Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace 25 años la administración Gaviria puso en marcha la apertura económica como una forma de impulsar las exportaciones y avanzar en la industrialización. Se redujeron drásticamente los aranceles, se eliminaron los subsidios a las exportaciones, se adoptó el sistema cambiario flexible y se le dio rienda suelta a la inversión extrajera.
La reforma se fundamentó en las teorías de libre comercio, las cuales establecen que la especialización en los productos de ventaja comparativa genera el máximo volumen de moneda extranjera y permite adquirir los productos restantes a menores precios. Así, el comercio internacional contribuiría a elevar la productividad y los ingresos de divisas.
Desde el comienzo de la apertura se observó que el país tiene ventaja comparativa en productos que carecen de demanda externa. Así, el libre mercado aparece como una política simple de comprar los productos a menores precios en el exterior. El abaratamiento de los consumos elevó el ingreso de toda la población, a cambio de configurar una estructura productiva de baja expansión, dominada por los servicios y la minería.
A pesar de los insucesos de la concepción del libre mercado, los gobiernos procedieron a extenderlo mediante la proliferación de TLC. Las empresas quedaron en condiciones de adquirir las importaciones a menores precios y sustituir el empleo, sin mayor efecto sobre las exportaciones. Con la misma mano de obra podían producir más y, como no había demanda, disminuyó el empleo del sector. Se configuró una estructura comercial deficitaria que sólo puede sostenerse con elevados precios de los commodities y grandes entradas de inversión extranjera.
La ilustración más clara está en el TLC con Estados Unidos. Tal como se predecía en todos los estudios, la balanza comercial pasó, entre 2012 y 2017, de un superávit comercial de US$7.000 millones a un déficit de US$1.370 millones. En los cinco años, las exportaciones bajaron 20 %.
Los TLC constituyeron parte de la estrategia de tecnología de quebrar la cadena productiva y separar los componentes. Los países avanzados se quedaron con la crema de mayor productividad y demanda y dejaron a los socios con el ensamble que representa una pequeña fracción del valor final. Se creó una estructura mundial en que los países desarrollados contribuyen, en el 75 % de la producción de manufacturas, con el 20 % de la mano de obra. Ni más ni menos, la productividad del trabajo de los países desarrollados es cuatro veces más. A menos que se adopte un sistema de protección nacional, la producción nacional estará cada vez más distante de los bienes complejos y la modernidad industrial.
En el pasado, Colombia logró industrializarse y estabilizar la balanza de pagos porque operaba con protecciones que compensaban las diferencias de productividad con los países desarrollados. Así, en el periodo 1967-1991, la economía creció por encima del 5 %, la participación de la industria en el producto aumentó y surgió una estructura comercial diversificada. La situación fue opuesta en los últimos 25 años. La economía creció menos del 4 %, la participación de la industria en el producto bajó a la mitad y la producción nacional se concentró en minería y servicios. No se cumplieron los cantos de sirena neoliberales, que predecían que el libre comercio lleva a la panacea.
Al cabo de un cuarto de siglo de apertura, la economía opera con un cuantioso déficit en cuenta corriente de baja sensibilidad a la tasa de cambio y no ha pasado del segundo peldaño del desarrollo industrial. De hecho, se plantea revisar y renegociar los TLC dentro de un marco de prioridad a las exportaciones y el desarrollo industrial con respecto a las importaciones, al igual que acudir a la protección con aranceles, exenciones tributarias, subsidios al empleo e intervención cambiaria.