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Si escribir es un arte, ¿cuál vendría siendo su ecuación? Habrá una por cada escritor, supongo. La mía es fácil de enunciar y difícil de practicar. E = t + o. Escribir = talento + oficio.
¿Talento? Unos más, otros menos, casi todos somos capaces de narrar las cosas de la vida. ¿Oficio? Oficio es escribir y tachar, reescribir y borrar, escribir y reescribir, leer y releer, percibir y no juzgar y sintetizar, y volver a escribir sin prisa y sin pausa hasta que la vaina quede como debe quedar. A Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963), ganador del Premio Rómulo Gallegos 2015, la ecuación le queda chiquita pues le sobran talento y oficio.
Pablo Montoya es una humildad de ser, como dicen en Medellín: inteligente, culto, sensible, incansable. No exagero: lleva más de 15 años escribiendo todos los días, no todo el día, por cierto, pero sí lo suficiente para madurar una obra sólida y resplandeciente. Con buena fortuna y aún mejor desempeño, ha trajinado por cuatro géneros literarios muy dispares y complejos: poesía, cuento, ensayo y novela.
En 2006 escribió Cuaderno de París, hermoso poema en prosa, de lenguaje altanero y sin concesiones a la beatería o al filisteísmo, un texto impío y feroz sobre el desarraigo en su versión colombiana: el desplazamiento. Recomiendo que lo lean en voz alta, a la antigua, para poder gozar a cabalidad la belleza del texto y la bravura de la intención.
Poco después, en 2010, publicó Adiós a los próceres, semblanza de semblanzas de la Independencia y la Patria Boba en Colombia. Allí, entre sarcasmo y sarcasmo, fulguran nuestros héroes con sus inconsistencias políticas y sus postrimerías humanas. Antonio Nariño, traductor. Jorge Tadeo Lozano, zoólogo. Pedro Fermín de Vargas, farsante. Simón Bolívar, bailarín. Manuel Atanasio Girardot, abanderado. Francisco de Paula Santander, leguleyo. También las heroínas. Antonia Santos, guerrillera. Policarpa Salavarrieta, espía. Manuela Sáenz, amante. Y al final, Pablo Morillo, pacificador, cruel y desalmado desde que llega hasta que se va. Un libro para reír o... llorar.
En ensayo, Novela histórica en Colombia 1988-2008: entre la pompa y el fracaso repasa con sabiduría y rigor este vilipendiado subgénero, que tanto mortifica a los historiadores y tanto entusiasma a los novelistas. De sus cuatro novelas hay dos que me gustan muchísimo: Lejos de Roma (2004) y Tríptico de la infamia (2014), con la que ganó el Rómulo Gallegos. Lejos de Roma recapitula, en 40 breves, hermosos e impecables capítulos, el exilio, a un villorio de los confines del Imperio Romano, de Publio Ovidio Nasón, poeta de poetas, autor de El arte de amar (Ars amatoria), manual de autoayuda erótica que los enamorados deberían leer al escondido de sus amantes. Por su parte, Tríptico de la infamia re-crea las vidas de tres pintores europeos del siglo XVI —Le Moyne, Dubois y De Bry— unidos por el horror ante la violencia, el latrocinio y la bestialidad humana. Tres vidas, tres visiones, tres poéticas.
Se los digo de corazón: ¡Pablo Montoya es un escritorazo!
Rabito de paja: “Antes escribía con jactancia. Pensaba que la erudición y la adulación eran las alternativas pedidas por la gente que me leía. Ahora lo hago con escepticismo, con la certeza de que nadie me leerá. Ahora es cuando verdaderamente escribo, cuando puedo decir que con la escritura llego a mí mismo”. Ovidio en Lejos de Roma, de Pablo Montoya, 2008.