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Si no hay ecosistemas saludables y comunidades prósperas, no habrá paz. La Ciénaga Grande es el escenario para demostrarlo.
La Ciénaga Grande de Santa Marta con sus 500.000 has, es la laguna costera más grande de toda la cuenca del Caribe. Se ubica al pie de la Sierra Nevada, la alimentan varios ríos que nacen en ella y está conectada con el río Magdalena y con el mar, ya que vive por los flujos de agua dulce y salada.
La Ciénaga posee una excepcional riqueza natural, manglares, aves, peces y crustáceos y la especial forma de vida de sus pescadores, por lo cual ha sido reconocida como Humedal Ramsar, Reserva Mundial de la Biosfera y Parque Nacional, buscando conservar sus valores culturales y ambientales.
A pesar de ello, con un empeño digno de mejor causa, desde mediados del siglo nos hemos dedicado a matar la Ciénaga, primero con la vía Barranquilla- Ciénaga y luego con la que se construyó paralela al rio Magdalena, cegando los flujos de agua de los cuales depende su salud.
Su ambiente se hizo demasiado salino y los manglares empezaron a morir y con ellos la flora y la fauna. Al inicio de los años 90, sus restos hacían que la ciénaga pareciera resultado de una catástrofe gigantesca; algo así como una explosión nuclear. Muchos pescadores emigraron por falta de medios de vida y escapando de la violencia que se enseñoreo de la zona.
Hace 20 años con la creación del Ministerio del Medio Ambiente y el apoyo científico de varias universidades, la cooperación alemana y del BID, el país decidió salvar la Ciénaga, realizando obras por cerca de 30 millones de dólares para reabrir los canales y reiniciar los indispensables flujos de agua. Poco a poco los mangles empezaron a reverdecer y los peces y aves a volver. El ecosistema volvió a funcionar y se tuvo la esperanza de recuperar este ecosistema único, aprovecharlo sosteniblemente y legar una región valiosa y productiva a las generaciones futuras.
Pero una cosa son los sueños y otra las realidades. A pesar de que se creó una sobretasa al peaje de la vía para financiar el mantenimiento de la Ciénaga, los caños y comunicaciones reabiertos fueron dejando de funcionar y el humedal empezó nuevamente a retroceder. Los mangles a morir al igual que los peces y los pescadores a emigrar a los cinturones de miseria en Barranquilla y otras ciudades. Bien valdría la pena averiguar cómo empleó Corpamag estos recursos.
Pero la historia no termina ahí; ahora bajo la engañosa bandera del progreso, se planea ampliar las carreteras entre Barranquilla y Ciénaga y la que interrumpe los caños que comunican el río Magdalena con la Ciénaga, utilizando la misma técnica y diseño que condujeron a su muerte. La última se construye sin licencia ambiental, argumentando que no la requiere por ser una ampliación. Afortunadamente la primera debe solicitarla para atravesar el Parque de Salamanca por la frágil y delgada faja de tierra que constituye la barrera con el mar. El argumento es que “no hay plata” para construir obras que respeten el funcionamiento y la integridad del ecosistema; es que no hay recursos para hacerlas bien. Además, en la parte sur muchos propietarios de tierras las amplían invadiendo el espejo de agua, ante la indiferencia oficial.
En éste momento de búsqueda de la paz, bien podría el gobierno cambiar su arcaica visión del medio ambiente como enemigo del progreso, construyendo estas vías con visión de futuro para conservar integralmente el ecosistema y aprovechar su excepcional riqueza natural con proyectos sostenibles como la piscicultura y el ecoturismo, que generen empleo, bienestar y tranquilidad a su población de hoy y de mañana. Si no hay ecosistemas saludables y comunidades prósperas, no habrá paz.