La crisis económica de Venezuela

Eduardo Sarmiento
03 de marzo de 2019 - 02:12 a. m.
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El aspecto más serio de Venezuela es el modelo económico que no ha dado los resultados previstos. Durante varios años la economía ha experimentado caídas anuales del crecimiento del 10 %, que da lugar a contracciones de ingresos y en el empleo que reducen el bienestar de la mayoría de la población. Sin embargo, la confrontación de Venezuela está más en la ambición de los partidos políticos para alcanzar o mantenerse en el poder que avanzar en un modelo económico sostenible.

El fracaso del modelo venezolano no es nuevo. La causa es más técnica que política y tiene rasgos que se observan en toda la región, en particular en Argentina. Debido a la monumental factura petrolera, el gobierno logró transformar los cuantiosos ingresos de divisas en bolívares y en mayores ingresos de la población. La demanda por bienes no transables, que constituye el mayor componente del gasto, ocasionó un estado de escasez de bienes y el disparo de la inflación. Luego la inflación generó una inercia de ajuste de salarios y el tipo de cambio que desorganizaron y desestimularon todo el sistema económico. La economía opera con una demanda muy por encima de las posibilidades de producción. Como muestra la experiencia hiperinflacionaria de la región, la economía queda a la deriva.

El error de Venezuela es de la misma naturaleza de las propuestas comunes para reducir la inequidad. Simplemente, la distribución del ingreso se busca mejorar con recetas que reducen el crecimiento económico. No es muy diferente a lo que ocurre en la actualidad en Argentina. Los bajos salarios de los sectores menos favorecidos se remedian con incrementos en el gasto público, los que reducen el ahorro y terminan agravando el problema que pretenden resolver. En la actualidad el déficit fiscal de Venezuela supera el 20 % del PIB. La solución es ineficiente e insostenible. Lo que los grupos menos afortunados ganan con la distribución es menos de lo que pierden por el crecimiento, y más, el conflicto tiende a acentuarse.

El contraste de Venezuela, y en general el de América Latina, son los países del sureste de Asia. A finales del siglo pasado los Tigres Asiáticos: Corea, Taiwán Singapur y Hong Kong, alcanzaron durante varias décadas tasas de crecimiento cercanas al 9 % con reducciones notables del coeficiente de Gini de la distribución del ingreso. Lo más diciente es que la gestión se repitió en China, que lleva 30 años con tasas de crecimiento superiores a 6,5 %, contradiciendo los vaticinios de connotados economistas. Todos estos países demostraron que los avances más sólidos en la distribución se consiguen en los países que al mismo tiempo alcanzan altas tasas de crecimiento y elevados niveles de ahorro.

Los hechos están mostrando que la equidad y el crecimiento no son independientes. Los dos propósitos están altamente relacionados y, lo más importante, pueden complementarse y reforzarse. De allí la urgencia de que Venezuela avance en un plan técnico que los armonice para frenar el desplome del bienestar general. De entrada, se plantea detener la hiperinflación, reestructurar el gasto público y regular el mercado de divisas y el tipo de cambio.

En cualquier caso, la transición hacia el modelo de equidad con crecimiento requiere cambios estructurales de fondo en que no todos ganan, y solo se pueden enfrentar con un diálogo amplio o incluso dentro de ciertos consensos mínimos.

 

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