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Hace diez años se presentó la gran recesión mundial. La crisis creó escepticismo sobre el estado de la ciencia económica y de su aplicación al mundo real.
Después de la depresión de los años 30 se lograron grandes avances en el área macroeconómica e incluso se alcanzaron consensos sobre su aplicación. Se consideraba que fenómenos como los de la depresión de los años 30 no se volverían a repetir y que, en cualquier caso, los países por su cuenta podían garantizar el equilibrio macroeconómico en términos de mantener la máxima producción y el empleo dentro de la estabilidad de precios y cambiaria.
En la teoría dominante, que se encuentra en todos los libros de texto, la tasa de interés conduce al balance interno, representado por la igualdad entre el ingreso nacional y el gasto, y al balance externo, definido como la relación entre el déficit en cuenta corriente y el acceso a su financiación. De allí se proclama que la trilogía del banco central autónomo para fijar la tasa de interés, el tipo de cambio flexible y la austeridad fiscal garantiza el pleno empleo y la estabilidad de la balanza de pagos.
El mundo idealizado fue desvirtuado por la realidad. Debido a la globalización, los países, en particular los desarrollados, se precipitaron en excesos de ahorro y tasas de interés cero. Se configuró un mundo de excesos de ahorro en que todos los países no caben. Inevitablemente, aparece un grupo de países con exceso de ahorro que limita la producción y el empleo y déficits en cuenta corriente
infinanciables.
La primera manifestación se vio en Estados Unidos. El cuantioso déficit en cuenta corriente con China ocasionó un exceso de ahorro que lo precipitó en caída libre, que se extendió como la pólvora. En todos los lugares del universo se presentaron caídas notables del producto nacional. La política monetaria de tasas de interés se tornó ineficiente. La baja de la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal y la entrega masiva de recursos de los bancos de inversión no tuvo mayor impacto. Tal como lo señalamos en esa época, la salida de la crisis se logró con la ampliación de los déficits fiscales y su financiación con emisión. La receta fue impecable. Su aplicación en los países desarrollados provocó la recuperación mundial en menos de un año.
Luego, la recaída de Estados Unidos y Europa reforzó el diagnóstico. Ambos encontraron que la recuperación sostenida solo se podía lograr con déficit fiscal financiado con emisión. Acudieron sin contemplaciones a la facilitación cuantitativa, que no es otra cosa que la adquisición de los bonos del tesoro antes del período de maduración. El dispositivo alcanzó el doble propósito de reducir el déficit en cuenta corriente y disminuir el exceso de ahorro, y en corto plazo consolidó la recuperaron sostenida.
Por exclusión de materia, el exceso de ahorro mundial queda por cuenta de los países emergentes, entre los cuales se destacan las naciones grandes de América Latina. En general se ven abocadas a desequilibrios de balanza de pagos ocasionadas por los países desarrollados y excesos de ahorro por la tasa de interés cero. Las autoridades económicas disponen de un solo instrumento, la política fiscal y monetaria combinada para alcanzar dos objetivos: el balance interno y el balance externo, lo cual no es posible. Los sistemas no disponen de la discrecionalidad para alcanzar la máxima producción y empleo.
Está visto que el equilibrio mundial no resulta de las acciones individuales. Es necesario algún tipo de acuerdo para reducir los superávits en cuenta corriente de los países de mayor tamaño, mejorar las condiciones comerciales y cambiarias de los de menor tamaño, y reducir el exceso de ahorro mundial. De otra manera, el mundo quedaría expuesto a repetir la historia de 2008.
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