El ministro de Hacienda es materia de rápidas mutaciones. A finales del año pasado estuvo comprometido en una reforma tributaria para reducir el déficit fiscal y alza de tasas de interés para bajar la inflación, y ahora se encuentra empeñado en aumentar el gasto público para compensar las secuelas sobre el gasto privado. En el fondo, está operando más con recetas generalistas de libro de texto que con un diagnóstico sobre las causas del desplome de la economía que se inició en el 2014 y, como se ha anticipado en varias oportunidades, continuará en 2017.
El Gobierno y el Banco de la República, inspirados en el fundamentalismo del FMI, sostuvieron que la reforma tributaria basada en el IVA reduciría el déficit en cuenta corriente y reactivaría la actividad productiva. Como lo advertí reiteradamente, la realidad resultó muy distinta. La reforma les succionó $7 billones a los grupos medios y bajos, lo que acentuó la contracción de la demanda y las tendencias recesivas. Así lo confirman los indicadores de diciembre y comienzos del año. La industria, el comercio y el empleo muestran claros descensos con respecto a los meses anteriores. La tendencia declinante de los últimos dos años se acelera.
La causa de la caída de la economía ha sido el déficit en cuenta corriente ocasionado por la revaluación de diez años y la caída del petróleo, y luego agravada por el fracaso de la devaluación que no afectó las exportaciones y deprimió en forma drástica las importaciones y el alza de la tasa de interés que asfixió la economía. Lo grave es que la reducción de las importaciones ocasiona una fuerte contracción de la inversión que contrae el ingreso nacional y se refuerzan. Así, la reforma tributaria se adicionó la tendencia declinante de la demanda.
Ante la evidencia de que la reforma tributaria no reactivaría la economía sino la deprimiría, ahora pretenden contrarrestarla con un gasto imprevisto en infraestructura física que ha demostrado total ineficacia para estimular la producción. Luego de seis años de esfuerzos infructuosos, no se ha logrado que la inversión vial impulse la economía. Los monumentales recursos destinados al sector se han quedado en sobornos, privatizaciones y sobrecostos. En los últimos tres trimestres, las obras civiles crecieron por debajo de la economía y de la tendencia histórica. De acuerdo con la información de la encuesta industrial del DANE y la Andi, los materiales de la construcción y el cemento caen cerca de 8 %.
Todavía no se sabe a ciencia cierta de los proyectos anunciados cuántos serían obras adicionales y cuántos traslados. En cualquier caso, su impacto, que en los círculos oficiales se estima en 1,3 % del PIB, es muy inferior a la contracción generada por la reforma tributaria y la que viene de atrás. Mal puede esperarse que revierta la tendencia declinante del producto nacional y el empleo.
El drama de la economía es que no se han entendido las causas de su desplome continuado durante dos años y medio. La verdad es que la severa crisis externa que se gestó durante varios años de predominio de las commodities y revaluación desembocó en cuantiosos déficits en cuenta corriente, y luego los desaciertos para corregirlo configuraron una deficiencia de demanda efectiva, que no aparece en las cartillas de la ortodoxia. Los esfuerzos para corregir una falencia agravan la otra. Las soluciones no pueden lograrse con medidas generalistas de impuestos y gasto público. En su lugar, se plantean cambios de fondo en la estructura de la producción industrial y agrícola y en el marco de políticas comerciales, cambiarias y financieras.
El ministro de Hacienda es materia de rápidas mutaciones. A finales del año pasado estuvo comprometido en una reforma tributaria para reducir el déficit fiscal y alza de tasas de interés para bajar la inflación, y ahora se encuentra empeñado en aumentar el gasto público para compensar las secuelas sobre el gasto privado. En el fondo, está operando más con recetas generalistas de libro de texto que con un diagnóstico sobre las causas del desplome de la economía que se inició en el 2014 y, como se ha anticipado en varias oportunidades, continuará en 2017.
El Gobierno y el Banco de la República, inspirados en el fundamentalismo del FMI, sostuvieron que la reforma tributaria basada en el IVA reduciría el déficit en cuenta corriente y reactivaría la actividad productiva. Como lo advertí reiteradamente, la realidad resultó muy distinta. La reforma les succionó $7 billones a los grupos medios y bajos, lo que acentuó la contracción de la demanda y las tendencias recesivas. Así lo confirman los indicadores de diciembre y comienzos del año. La industria, el comercio y el empleo muestran claros descensos con respecto a los meses anteriores. La tendencia declinante de los últimos dos años se acelera.
La causa de la caída de la economía ha sido el déficit en cuenta corriente ocasionado por la revaluación de diez años y la caída del petróleo, y luego agravada por el fracaso de la devaluación que no afectó las exportaciones y deprimió en forma drástica las importaciones y el alza de la tasa de interés que asfixió la economía. Lo grave es que la reducción de las importaciones ocasiona una fuerte contracción de la inversión que contrae el ingreso nacional y se refuerzan. Así, la reforma tributaria se adicionó la tendencia declinante de la demanda.
Ante la evidencia de que la reforma tributaria no reactivaría la economía sino la deprimiría, ahora pretenden contrarrestarla con un gasto imprevisto en infraestructura física que ha demostrado total ineficacia para estimular la producción. Luego de seis años de esfuerzos infructuosos, no se ha logrado que la inversión vial impulse la economía. Los monumentales recursos destinados al sector se han quedado en sobornos, privatizaciones y sobrecostos. En los últimos tres trimestres, las obras civiles crecieron por debajo de la economía y de la tendencia histórica. De acuerdo con la información de la encuesta industrial del DANE y la Andi, los materiales de la construcción y el cemento caen cerca de 8 %.
Todavía no se sabe a ciencia cierta de los proyectos anunciados cuántos serían obras adicionales y cuántos traslados. En cualquier caso, su impacto, que en los círculos oficiales se estima en 1,3 % del PIB, es muy inferior a la contracción generada por la reforma tributaria y la que viene de atrás. Mal puede esperarse que revierta la tendencia declinante del producto nacional y el empleo.
El drama de la economía es que no se han entendido las causas de su desplome continuado durante dos años y medio. La verdad es que la severa crisis externa que se gestó durante varios años de predominio de las commodities y revaluación desembocó en cuantiosos déficits en cuenta corriente, y luego los desaciertos para corregirlo configuraron una deficiencia de demanda efectiva, que no aparece en las cartillas de la ortodoxia. Los esfuerzos para corregir una falencia agravan la otra. Las soluciones no pueden lograrse con medidas generalistas de impuestos y gasto público. En su lugar, se plantean cambios de fondo en la estructura de la producción industrial y agrícola y en el marco de políticas comerciales, cambiarias y financieras.