Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En días pasados se divulgaron cifras que muestran aumentos en el desempleo y la pobreza. El mercado laboral se ha venido debilitando por la caída de la actividad productiva y se ocultó por el aumento de los trabajadores inactivos. En febrero, el empleo no varió con respecto al mismo mes del año anterior, el desempleo aumentó medio punto y en Bogotá llegó a 11,5 %, al tiempo que se revirtió la tendencia decreciente de la pobreza. En cierta forma se está regresando a la crisis ocasionada por la apertura económica a finales de la década del 90.
Nada de esto es nuevo. En los últimos diez años, la población colombiana experimentó una elevación del ingreso generada por el abaratamiento de las importaciones ocasionado por la revaluación y los altos precios del petróleo. La expansión de la economía se hizo cada vez más dependiente de los productos básicos, los servicios y la construcción. Pero esta estructura no era sostenible. El cambio de las condiciones externas ocasionó un deterioro de los ingresos que provocó una fuerte caída en los servicios, la construcción y la minería y no tuvo mayor compensación por el sector externo. Las exportaciones se redujeron a la mitad en los últimos dos años y el aumento de las importaciones se compensó con una fuerte caída de la inversión. El empleo decayó paralelamente a la producción.
El anuncio del Gobierno de que compensaría la caída del petróleo con la construcción no funcionó. En febrero, el empleo del sector cayó 4 %. Los grandes aumentos de los presupuestos viales no se reflejan en el índice de las obras civiles, los materiales de construcción y ahora en la mano de obra. En cierta forma se confirma que el sistema de contrataciones en el que los concesionarios obtienen las licitaciones a pérdida y derivan grandes ganancias en los reajustes estimula el soborno y acrecienta el valor de los proyectos.
Algo similar ha ocurrido en la pobreza. Parte de la reducción de la pobreza de los últimos años se logró con un cambio metodológico que bajó la línea de referencia y le dio un mayor juego a la encuesta de hogares. La otra parte de la reducción obedeció a la elevación del crecimiento económico que se extendió a todos los niveles, y ahora revierte el proceso con la misma intensidad.
La fuerte relación entre el crecimiento, el desempleo y la pobreza dejan al descubierto la carencia de una política social autónoma que proteja a los menos pudientes de los ciclos económicos generados por la opulencia. Las dos variables están al arbitrio de la economía. En las épocas de alto crecimiento, el capital se lleva la mayor parte de los beneficios, y en la época de destorcida el peso recae en los sectores pobres por el desempleo y la pobreza. Esta es una de las razones de los altos índices de inequidad de la sociedad colombiana.
Los hechos se han encargado de demostrar que el crecimiento liderado por la industria y la agricultura no se da dentro del modelo neoliberal predominante en Colombia. Luego de un retroceso de diez años, el país está en clara desventaja con los socios comerciales que se han dedicado a abaratar las importaciones sustituyendo la mano de obra por automatización. Tampoco es fácil superar el deterioro de la distribución del ingreso dentro de una estructura fiscal imperante de gravámenes menos que proporcionales al ingreso y gasto público que se destina al 40 % más pobre en un porcentaje menor. La economía colombiana está abocada a un marco de bajo crecimiento con desempleo y pobreza crecientes, y sólo podrá remontarlo con un nuevo modelo de política industrial y agrícola que saque ventaja del aprendizaje en el oficio y las economías de escala y de equidad fiscal que grave el capital ocioso y oriente los recaudos al 40 % más pobre.