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El tiempo, ese recurso finito e irrecuperable, es el lienzo sobre el que pintamos nuestras vidas. Cómo lo distribuimos define quiénes somos, qué logramos y, en última instancia, qué tan satisfechos estamos con nuestra existencia. En el capítulo sobre el uso del tiempo, de mi libro Los colombianos somos así, muestro algo inquietante: no nos queda tiempo para los placeres intelectuales.
La jornada laboral colombiana, ya de por sí extensa, se ve incrementada por las horas dedicadas a las tareas domésticas, al cuidado no remunerado y a desplazarnos de un sitio a otro. Las mujeres, en particular, se enfrentan a una doble jornada que deja poco espacio para actividades más allá de la supervivencia. Todo esto nos deja sin alientos para el enriquecimiento personal y para cultivar la mente y el espíritu.
La lectura, esa actividad fundamental para el desarrollo intelectual y la expansión de la mente, se ve relegada a un segundo plano. El promedio de lectura en Colombia está muy por debajo de la media internacional. Un día cualquiera, apenas una minoría de colombianos dedica tiempo a la lectura, y el promedio de tiempo dedicado a esta actividad es escaso. Pero la escasez de tiempo para actividades intelectualmente estimulantes no se limita a la lectura. El contacto con el arte, igualmente crucial para el desarrollo personal y la formación integral, también se ve desplazado por otras actividades. Igualmente relegado queda el contacto con la naturaleza, una fuente inagotable de aprendizaje y contemplación que requiere tiempo y dedicación para ser apreciada en su plenitud. Observar el vuelo de un colibrí, escuchar el canto de las aves, o simplemente caminar por un sendero natural, son experiencias que enriquecen la mente y el espíritu, pero que parecen ser un lujo inalcanzable para muchos colombianos.
¿A qué se debe esta falta de tiempo para los placeres intelectuales? No es solo que las tareas del hogar y del trabajo nos demanden mucho tiempo. Es que, además, no le damos ninguna prioridad a las actividades intelectuales y al contacto con la naturaleza. La televisión y el internet, con sus infinitas distracciones, acaparan la atención de los colombianos, dejando poco espacio para actividades que requieren mayor concentración y esfuerzo mental, ya sea leer un libro, visitar un museo, asistir a un concierto, o simplemente disfrutar de una conversación enriquecedora o de una caminata por un entorno natural. El aprendizaje que se deriva de estas experiencias, tan diverso y profundo, se ve sacrificado en aras de la productividad y la inmediatez.
Esta situación nos debe llevar a una profunda reflexión. Una sociedad que no dedica tiempo a los placeres intelectuales arriesga su propio desarrollo. La falta de pensamiento crítico, la limitación del conocimiento y la disminución de la capacidad analítica son las consecuencias directas del poco tiempo dedicado al intelecto.
Es necesario replantear nuestra relación con el tiempo. Se requiere una distribución más equitativa de las tareas domésticas y de cuidado, una cierta moderación con el tiempo dedicado al trabajo y, sobre todo, una priorización consciente de las actividades que nutren la mente y el espíritu, incluyendo el acceso a experiencias artísticas y la conexión con la naturaleza. La inversión en educación, la promoción de la lectura y el arte, la creación de espacios públicos que faciliten el acceso a la cultura, la música y la naturaleza, son cruciales para revertir esta tendencia y construir una sociedad más informada, crítica, conectada con su entorno y, en última instancia, más plena. No hay tiempo para los placeres intelectuales, pero sí hay necesidad de crear ese tiempo. Es una inversión que redundará en el desarrollo personal y colectivo, y en una mejor calidad de vida para todos los colombianos.
