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En columnas anteriores mostré que la economía entró en un estado creciente de desequilibrio. El ahorro declina y el empleo se contrae. No había más opción que bajar la tasa de interés real y devaluar la moneda en forma directa.
Como el ajuste no se hizo en las magnitudes requeridas, la tasa de interés real subió, el tipo de cambio se revaluó y la tasa de ahorro continuó declinando.
La economía venía de tiempo atrás con ahorro menor que la inversión, oferta menor que la demanda, que solo se pueden controlar o contrarrestar con la intervención en el mercado monetario o cambiario. Las mejores soluciones son las que elevan el ahorro. Las soluciones que hacen lo contrario son ineficientes, inequitativas e insostenibles.
No es extraño. Los países que más avanzan en el crecimiento y la equidad son los que registran mayores niveles de ahorro.
En varios libros, artículos y conferencias ilustro como la confrontación económica para obtener la mayor ganancia conduce a un estado insatisfactorio cuando baja el ahorro. El aumento del ahorro es indispensable tanto para el crecimiento económico como para la distribución del ingreso
Las condiciones descritas no surgen del mercado. La profundización del mercado no conduce al mayor ahorro. Por el contrario, un mayor ahorro propicia el empleo y la producción. Las reformas sociales del Gobierno desconocen los efectos sobre el ahorro. Los ajustes fiscales generan los ingresos tributarios a cambio de la reducción del ahorro.
En la práctica, la tarea se puede materializar con una reforma monetaria que eleve la demanda de dinero por encima de la oferta, así como la reforma comercial y sectorial que limite las importaciones en forma selectiva, especialmente en los bienes de mayor complejidad, demanda y productividad, e inicie la renegociación de los TLC. El debilitamiento del ahorro acentúa la caída del producto, eleva la inflación y aumenta el déficit en cuenta corriente. Aun cuando el salario se sitúa por debajo de la productividad sostiene la inflación inercial. El descontento se busca conjurar con transferencias fiscales que incrementan el déficit, acentúan la caída del ahorro y se tornan insostenibles.
El ritmo de expansión del producto nacional y el empleo, bien medido, decae, y la participación de los ingresos del trabajo en el producto y el coeficiente de Gini se deterioran. La solución es un modelo que aumente el ahorro y la productividad mediante las reformas monetarias, financieras y comerciales que he presentado en forma repetida durante tres años.
La teoría de equilibrio de mercado que reinó durante dos siglos se precipitó en desequilibrio. La conciliación de Keynes para sostener el sistema por la vía de la demanda, que funcionó bien durante la mayor parte del siglo XX, dejo de operar en la economía colombiana. El deterioro del ahorro la precipitó en una economía de oferta. La producción crece por debajo de la demanda. La inflación aumenta en forma sostenida, el crecimiento económico decae y la distribución del ingreso sen deteriora.
En suma, las economías operan en estados de demanda menor que la oferta, y al revés, que no pueden ser resueltos por la ley de Say y Walras. El buen funcionamiento del sistema, en términos de crecimiento y distribución del ingreso, está condicionado en la presencia del Estado tanto en la demanda como en la oferta.
La economía tiende a estados de exceso de demanda en unos mercados e igualdad entre la oferta y la demanda en otros, y alcanza los mejores resultados cuando eleva la tasa de ahorro con el modelo económico.