora, en los resultados electorales de los primeros meses de 2020, cuando se lleven a cabo elecciones regionales.
La acción no violenta de los bancos de sardinas vuelve a demostrar que no hay fuerza más poderosa que la razón basada en la tolerancia y el respeto por los derechos de los demás. Por eso ha sido hasta ahora recibida con interés y entusiasmo en otros países, pues la acción política orientada con imaginación y creatividad produce mejores resultados que la confrontación destructiva.
Ejemplo interesante para países en donde es preciso que los jóvenes participen adecuadamente en la búsqueda de consensos sobre propósitos nacionales, a la que deben aportar elementos renovadores y consideraciones propias del futuro, y no del pasado. En lugar de sumarse a una tradición propia del siglo XIX, cuando los gobiernos se encerraban a dar órdenes, y los que se quedaban por fuera del poder organizaban levantamientos, y buscaban recuperar, por razón o la fuerza, lo que perdieron en las urnas.