La segregación urbana: el caso de Ciudad Mallorquín en Barranquilla
El Grupo Argos está desarrollando desde 2020 un enorme proyecto urbano en el municipio de Puerto Colombia en tierras que había adquirido hace cinco o seis décadas para extraer caliza, materia prima básica del cemento. Por su excelente ubicación frente al mar, los terrenos podrían haberse dedicado totalmente a mansiones de clase alta, pero Argos optó por un modelo distinto: construir una ciudad integral con viviendas para varios estratos sociales, llamada Ciudad Mallorquín.
Un proyecto mucho más ambicioso desde todo punto de vista, empezando por la complejidad del proceso de planificación urbana y el monto de las inversiones en adaptación del terreno, construcción de vías y toda la red de servicios. E incluyendo, además, la edificación y puesta en funcionamiento de, por lo menos, un colegio, una caja de compensación que prestará diversos servicios de salud y recreación, una iglesia, establecimientos comerciales y, quizás más adelante, oficinas y hoteles.
En lugar de unas grandes mansiones para unas pocas familias, en Ciudad Mallorquín habitarán unas 16.000 familias, en edificios rodeados de miles de árboles y 13 hectáreas de zonas verdes. Ciudad Mallorquín dará empleo a algunos de sus habitantes, ya que en total se crearán inicialmente más de 1.000 empleos permanentes y a la larga varias veces más, a juzgar por la experiencia de otros desarrollos urbanísticos del Grupo Argos en la zona. Quienes tengan sus trabajos en otros lugares podrán hacer uso de los servicios de transporte público integrados con el sistema de Barranquilla. Les tomará por lo menos una hora menos llegar a sus trabajos en algún punto del distrito que si vivieran en Soledad. Sería una enorme mejora en su calidad de vida.
Pero la posibilidad de que gente de clase media o baja de Soledad o de otros lugares se venga a vivir a Ciudad Mallorquín ha producido rechazo en la alta sociedad barranquillera, que preferiría que toda esa zona de la ciudad fuera exclusividad de los ricos.
Los ataques han sido múltiples y han puesto a prueba todos los aspectos legales y regulatorios del proyecto. Lo que no ha estado mal, pues, quizás por primera vez en cualquier lugar del país, la organización departamental que aglutina todos los gremios –el Comité Intergremial Atlántico— ha declarado que el proyecto “está ajustado a la legalidad y cumple con todos los requisitos establecidos para la aprobación y ejecución de este tipo de desarrollos urbanos y de vivienda”. Por si las dudas, ha agregado que el proyecto cumple “con toda la normatividad en materia de prestación de los servicios de suministro de agua potable y de manejo de aguas residuales a través de sus sistemas de acueducto y alcantarillado”. Puesto que también había temores de congestión, ha aclarado que el Sistema Inteligente de Transporte Urbano (SIBUS) está en capacidad de atender la demanda de usuarios que generará Ciudad Mallorquín.
El rechazo elitista de este proyecto es un caso paradigmático de “nempismo” —”no en mi patio de atrás” (NEMPA)—. En algunas de las grandes ciudades de Estados Unidos, como San Francisco, el nempismo ha sido la principal razón del déficit de vivienda, con todas sus calamitosas consecuencias: desplazamiento de las clases medias y bajas a municipios de albergue, congestión vehicular, vagabundos y carpas en las calles y zonas verdes. Como consecuencia de todo esto, decaimiento del comercio, los negocios y el valor de las propiedades en la ciudad. Es decir, justo lo contrario de lo que buscaban los ricos y por una razón obvia: la alta calidad de vida de los ricos depende de los servicios que les prestan las clases trabajadoras.
El nempismo no había tenido una expresión tan clara antes en Colombia porque las ciudades no habían sido muy efectivas en hacer realidad la planificación urbana. Los viejos planes urbanos, si los había, no contemplaban las necesidades de los pobres. A cambio de esto, las autoridades toleraban los barrios de invasión y los desarrollos urbanos informales, siempre que fueran lejos de los barrios de los ricos. De ahí la alarmante segregación espacial de las ciudades colombianas, que Barranquilla está tratando de corregir.
