“Se despeja el camino de Óscar Iván Zuluaga para la Presidencia”. Con ese titular los medios nacionales registraron la noticia de que la Fiscalía había exonerado al hijo mayor del excandidato.
Esa absolución, que no parece muy sólida, llegó como un bálsamo para un sector del uribismo. Muchos de sus militantes estaban preocupados al advertir que los aspirantes hasta ahora mencionados, aunque mediáticos y folclóricos, no daban la talla para la próxima contienda electoral. A diferencia de los imberbes candidatos del Centro Democrático, Óscar Iván tiene jerarquía: conoce el Estado, ha desempeñado funciones públicas relevantes y carga encima una victoria en la primera vuelta presidencial.
Sin embargo, el hombre que encarna la esperanza del uribismo se dará cuenta, más temprano que tarde, de que las cosas han cambiado desde la última vez que se midió en la urnas. En política es mucho más fácil ser oposición que ser gobierno. Así las cosas, cuando Óscar Iván buscó antes la Presidencia, su discurso era tan vendedor como sencillo: “Santos les entregó el país a las Farc y aquí estoy yo para corregir el rumbo”.
Zuluaga tenía entonces una plataforma electoral inmejorable: Uribe más fuerte que nunca, estrenando su poder en el Congreso y ejerciendo con mucho éxito su campaña de desinformación sobre los diálogos de La Habana. Hoy el panorama es muy distinto. La imagen y credibilidad de Uribe ya no son las de antes. Se han visto afectadas por su errático proceder de los últimos años y porque está sub judice. Pero ese puede ser el menor de los problemas para Zuluaga.
El chicharrón que se la va a poner de para arriba es que ahora su partido ya no es oposición, sino gobierno. ¡Y qué desastre de gobierno! Óscar Iván tendrá que salir a vender la continuidad, es decir, que Iván Duque fue un gran presidente, y a pedirles a los votantes que, a pesar del estruendoso fracaso, vuelvan a confiar en el Centro Democrático. Qué difícil le va a quedar encarnar la continuidad de semejante desastre.
A Iván Duque el país se le salió de las manos el día que asumió el mando. Durante su gobierno se disparó la inseguridad, se incrementaron los cultivos de coca, trataron de desbaratar el Acuerdo de Paz, se estigmatizó a la JEP, se cooptaron las cabezas de la justicia, fracasó la economía naranja, se cayeron ministros, se desató un estallido social sin precedentes, se bombardearon niños, murieron manifestantes, corrió mermelada a borbotones, se emprendió una guerra contra la verdad, se acabó con la posibilidad de un proceso con el Eln, se desbordaron las bandas criminales, quedamos etiquetados como un país que viola el DIH, nos agarramos con la CIDH, nos tiramos la relación con Estados Unidos, jodimos a Cuba, nos volvimos el hazmerreír de la comunidad internacional, se fue al piso la imagen de las Fuerzas Armadas, el dólar llegó a $4.000, se estancó la infraestructura y perdimos el grado de inversión.
Lo anterior, por supuesto, es apenas una pequeña fracción de la interminable lista de embarradas del Gobierno. Puede que el inquilino del búnker de la Fiscalía le haya despejado el camino a Zuluaga. Pero el inquilino del Palacio de Nariño se la está poniendo cada vez más difícil.
“Se despeja el camino de Óscar Iván Zuluaga para la Presidencia”. Con ese titular los medios nacionales registraron la noticia de que la Fiscalía había exonerado al hijo mayor del excandidato.
Esa absolución, que no parece muy sólida, llegó como un bálsamo para un sector del uribismo. Muchos de sus militantes estaban preocupados al advertir que los aspirantes hasta ahora mencionados, aunque mediáticos y folclóricos, no daban la talla para la próxima contienda electoral. A diferencia de los imberbes candidatos del Centro Democrático, Óscar Iván tiene jerarquía: conoce el Estado, ha desempeñado funciones públicas relevantes y carga encima una victoria en la primera vuelta presidencial.
Sin embargo, el hombre que encarna la esperanza del uribismo se dará cuenta, más temprano que tarde, de que las cosas han cambiado desde la última vez que se midió en la urnas. En política es mucho más fácil ser oposición que ser gobierno. Así las cosas, cuando Óscar Iván buscó antes la Presidencia, su discurso era tan vendedor como sencillo: “Santos les entregó el país a las Farc y aquí estoy yo para corregir el rumbo”.
Zuluaga tenía entonces una plataforma electoral inmejorable: Uribe más fuerte que nunca, estrenando su poder en el Congreso y ejerciendo con mucho éxito su campaña de desinformación sobre los diálogos de La Habana. Hoy el panorama es muy distinto. La imagen y credibilidad de Uribe ya no son las de antes. Se han visto afectadas por su errático proceder de los últimos años y porque está sub judice. Pero ese puede ser el menor de los problemas para Zuluaga.
El chicharrón que se la va a poner de para arriba es que ahora su partido ya no es oposición, sino gobierno. ¡Y qué desastre de gobierno! Óscar Iván tendrá que salir a vender la continuidad, es decir, que Iván Duque fue un gran presidente, y a pedirles a los votantes que, a pesar del estruendoso fracaso, vuelvan a confiar en el Centro Democrático. Qué difícil le va a quedar encarnar la continuidad de semejante desastre.
A Iván Duque el país se le salió de las manos el día que asumió el mando. Durante su gobierno se disparó la inseguridad, se incrementaron los cultivos de coca, trataron de desbaratar el Acuerdo de Paz, se estigmatizó a la JEP, se cooptaron las cabezas de la justicia, fracasó la economía naranja, se cayeron ministros, se desató un estallido social sin precedentes, se bombardearon niños, murieron manifestantes, corrió mermelada a borbotones, se emprendió una guerra contra la verdad, se acabó con la posibilidad de un proceso con el Eln, se desbordaron las bandas criminales, quedamos etiquetados como un país que viola el DIH, nos agarramos con la CIDH, nos tiramos la relación con Estados Unidos, jodimos a Cuba, nos volvimos el hazmerreír de la comunidad internacional, se fue al piso la imagen de las Fuerzas Armadas, el dólar llegó a $4.000, se estancó la infraestructura y perdimos el grado de inversión.
Lo anterior, por supuesto, es apenas una pequeña fracción de la interminable lista de embarradas del Gobierno. Puede que el inquilino del búnker de la Fiscalía le haya despejado el camino a Zuluaga. Pero el inquilino del Palacio de Nariño se la está poniendo cada vez más difícil.