Cuando la Política con “P” mayúscula fracasa, la democracia se debilita. Esto sucede cuando los gobernantes utilizan su poder para privilegiar sus propios intereses sobre los de los gobernados; cuando se niegan a hacer reformas que permitan corregir las falencias de las instituciones para perpetuarse en el poder, directamente o por interpuesta persona; cuando el Estado se muestra incapaz de responder a las demandas ciudadanas y no ofrece soluciones oportunas para atender sus necesidades; cuando ajustan las reglas del juego a la medida sus conveniencias en detrimento los propósitos que las inspiraron; cuando desacreditan a las instituciones y a funcionarios que ejercen control sobre sus actuaciones, e igualmente cuando estos últimos utilizan sus cargos para fines ajenos a sus funciones. Algunos ejemplos sirven para ilustrar esto.
La reiterada negativa de los congresistas a reformar las instituciones y normas que regulan el sistema electoral y de partidos es un mal presagio. Para no ir muy lejos, la propuesta de reforma política de la Misión Electoral Especial, en cumplimiento del punto dos del Acuerdo de Paz entre el Estado y las FARC EP, que pretendía, entre otros aspectos, crear mecanismos para ampliar la participación política y garantizar el pleno ejercicio del derecho a elegir y ser elegido, no fue aprobada. Más recientemente, otros proyectos tampoco fueron aprobados, y otros, como los que ha presentado el Senador Humberto de la Calle, se han archivado sin haber sido debatidos.
El actual sistema electoral y de partidos es otro de los factores que puede acelerar el fracaso. Las elecciones territoriales del pasado 29 de octubre son un ejemplo. La proliferación de las coaliciones puede desnaturalizar a los partidos políticos, que son de la esencia de la democracia representativa, al debilitar la identidad partidaria y confundir al electorado. Con frecuencia, esta modalidad de alianzas responde a la debilidad de los partidos, que han perdido la capacidad de representación de los ciudadanos. Incluso se construyen entre organizaciones con posturas políticas contradictorias e incluso entre bancadas, algunas independientes, otras de oposición e incluso otras de gobierno. Esto a se alimenta de la feria de avales para conformar las listas y una futura competencia en la repartición burocrática. Todo esto sin reglas claras sobre temas como la elaboración y contenido del acuerdo de coalición, las reglas de financiación y la rendición de cuentas de los ingresos y gastos de las campañas de los coaligados. Como escribió Mauricio García recientemente el El Espectador “El sistema electoral, siguiendo sus propias reglas, escoge el camino de su propia destrucción”. Y por esa vía, contribuye al fracaso de la Política.
Finalmente, la costumbre de los gobernantes de no darle continuidad a los procesos y políticas de gobiernos anteriores, desconociendo su relevancia y logros, tampoco es una buena práctica política y una muestra de su fracaso. Esto lo hizo el expresidente Iván Duque con el Acuerdo de Paz firmado con las FARC EP, y lo está haciendo el Presidente Petro, a pesar de que una de sus promesas electorales fue impulsar la implementación de lo acordado. No haber asistido a la conmemoración de los siete años de la firma del Acuerdo, no solo es un irrespeto con las millones de víctimas y los firmantes, sino la primacía de los egos sobre el bien común. ¿Son estos hechos síntomas del fracaso de la Política en Colombia?
Cuando la Política con “P” mayúscula fracasa, la democracia se debilita. Esto sucede cuando los gobernantes utilizan su poder para privilegiar sus propios intereses sobre los de los gobernados; cuando se niegan a hacer reformas que permitan corregir las falencias de las instituciones para perpetuarse en el poder, directamente o por interpuesta persona; cuando el Estado se muestra incapaz de responder a las demandas ciudadanas y no ofrece soluciones oportunas para atender sus necesidades; cuando ajustan las reglas del juego a la medida sus conveniencias en detrimento los propósitos que las inspiraron; cuando desacreditan a las instituciones y a funcionarios que ejercen control sobre sus actuaciones, e igualmente cuando estos últimos utilizan sus cargos para fines ajenos a sus funciones. Algunos ejemplos sirven para ilustrar esto.
La reiterada negativa de los congresistas a reformar las instituciones y normas que regulan el sistema electoral y de partidos es un mal presagio. Para no ir muy lejos, la propuesta de reforma política de la Misión Electoral Especial, en cumplimiento del punto dos del Acuerdo de Paz entre el Estado y las FARC EP, que pretendía, entre otros aspectos, crear mecanismos para ampliar la participación política y garantizar el pleno ejercicio del derecho a elegir y ser elegido, no fue aprobada. Más recientemente, otros proyectos tampoco fueron aprobados, y otros, como los que ha presentado el Senador Humberto de la Calle, se han archivado sin haber sido debatidos.
El actual sistema electoral y de partidos es otro de los factores que puede acelerar el fracaso. Las elecciones territoriales del pasado 29 de octubre son un ejemplo. La proliferación de las coaliciones puede desnaturalizar a los partidos políticos, que son de la esencia de la democracia representativa, al debilitar la identidad partidaria y confundir al electorado. Con frecuencia, esta modalidad de alianzas responde a la debilidad de los partidos, que han perdido la capacidad de representación de los ciudadanos. Incluso se construyen entre organizaciones con posturas políticas contradictorias e incluso entre bancadas, algunas independientes, otras de oposición e incluso otras de gobierno. Esto a se alimenta de la feria de avales para conformar las listas y una futura competencia en la repartición burocrática. Todo esto sin reglas claras sobre temas como la elaboración y contenido del acuerdo de coalición, las reglas de financiación y la rendición de cuentas de los ingresos y gastos de las campañas de los coaligados. Como escribió Mauricio García recientemente el El Espectador “El sistema electoral, siguiendo sus propias reglas, escoge el camino de su propia destrucción”. Y por esa vía, contribuye al fracaso de la Política.
Finalmente, la costumbre de los gobernantes de no darle continuidad a los procesos y políticas de gobiernos anteriores, desconociendo su relevancia y logros, tampoco es una buena práctica política y una muestra de su fracaso. Esto lo hizo el expresidente Iván Duque con el Acuerdo de Paz firmado con las FARC EP, y lo está haciendo el Presidente Petro, a pesar de que una de sus promesas electorales fue impulsar la implementación de lo acordado. No haber asistido a la conmemoración de los siete años de la firma del Acuerdo, no solo es un irrespeto con las millones de víctimas y los firmantes, sino la primacía de los egos sobre el bien común. ¿Son estos hechos síntomas del fracaso de la Política en Colombia?