Smiley, George, espía de Sus Majestades británicas y primer ministro de John le Carré, no te vayas nunca, como en el coro de la hermosa canción de Andrea Echeverri, musa de Aterciopelados.
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Smiley, George, espía de Sus Majestades británicas y primer ministro de John le Carré, no te vayas nunca, como en el coro de la hermosa canción de Andrea Echeverri, musa de Aterciopelados.
No te vayas nunca, lo malo disculpa. Disculpa haberle prestado tus novelas a una boba posgraduada que ni las leyó ni me las devolvió y a un profesor chiflado por sus lecturitas de Marx que los tachó y rayó con rencor: “¡Reaccionario!”; “All spies are bastards, ASAB”, en vez de All cops are bastards, ACAB; “vosotros, fascistas, sois los terroristas”, etcétera.
No te alejes, Georgie. No te vayas nunca. Usa tu paciencia sin límites, tu picardía londinense, tu espíritu sutil, tu sagacidad para identificar y bloquear a los pérfidos agentes del pérfido Karla y su KGB desalmada. Arrincona y desenmascara a los topos dentro de la comandancia del Circus. Hazlos tragar la soberbia y la hipocresía de sus actos. No dejes piedra sobre piedra del socialimperialismo soviético. Escúpelos, si es preciso.
Ay, Smiley, no me dejes. Inspírame. Inspira a los escribidores del mundo entero, ansiosos de tu sabiduría. Enséñanos a escribir como escribía tu amo y señor, David John Moore Cornwell: claro, directo, categórico. Sin filigranas de heterosexuales en apuros ni trucos de tuiteras de medio pelo. No te vayas nunca. Ayúdanos a esquivar los adjetivos y adverbios innecesarios. Guíanos en el combate contra el abominable que galicado. Tú no escribías, es cierto. Pero cuando leo las venturas y desventuras de tu vida en las sombras, siempre termino de rodillas ante la prodigiosa habilidad narrativa de tu padre, Cornwell de Cornualles.
George de los Georges, no te vayas nunca, por favor. Ánclate a los anaqueles de mi ya atiborrada biblioteca, brilla con tu luz en la penumbra de las madrugadas o en la delicuescencia de los atardeceres. Jamás desconfíes de Peter Guillam, Pierre Guillame de pacotilla, medio franchute, medio playboy, leal a ti como la cirrosis a los alcohólicos. Confía también en Control, aunque lo hayan echado de la jefatura. Con ambos, vivirás en nuestras mentes. Canta siempre la tonadilla infantil, “Tinker Tailor Soldier Spy”, my dear Smiley.
No me dejes, no te alejes, Smiley. Saca fuerzas desde el más allá para volver a desenmascarar al vil Bill Haydon, comandante de la estación de Londres, amante de Ann, tu infiel y bellísima esposa, y, sobre todo, topo infernal, traidor infame, canalla de canallas. No te vayas nunca, no nos abandones, no nos repudies. Aquellos que creemos en la ficción por encima de la realidad seguiremos siendo tuyos hasta el fin de nuestros tiempos. Eres discreto, inteligente, parsimonioso, letal: sin ti el Circus habría sucumbido sin redención. Tus gafas de culo de botella no faltarán en nuestras mesitas de noche. Tu humor resentido nos hará sonreír en la vasta inmensidad del inframundo de los espías. Aquí y ahora, te lo ruego, George Smiley: no te vayas nunca, lo malo disculpa, no te alejes, no me dejes. Y prometo no llorar más…
Rabito: “Smiley era perfectamente capaz de enfrentarse con falsos licenciados en Oxford, ya que en otros tiempos había conocido a profesores de literaturas clásicas que ignoraban el griego, a eclesiásticos que ignoraban la religión. Cuando ponía ante estos hombres la prueba de su engaño, confesaban sus pecados, lloraban y se iban, o bien quedaban en la escuela cobrando la mitad del sueldo”. John le Carré. El topo. 1974.
Rabillo: Otros canallas como Trump o Uribe sólo entienden la ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente…