Los resultados del Censo Agrícola confirman la fragilidad de los diagnósticos que sirvieron de base para los planes de desarrollo, la apertura del sector, las negociaciones comerciales y la asignación de recursos.
La información no es muy distinta a la que se conocía. De entrada se encuentra que el área cultivada es muy inferior a la disponible, el sector está descomedidamente concentrado, la productividad de las pequeñas explotaciones es mayor que la de las grandes y el área destinada a cultivos transitorios ha caído en forma acentuada.
La concentración del sector es alarmante. Menos del 0.5 % de la población tiene más de la mitad del área agrícola. No se ha modificado en absoluto la estructura de dos siglos. El sector constituye una forma de atesorar la riqueza, aislarla de la economía y obtener grandes beneficios de valorización. Los gravámenes a la tierra a través del impuesto predial y del presuntivo no han movilizado a los grandes productores a elevar la productividad ni en venderlas para obtener mejores rentabilidades en otros oficios.
El viejo debate sobre la productividad de la tierra se revivió. La productividad es mucho mayor que las explotaciones de menor tamaño. Parte de la explicación obedece a que las empresas de mayor tamaño destinan una mayor proporción de los terrenos a los bosques y ganadería intensiva en pastos. Aún más diciente, el área efectivamente cultivada en las pequeñas unidades tiene mejor preparación y capitalización que las grandes.
La baja participación del área cultivada es la consecuencia de la apertura comercial y los TLC que colocaron al país en total desventaja en los cereales y la ganadería tecnificada que constituyen los productos de mayor demanda mundial. Las exportaciones diferentes a las tradicionales no llegan a US $ 500 millones anuales. El país se quedó en los cultivos tropicales.
La disminución de la productividad por tamaño no se da igual en todos los lugares y cultivos. Existe evidencia empírica de la presencia de economías de escala en cultivos como el maíz, la soya, el sorgo, el trigo y la ganadería tecnificada. En estas actividades, con altos niveles de capitalización e incorporación tecnológica en fertilizantes y semillas, es posible obtener niveles de productividad similares a los de los países de clima temperado.
En producto per cápita la agricultura es la tercera parte del nacional. La elevación de los ingresos y la reducción de la pobreza están condicionadas a una fuerte expansión de la producción que no es posible dentro de la estructura actual de baja productividad y reducida participación de los cereales.
Ante todo habría que revisar la dimensión y las características de las empresas. Es necesario ampliar el tamaño de la pequeña empresa, elevar su capitalización y erradicar las monumentales ineficiencias de las grandes. Sin embargo, la tarea no puede dejarse a la discrecionalidad del mercado. El mantenimiento de una estructura agraria de mayor productividad en áreas extensas puede significar el desplazamiento del pequeño productor y el aumento de los índices de concentración. De hecho se plantea la conformación de una gran institución estatal que lidere la realización de proyectos de gran tamaño en asociación con los productores, a tiempo que proteja al pequeño productor suministrándole los insumos públicos, como riego, caminos y asistencia técnica. Adicionalmente, se requiere un sistema fiscal que castigue los patrimonios improductivos e impida que el sector sea un medio de atesoramiento.
En fin, el sector tiene una amplia capacidad de expansión que podría ser impulsada dentro de un marco de reforma agraria, empresa estatal, renegociación de los tratados de libre comercio y actualización tributaria.
Los resultados del Censo Agrícola confirman la fragilidad de los diagnósticos que sirvieron de base para los planes de desarrollo, la apertura del sector, las negociaciones comerciales y la asignación de recursos.
La información no es muy distinta a la que se conocía. De entrada se encuentra que el área cultivada es muy inferior a la disponible, el sector está descomedidamente concentrado, la productividad de las pequeñas explotaciones es mayor que la de las grandes y el área destinada a cultivos transitorios ha caído en forma acentuada.
La concentración del sector es alarmante. Menos del 0.5 % de la población tiene más de la mitad del área agrícola. No se ha modificado en absoluto la estructura de dos siglos. El sector constituye una forma de atesorar la riqueza, aislarla de la economía y obtener grandes beneficios de valorización. Los gravámenes a la tierra a través del impuesto predial y del presuntivo no han movilizado a los grandes productores a elevar la productividad ni en venderlas para obtener mejores rentabilidades en otros oficios.
El viejo debate sobre la productividad de la tierra se revivió. La productividad es mucho mayor que las explotaciones de menor tamaño. Parte de la explicación obedece a que las empresas de mayor tamaño destinan una mayor proporción de los terrenos a los bosques y ganadería intensiva en pastos. Aún más diciente, el área efectivamente cultivada en las pequeñas unidades tiene mejor preparación y capitalización que las grandes.
La baja participación del área cultivada es la consecuencia de la apertura comercial y los TLC que colocaron al país en total desventaja en los cereales y la ganadería tecnificada que constituyen los productos de mayor demanda mundial. Las exportaciones diferentes a las tradicionales no llegan a US $ 500 millones anuales. El país se quedó en los cultivos tropicales.
La disminución de la productividad por tamaño no se da igual en todos los lugares y cultivos. Existe evidencia empírica de la presencia de economías de escala en cultivos como el maíz, la soya, el sorgo, el trigo y la ganadería tecnificada. En estas actividades, con altos niveles de capitalización e incorporación tecnológica en fertilizantes y semillas, es posible obtener niveles de productividad similares a los de los países de clima temperado.
En producto per cápita la agricultura es la tercera parte del nacional. La elevación de los ingresos y la reducción de la pobreza están condicionadas a una fuerte expansión de la producción que no es posible dentro de la estructura actual de baja productividad y reducida participación de los cereales.
Ante todo habría que revisar la dimensión y las características de las empresas. Es necesario ampliar el tamaño de la pequeña empresa, elevar su capitalización y erradicar las monumentales ineficiencias de las grandes. Sin embargo, la tarea no puede dejarse a la discrecionalidad del mercado. El mantenimiento de una estructura agraria de mayor productividad en áreas extensas puede significar el desplazamiento del pequeño productor y el aumento de los índices de concentración. De hecho se plantea la conformación de una gran institución estatal que lidere la realización de proyectos de gran tamaño en asociación con los productores, a tiempo que proteja al pequeño productor suministrándole los insumos públicos, como riego, caminos y asistencia técnica. Adicionalmente, se requiere un sistema fiscal que castigue los patrimonios improductivos e impida que el sector sea un medio de atesoramiento.
En fin, el sector tiene una amplia capacidad de expansión que podría ser impulsada dentro de un marco de reforma agraria, empresa estatal, renegociación de los tratados de libre comercio y actualización tributaria.