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La economía colombiana lleva tres años en declive, con tendencia a prolongarse por un tiempo igual o mayor, sin diagnóstico claro de las causas y de las acciones para cambiar la tendencia. Por tratarse de un comportamiento ocasionado por traumatismos de mercado lo consideran natural y de recuperación automática. Se espera que el mercado apoyado en las tasas de interés de referencia del Banco de la República normalice el sistema.
Parte de la explicación está en que los autores de la política están altamente influidos por las teorías clásicas basadas en la ley de Say, que proclama que el mercado conduce a un estado en el cual el ingreso nacional, definido por el ahorro más el consumo, es igual al gasto, representado por la suma del consumo, la inversión, el déficit fiscal y el superávit en cuenta corriente. Cuando el gasto es inferior al ingreso nacional, la tasa de interés baja y propicia la expansión del consumo, la inversión y la balanza de pagos hasta restituir la igualdad.
Nada de esto ocurre en la economía colombiana. El mercado y la intervención del Banco de la República no han logrado afectar significativamente la tasa de interés, el crédito y mucho menos el volumen. La tasa de interés de títulos de largo plazo se mantiene muy por encima de la tasa de referencia del Banco, y en términos reales no es muy diferente a la de hace tres años. El crédito bancario, al igual que los índices de liquidez, se desploma y avanza muy por debajo de la inflación.
En este contexto, la ley de Say no se cumple. El ingreso nacional se mantiene por encima del gasto presionando el producto hacia la baja. La igualdad entre el déficit fiscal y el déficit en cuenta corriente no garantiza el balance entre el ahorro y la inversión. En efecto, el aumento del déficit fiscal de 1,5 % del PIB a 4 % en el último año y medio para contrarrestar el déficit en cuenta corriente fue nulificado por la caída de la inversión y el aumento del ahorro. Se creó una congestión que se refleja en el alza de las tasas de interés de los TES y no evita la caída de la producción. Así, la resistencia a la baja de las tasas de interés activas no obedece tanto a los bancos como a la política del ministro de Hacienda de conformar cuantiosos déficits fiscales financiados con la colocación de títulos. Lo grave es que de paso se resquebrajó la potencia de la política fiscal para impulsar la actividad productiva.
La economía se encuentra en un completo desequilibrio con visos de agravarse. El déficit fiscal tiende a superar el déficit en cuenta corriente y el crédito privado se encuentra seriamente deprimido. La creencia de que el ingreso nacional iguala persistentemente el gasto conduce a prácticas convencionales que en la realidad resultan recesivas.
La salida de la encrucijada existe, pero no es fácil llegar a ella. No se puede lograr dentro de las condiciones de autonomía del Banco de la República, orientada exclusivamente a regular las tasas de interés y extirpar la emisión. En su lugar se plantea una mayor discrecionalidad en la programación del déficit fiscal y su financiamiento, al igual que la regulación del tipo de cambio. En términos generales, se requiere una estrategia coordinada de política fiscal, monetaria y cambiaria para impulsar la producción, ampliar el acceso del sector privado al crédito y suministrar la liquidez adecuada.
La lección es clara. Los desaciertos de las políticas y predicciones resultan de instituciones y orientaciones que se inspiran en la ley de Say y se mantienen vigentes en los libros de texto. El principio se originó en un error de los pensadores clásicos del siglo XIX, el cual fue claramente cuestionado y señalado por Keynes, pero no ha sido incorporado en la teoría aceptada.