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El sábado 20 de abril de este año escribí aquí: “Hasta el momento el mejor alcalde de Colombia es Alejandro Eder. Me caerán rayos y miles de centellas me romperán el culo. ¡Morrongo de morrongos!, gritarán los bodegueros de Petro, el torpe. ¡Ese tal Eder es un oligarca, un ricachón de m..., un desalmado! ¡Trabajó en las presidencias de Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos! ¡Una vez fue candidato por el garaje electoral de Sergio Fajardo! A usted, escribidor de pacotilla, ¿cuánto le pagan por hacerle propaganda? ¿Ah? ¡Confiese, cobarde!”.
Fue peor. Me llovieron tantos agravios que estuve a punto de colgar los guayos: tal fue la fuerza de la coacción de las redes sociales sobre un alma sencilla y tierna como la mía. Sin embargo, logré reponerme. Dejé pasar el chaparrón de injurias. A lo abuelita del siglo 19 me dije “al bagazo, poco caso”. Y listo, ya está. Han pasado casi seis meses desde la publicación de esa columna. Aquí y ahora, confirmo y ratifico lo allí dicho.
Alejandro Eder va mandando la parada entre los alcaldes de este país de caciques, “jefes naturales”, gamonales, abigeos electorales y delfines o delfincitos. Con inteligencia, tenacidad y entusiasmo, está haciendo lo que pide la gente común y corriente de Cali: dar atención o prestar cuidado a las cosas comunes y corrientes de la vida común y corriente: calles asfaltadas, luminarias en parques o alamedas, policías en acción, entretenimiento, cultura. Para cumplir semejantes promesas se necesitan, entre otras vainas, voluntad política, responsabilidad, intrepidez, capacidad ejecutiva o gerencial. En una palabra, se necesita gobernar. Más carisma y habilidad para comunicarse, ni bobito que fuera. Gracias a sus notas audiovisuales en Instagram, por ejemplo, ha conseguido posicionar el eslogan “Cali es donde debes estar” como contraseña de una ciudad vigorosa, emblemática, progresista.
Con la exitosa realización de la COP16, Alejo Eder y su equipo metieron un golazo de filigrana. La cumbre sobre biodiversidad, para actuar “contra la crisis climática, la pérdida de hábitats naturales y la sobreexplotación de recursos naturales”, fue un logro descomunal. Algo francamente incomprensible para pendejos como cierto periodista radio gaseosero, hoy por fortuna al margen de los micrófonos, que en su analfabetismo o petulancia se atrevió a pordebajiar a los colegas de Tele Pacífico, a descalificar la reunión multilateral y a burlarse de quienes trabajan por la salvación del planeta.
Así mimo, un afamado columnista de este diario dijo que el actual alcalde de Cali es “un personaje insignificante en el contexto ambiental y de la biodiversidad”. ¿Envidia o caridad? Allá él con su patética rencilla provinciana. En cambio, y lo digo sin ninguna duda, a mí me encantaría que “un personaje insignificante” como Alejandro Eder fuera el alcalde de Medellín. Vea, pues, lo que es la vida...
Rabito: Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, es uno de los novelistas más brillantes en lengua española. ¡Espléndido! Y su última novela, El caballo dorado, Alfaguara, 2024, es una obra maestra de sutileza, finura y gracia literaria.
Rabillo: “En todos mis libros hago un llamado inminente a la revolución, pero en una forma tan sutil, tan sutil, que nadie se da cuenta”. Augusto Monterroso. (Visualizar un emoticón de sonrisilla sardónica).
Rabico: Mi amiga Isabel Barragán y yo terminamos lo que teníamos. “El amor acaba”: oído en un bar de Amalfi, Antioquia, la tierra de Piedad Bonnett...