EL LUNES PASADO, EL SEÑOR MIGUEL Nule, protagonista del llamado carrusel de las contrataciones, uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia de Bogotá, hizo una afirmación que pasará a la historia.
Luego de una diligencia judicial relacionada precisamente con los hechos mencionados, quizá como un artilugio para expiar su culpa, afirmó que “la corrupción es inherente a la condición humana”. ¡Es decir, que hay personas genéticamente predispuestas a ser corruptas!
A diferencia de lo que dice el señor Nule, la corrupción es el resultado de la actuación consciente y deliberada de una persona o grupo de personas que abusan de su poder, influencia o relaciones de confianza para beneficiarse o beneficiar a otros en detrimento del interés colectivo. Y lo hacen, bien violando abiertamente las normas, o mediante prácticas no necesaria ni abiertamente corruptas, lo cual las hace más difíciles de identificar y por ende de sancionar. A esto se suma la relación perversa entre corrupción, narcotráfico y violencia, lo cual hace aún más complejo el fenómeno y lo hace más difícil de combatir.
Muchos de los hechos que estamos conociendo hoy tuvieron su origen en gobiernos anteriores. Por esto, aunque sea incómodo para algunos, es necesario hacer un corte de cuentas, reconocer la gravedad del fenómeno y estar dispuestos a encontrar y sancionar a los culpables, no importa el costo —aún el costo político— que es necesario pagar.
Llegó la hora de que los colombianos entendamos que la corrupción se ha convertido en uno de los peores flagelos de nuestra sociedad y que éste nos afecta a todos. A pesar de que los medios de comunicación a diario dan cuenta de hechos de corrupción, nos cuesta trabajo entender que todos somos o hemos sido víctimas —a veces invisibles— de estas prácticas.
¿Acaso cuando hay sobrecostos en la construcción de obras públicas por los sobornos a funcionarios para ganar una licitación; o cuando se despilfarran y se roban las regalías; o cuando se incrementan injustificadamente los precios de los medicamentos; o cuando los subsidios destinados a los sectores menos favorecidos se les entregan a los amigos o a quienes financian las campañas de los amigos; o cuando recursos destinados a la seguridad ciudadana se invierten en actividades ilegales como la interceptación de los teléfonos de los opositores; o cuando las recompensas por información que conduce a la captura de criminales se otorgan sin la debida verificación; o cuando en la Rama Judicial y los órganos de control los nombramientos obedecen a favores políticos; o cuando las tierras que fueron usurpadas por los violentos son feriadas para entregárselas a unos cuantos empresarios o políticos corruptos, no somos la mayoría de los ciudadanos víctimas?
El hecho de que a veces no veamos al corrupto no significa que sus actuaciones no nos afecten. De igual manera, el que las víctimas no tengan rostro, no significa que no existan. Por esto es fundamental hacer visibles a los corruptos, denunciarlos y sancionarlos legal y socialmente. Pero es igualmente importante visibilizar a las víctimas y visibilizarnos como tales.
EL LUNES PASADO, EL SEÑOR MIGUEL Nule, protagonista del llamado carrusel de las contrataciones, uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia de Bogotá, hizo una afirmación que pasará a la historia.
Luego de una diligencia judicial relacionada precisamente con los hechos mencionados, quizá como un artilugio para expiar su culpa, afirmó que “la corrupción es inherente a la condición humana”. ¡Es decir, que hay personas genéticamente predispuestas a ser corruptas!
A diferencia de lo que dice el señor Nule, la corrupción es el resultado de la actuación consciente y deliberada de una persona o grupo de personas que abusan de su poder, influencia o relaciones de confianza para beneficiarse o beneficiar a otros en detrimento del interés colectivo. Y lo hacen, bien violando abiertamente las normas, o mediante prácticas no necesaria ni abiertamente corruptas, lo cual las hace más difíciles de identificar y por ende de sancionar. A esto se suma la relación perversa entre corrupción, narcotráfico y violencia, lo cual hace aún más complejo el fenómeno y lo hace más difícil de combatir.
Muchos de los hechos que estamos conociendo hoy tuvieron su origen en gobiernos anteriores. Por esto, aunque sea incómodo para algunos, es necesario hacer un corte de cuentas, reconocer la gravedad del fenómeno y estar dispuestos a encontrar y sancionar a los culpables, no importa el costo —aún el costo político— que es necesario pagar.
Llegó la hora de que los colombianos entendamos que la corrupción se ha convertido en uno de los peores flagelos de nuestra sociedad y que éste nos afecta a todos. A pesar de que los medios de comunicación a diario dan cuenta de hechos de corrupción, nos cuesta trabajo entender que todos somos o hemos sido víctimas —a veces invisibles— de estas prácticas.
¿Acaso cuando hay sobrecostos en la construcción de obras públicas por los sobornos a funcionarios para ganar una licitación; o cuando se despilfarran y se roban las regalías; o cuando se incrementan injustificadamente los precios de los medicamentos; o cuando los subsidios destinados a los sectores menos favorecidos se les entregan a los amigos o a quienes financian las campañas de los amigos; o cuando recursos destinados a la seguridad ciudadana se invierten en actividades ilegales como la interceptación de los teléfonos de los opositores; o cuando las recompensas por información que conduce a la captura de criminales se otorgan sin la debida verificación; o cuando en la Rama Judicial y los órganos de control los nombramientos obedecen a favores políticos; o cuando las tierras que fueron usurpadas por los violentos son feriadas para entregárselas a unos cuantos empresarios o políticos corruptos, no somos la mayoría de los ciudadanos víctimas?
El hecho de que a veces no veamos al corrupto no significa que sus actuaciones no nos afecten. De igual manera, el que las víctimas no tengan rostro, no significa que no existan. Por esto es fundamental hacer visibles a los corruptos, denunciarlos y sancionarlos legal y socialmente. Pero es igualmente importante visibilizar a las víctimas y visibilizarnos como tales.