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Rabo de paja

“Doña” Lina, la santa filósofa de El Ubérrimo

Esteban Carlos Mejía
15 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.
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“Doña” Lina Moreno, la “señora” de Álvaro Uribe Vélez, parece una mosquita muerta. Esposa abnegada, “alma mater de la raza, invicta en su fecundidad”, le gusta quedarse callada cuando su “señor” mete las patas o hace de las suyas. Por ejemplo, en octubre de 2008, cuando el marido vilipendió a los inocentes de Soacha, falsos positivos de su desgobierno de difuntos y huérfanos (“De seguro, esos muchachos no estaban recogiendo café”), ella no dijo ni mu, ni se acordó del amor ni rechazó la narrativa de odio, la que ahora señala de causar las desdichas de esta Colombia martirizada por los tres huevitos podridos del Presidente Eterno: la seguridad seudodemocrática, la desconfianza inversionista y la cohesión antisocial.

Dicen que es una santa. Y también filósofa, la santa filósofa de El Ubérrimo. Yo no creo, pero quién quita. Las apariencias engañan y expresan. Su comunicado del 9 de agosto es un zaperoco, casi un galimatías, acaso síntoma de una precoz disfunción cognitiva. Quiso decir mucho y, a la final, no dijo nada… que no supiéramos. Es un texto ambiguo y equívoco. Nunca esclarece de manera sencilla, directa y categórica si acata o ataca a la Corte Suprema de Justicia por la medida de aseguramiento de detención preventiva contra Uribe. Se resguarda detrás del dolor, la prudencia y el pudor dizque “para renovar un lenguaje desgastado por el rencor y los fanatismos políticos”. Eso sí, omite mencionar al principal propiciador de la malevolencia y el sectarismo: su esposito. Y encima se atreve a hablar de decoro…

Descubre el agua tibia (los magistrados son seres humanos: “han permitido que sean el entorno y los intereses políticos los que dicten sentencia”). Todo es político, madre, desde el cultivo de una rosa blanca hasta una asamblea constituyente. Además, confunde lo político con lo partidista y se apropia de la pomposa primera persona del plural (nosotro/as) a lo reina sin corona, no más faltaba.

Peor que una primípara, cita autores a diestra y siniestra con la mejor de las voluntades, desde luego. Quiere convencernos de que su ecosistema familiar es enciclopédico, liberal o tolerante, de mentalidad progresista, el paraíso que nos tienen prometido, lleno del “sentido espiritual” que guía “los destinos del país y de todos nosotros —como individuos que hemos de cumplir con ambos destinos”.

La verdad sea dicha, soy incapaz de visualizar al capataz leyendo La montaña mágica, de Thomas Mann, ni de imaginarme a Tomasito devanándose los sesos con las controversias entre Settembrini, el literato de la civilización, y el jesuita Leo Naptha, ni mucho menos de concebir a Jeronimito estupefacto ante los meandros de La mujer justa, del suicida Sándor Márai. “Doña” Lina los menciona, además de Scott Fitzgerald, para certificar o garantizar o adverar (según les complace escribir a los magistrados de la Corte en las 1.554 páginas del mandamiento de detención preventiva) su presunta casta de matrona leída, refinada, autónoma, pulquérrima, al margen de la hediondez ideológica de su marido. Ni que todos fuéramos pendejos.

Dioses o demonios me perdonen la bilis, pero el tal comunicado de la “doña” es anodino, confuso, hipócrita. No se sabe qué admirar más, si la simpleza de esta “señora” o la de sus fans que la proclaman con honores como la nueva Manuelita de Bolívar. A mi manera de ver las cosas, ella no es lo que parecía (una mosquita muerta), sino otra insípida correveidile del Cojón de Oro del Casanare. Es mi opinión. Y me queda tinta en el tintero... A la orden.

@EstebanCarlosM

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