ME VOY DE RUMBA CON ISABEL BArragán. A despecho de la noche lluviosa, va vestida como para una fogata en la playa: blusa holgada, minifalda y sandalias. Nos metemos a un bailadero en el centro de Envigado. Entramos y un negro enorme, mera viga, la invita a la pista. Es un jayán y baila como un trompo.
Pero Isabel le da cátedra con un meneo que lo atortola. Al rato ella se sienta conmigo y se despacha el primer aguardiente. “¿Dónde aprendiste a bailar salsa?”, le pregunto. “En Francia”, responde, seria como un escaparate. La miro boquiabierto. “En la Université de Bordeaux”, dice, y nos ponemos a hablar de literatura. ¿De qué otra vaina iba a ser?
“Acabo de leer un libro memorable”, dice. “Se llama Lomos de sábalo, de Javier Saldarriaga”. Aprovecho y me zampo un guaro. “Ganó el IV Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia, 2008. Ciento catorce páginas y diez cuentos, todos alrededor de Samuel Lugano, un personaje de bordes imprecisos, algo extemporáneo, rudo y tierno a la vez”. El niche vuelve. Isabel se excusa con una sonrisa irrefutable. “No es ambiguo por impericia de su creador”, me explica. “¿Un álter ego de Saldarriaga?”, pregunto. “No creo. Es una creación genuina, hecha con destreza”.
Todos bailan, menos nosotros, par de bichos raros. “En el Decálogo del perfecto cuentista, Horacio Quiroga plantea que se debe creer en un maestro como en Dios mismo y recomienda a Poe, Maupassant, Kipling o Chejov”, dice Isabel. “El maestro de Javier Saldarriaga es Ernest Hemigway, con su tip of iceberg. Lo que leemos es apenas la punta de un iceberg. El resto navega majestuosamente bajo la superficie del texto, a la espera de que lo re-creemos con imaginación y memoria”. Digo que sí, eso es, y me clavo otro guaro. “Cada cuento narra una circunstancia vital de Lugano. El que da título al libro es una aventura de pesca, que recuerda las de Nick Adams en In our time, de Hemingway. Sombras en el pasillo, por su parte, es un tácito homenaje a The killers. Por un minuto nada más revive con entrañable sutileza los estragos del suicidio de su padre. En Verde pálido, el deseo se enmascara detrás de una charla literaria. Y todo dicho sin ser dicho, velado, insinuado para que el lector concluya la tarea a su manera y sin esfuerzo”.
Isabel se toma un respiro. “En Medellín sobran los escritores”, dice, cavilosa. “¿De verdad?”, digo. Encoge los hombros. “César Alzate, con su irreverente y original novela Mártires del deseo, y Javier Saldarriaga, con sus “sábalos”, le están dando una vuelta de tuerca a la literatura antioqueña”. Brindamos. “Despreocupados de los tejemanejes del marketing literario, están haciendo su obra con talento y oficio, con pasión y método”. Más guaro. “Yo te digo: a mi juicio, Javier Saldarriaga entró ya a la galería de los mejores cuentistas colombianos contemporáneos: Roberto Rubiano Vargas, Julio César Londoño, Harold Kremer, Heriberto Fiorillo, Ramón Illán Bacca, Julio Olaciregui. Y si se me olvidan algunos ha de ser por tanto guarilaque”. “Mejor vamos a bailar”, le digo, con ganas. No me jodan la vida: el que es bonito es bonito.
Rabito de paja: “Ni guerra, ni paz”. Pacho Mosquera, fundador del MOIR, mayo de 1983.
ME VOY DE RUMBA CON ISABEL BArragán. A despecho de la noche lluviosa, va vestida como para una fogata en la playa: blusa holgada, minifalda y sandalias. Nos metemos a un bailadero en el centro de Envigado. Entramos y un negro enorme, mera viga, la invita a la pista. Es un jayán y baila como un trompo.
Pero Isabel le da cátedra con un meneo que lo atortola. Al rato ella se sienta conmigo y se despacha el primer aguardiente. “¿Dónde aprendiste a bailar salsa?”, le pregunto. “En Francia”, responde, seria como un escaparate. La miro boquiabierto. “En la Université de Bordeaux”, dice, y nos ponemos a hablar de literatura. ¿De qué otra vaina iba a ser?
“Acabo de leer un libro memorable”, dice. “Se llama Lomos de sábalo, de Javier Saldarriaga”. Aprovecho y me zampo un guaro. “Ganó el IV Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia, 2008. Ciento catorce páginas y diez cuentos, todos alrededor de Samuel Lugano, un personaje de bordes imprecisos, algo extemporáneo, rudo y tierno a la vez”. El niche vuelve. Isabel se excusa con una sonrisa irrefutable. “No es ambiguo por impericia de su creador”, me explica. “¿Un álter ego de Saldarriaga?”, pregunto. “No creo. Es una creación genuina, hecha con destreza”.
Todos bailan, menos nosotros, par de bichos raros. “En el Decálogo del perfecto cuentista, Horacio Quiroga plantea que se debe creer en un maestro como en Dios mismo y recomienda a Poe, Maupassant, Kipling o Chejov”, dice Isabel. “El maestro de Javier Saldarriaga es Ernest Hemigway, con su tip of iceberg. Lo que leemos es apenas la punta de un iceberg. El resto navega majestuosamente bajo la superficie del texto, a la espera de que lo re-creemos con imaginación y memoria”. Digo que sí, eso es, y me clavo otro guaro. “Cada cuento narra una circunstancia vital de Lugano. El que da título al libro es una aventura de pesca, que recuerda las de Nick Adams en In our time, de Hemingway. Sombras en el pasillo, por su parte, es un tácito homenaje a The killers. Por un minuto nada más revive con entrañable sutileza los estragos del suicidio de su padre. En Verde pálido, el deseo se enmascara detrás de una charla literaria. Y todo dicho sin ser dicho, velado, insinuado para que el lector concluya la tarea a su manera y sin esfuerzo”.
Isabel se toma un respiro. “En Medellín sobran los escritores”, dice, cavilosa. “¿De verdad?”, digo. Encoge los hombros. “César Alzate, con su irreverente y original novela Mártires del deseo, y Javier Saldarriaga, con sus “sábalos”, le están dando una vuelta de tuerca a la literatura antioqueña”. Brindamos. “Despreocupados de los tejemanejes del marketing literario, están haciendo su obra con talento y oficio, con pasión y método”. Más guaro. “Yo te digo: a mi juicio, Javier Saldarriaga entró ya a la galería de los mejores cuentistas colombianos contemporáneos: Roberto Rubiano Vargas, Julio César Londoño, Harold Kremer, Heriberto Fiorillo, Ramón Illán Bacca, Julio Olaciregui. Y si se me olvidan algunos ha de ser por tanto guarilaque”. “Mejor vamos a bailar”, le digo, con ganas. No me jodan la vida: el que es bonito es bonito.
Rabito de paja: “Ni guerra, ni paz”. Pacho Mosquera, fundador del MOIR, mayo de 1983.