El Grupo Argos está desarrollando desde 2020 un enorme proyecto urbano en el municipio de Puerto Colombia en tierras que había adquirido hace cinco o seis décadas para extraer caliza, materia prima básica del cemento. Por su excelente ubicación frente al mar, los terrenos podrían haberse dedicado totalmente a mansiones de clase alta, pero Argos optó por un modelo distinto: construir una ciudad integral con viviendas para varios estratos sociales, llamada Ciudad Mallorquín.
Un proyecto mucho más ambicioso desde todo punto de vista, empezando por la complejidad del proceso de planificación urbana y el monto de las inversiones en adaptación del terreno, construcción de vías y toda la red de servicios. E incluyendo, además, la edificación y puesta en funcionamiento de, por lo menos, un colegio, una caja de compensación que prestará diversos servicios de salud y recreación, una iglesia, establecimientos comerciales y, quizás más adelante, oficinas y hoteles.
En lugar de unas grandes mansiones para unas pocas familias, en Ciudad Mallorquín habitarán unas 16.000 familias, en edificios rodeados de miles de árboles y 13 hectáreas de zonas verdes. Ciudad Mallorquín dará empleo a algunos de sus habitantes, ya que en total se crearán inicialmente más de 1.000 empleos permanentes y a la larga varias veces más, a juzgar por la experiencia de otros desarrollos urbanísticos del Grupo Argos en la zona. Quienes tengan sus trabajos en otros lugares podrán hacer uso de los servicios de transporte público integrados con el sistema de Barranquilla. Les tomará por lo menos una hora menos llegar a sus trabajos en algún punto del distrito que si vivieran en Soledad. Sería una enorme mejora en su calidad de vida.
Pero la posibilidad de que gente de clase media o baja de Soledad o de otros lugares se venga a vivir a Ciudad Mallorquín ha producido rechazo en la alta sociedad barranquillera, que preferiría que toda esa zona de la ciudad fuera exclusividad de los ricos.
Los ataques han sido múltiples y han puesto a prueba todos los aspectos legales y regulatorios del proyecto. Lo que no ha estado mal, pues, quizás por primera vez en cualquier lugar del país, la organización departamental que aglutina todos los gremios –el Comité Intergremial Atlántico— ha declarado que el proyecto “está ajustado a la legalidad y cumple con todos los requisitos establecidos para la aprobación y ejecución de este tipo de desarrollos urbanos y de vivienda”. Por si las dudas, ha agregado que el proyecto cumple “con toda la normatividad en materia de prestación de los servicios de suministro de agua potable y de manejo de aguas residuales a través de sus sistemas de acueducto y alcantarillado”. Puesto que también había temores de congestión, ha aclarado que el Sistema Inteligente de Transporte Urbano (SIBUS) está en capacidad de atender la demanda de usuarios que generará Ciudad Mallorquín.
El rechazo elitista de este proyecto es un caso paradigmático de “nempismo” —”no en mi patio de atrás” (NEMPA)—. En algunas de las grandes ciudades de Estados Unidos, como San Francisco, el nempismo ha sido la principal razón del déficit de vivienda, con todas sus calamitosas consecuencias: desplazamiento de las clases medias y bajas a municipios de albergue, congestión vehicular, vagabundos y carpas en las calles y zonas verdes. Como consecuencia de todo esto, decaimiento del comercio, los negocios y el valor de las propiedades en la ciudad. Es decir, justo lo contrario de lo que buscaban los ricos y por una razón obvia: la alta calidad de vida de los ricos depende de los servicios que les prestan las clases trabajadoras.
El nempismo no había tenido una expresión tan clara antes en Colombia porque las ciudades no habían sido muy efectivas en hacer realidad la planificación urbana. Los viejos planes urbanos, si los había, no contemplaban las necesidades de los pobres. A cambio de esto, las autoridades toleraban los barrios de invasión y los desarrollos urbanos informales, siempre que fueran lejos de los barrios de los ricos. De ahí la alarmante segregación espacial de las ciudades colombianas, que Barranquilla está tratando de corregir.