Soy un lector que escribe. Columnas de opinión y novelas. Más que todo, novelas. Escribir una columna es mera labor de filigrana. Dar datos ciertos y verificables. Lanzar opiniones firmes, con desparpajo, ojalá con el miedo disfrazado de coraje o al menos oculto bajo la piel. Mostrar hechos plausibles, para así poder hablar de ficción, mi tema favorito aquí, en Rabo de paja. Incluir referencias al alcance de cualquiera, incluidos los lectores literales, aquellos que leen al pie de la letra, ignoran el poder de la ironía y del sarcasmo, y te regañan o insultan con ferocidad en el foro del periódico. Hacer humor ácido, cuando sale, o amargo, la mayoría de las veces. Y encajar cada vaina con corrección, como si uno fuera relojero en vez de escribidor.
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Soy un lector que escribe. Columnas de opinión y novelas. Más que todo, novelas. Escribir una columna es mera labor de filigrana. Dar datos ciertos y verificables. Lanzar opiniones firmes, con desparpajo, ojalá con el miedo disfrazado de coraje o al menos oculto bajo la piel. Mostrar hechos plausibles, para así poder hablar de ficción, mi tema favorito aquí, en Rabo de paja. Incluir referencias al alcance de cualquiera, incluidos los lectores literales, aquellos que leen al pie de la letra, ignoran el poder de la ironía y del sarcasmo, y te regañan o insultan con ferocidad en el foro del periódico. Hacer humor ácido, cuando sale, o amargo, la mayoría de las veces. Y encajar cada vaina con corrección, como si uno fuera relojero en vez de escribidor.
En cambio, escribir novelas es puro onanismo, puritanos de toda laya excusen mi avilantez. Es un suceso “largo, solitario y final”. Silencioso, además. Requiere imaginación, talento y oficio, más imaginación, mucha imaginación, perseverancia, confianza, memoria, suerte, 10 % de inspiración y 90 % de glúteos, buenos glúteos para aguantar horas y horas delante de un computador, escriba que escriba, reescriba que reescriba, o, peor aún, ante un cuaderno rayado de 100 hojas con un lápiz Mirado #2 y sin sacapuntas a la vista. Novelar combina el martirio de Sísifo con el desapego de Penélope, la de Ulises, o con la ilusión de la zorra debajo del racimo de uvas de la fábula de Esopo.
Un novelista tiene que ser un letraherido, quizás la palabra más bella de la lengua española. “Que siente una pasión extrema por la literatura”, según el Diccionario de la Real Academia. Aquí y ahora, me declaro letraherido, lector que escribe, escritor que lee. Leo de todo, a Dios gracias. O de casi todo. Ficciones, por lo general. Tengo la fortuna de solo leer textos que me gustan, don que en abundancia me han concedido las diosas de la procrastinación. Incluso en una época llegué a inventar un arte adivinatorio con mis lecturas. Bibliomancia, le decía: adivinar el futuro con la página que se lee al azar: pasatiempo necesario o suficiente para descubrir, no sin infalibilidad, cuál de tus amigas tiene buen o mal sentido del humor.
“La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y las mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla”, como dice Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, 1997. Entonces escribir mentiras parece mi destino, el sentido de mi vida, la razón de mi existencia. Es una bendición, en donde “bendición” es “acción y efecto de bendecir” y “bendecir”, en primera instancia, significa “alabar, engrandecer, ensalzar a alguien”, si aceptan mi breve o feliz digresión ateísta.
La humanidad habría sido más dichosa si hubiera habido más ficcionarios que traidores, más bufones que guerreros, más saltimbanquis que tiranos. Mejor Charles Chaplin que Adolf Hitler. Mejor Groucho Marx que Iósif Stalin. ¿Sí o qué? Quizás por eso escribo novelas, para tratar de seguir las huellas de letraheridos o ficcionarios del mundo entero. Para entretener. Porque “la cualidad esencial de una novela, sin la cual no vale ninguna otra, es entretener. Y entre más inteligente sea la entretención, mejor será”: W. Somerset Maugham dixit. Así sea.
Rabito: “Cuando Dios le entrega a uno un don le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Truman Capote.