Malaya no tener el talento de Gustavo Bolívar para escribir narconovelas, pues, sin lugar a dudas, con todo el material que hay sobre el caso de Nicolás Petro Burgos se haría una serie que ni siquiera la imaginación podría alcanzar. Un niño que nace en provincia, hijo de una señora humilde que convive con un guerrillero que se va para el monte, dejándola a ella al cuidado de su bebé. El padre vuelve a ver al párvulo al cabo de seis años. Esto, gracias a que el entonces presidente de Colombia, Virgilio Barco (1986-1990), logra firmar la paz con el M-19, movimiento al que pertenece el entonces guerrillero Gustavo Petro.
Este ciudadano empieza a trasegar en la vida pública y en la política. Después de 30 años de estar en su quehacer político como congresista opositor al régimen de turno, llega a la Presidencia de la República. Adalid de la lucha contra la corrupción y el paramilitarismo, crítico del establecimiento, alcalde de Bogotá y tuitero profesional. Promete el cambio en un país sin duda descontento con la clase política tradicional. Pero llega, sin embargo, a la Presidencia engañando a 11 millones de colombianos a punta de promesas incumplibles y de la mano de la peor escoria de los partidos tradicionales. Muchos de los pícaros que le ayudaron, al momento de la elección, ya estaban investigados por algunos delitos graves.
Pone entonces el padre al hijo abandonado, ya mayor, a que le coordine toda la campaña presidencial en la costa Caribe colombiana. Con promesas y arengas contra la corrupción, Nicolás logra que su padre arrase en esa región, gracias, entre otros, al drogadicto (como lo llamó el actual canciller) Armando Benedetti. Este, bajo los efectos del alcohol, empieza a mandarle audios escandalosos a la jefe del despacho presidencial del otrora guerrillero. Es entonces cuando se empieza a saber que Nicolás había recibido miles de millones de pesos de varias personas cuestionadas o condenadas por narcotráfico. Al padre no se le ocurre sino decir que no lo crio y, en un supuesto acto de honestidad, le pide a la Fiscalía que lo investigue. El hijo negado, al verse perdido por la cantidad de pruebas que tiene la justicia, decide colaborar. Entre tanto su exesposa, quien lo denunció, acaba también metida en un lío penal de enormes proporciones.
Y todo empieza porque Nicolás deja a su esposa para irse con la mejor amiga de ella. En esta narconovela hay de todo: plata ilícita, maletas con efectivo, poder, traición, sexo, infidelidad, testaferros, grabaciones ilegales, hijo negado, gastos suntuosos, zapatos Ferragamo, apartamentos con piscina, autos Mercedes-Benz, adictos a la droga, extorsiones, chuzadas ilegales, narcotraficantes, amenazas y suicidios.
Lamento que el narconovelista Bolívar sea tan amigo del padre negador, pues de seguro “El hijo negado” sería un gran éxito mundial basado en hechos de la vida real. Y colorín colorado, esta novela no se ha acabado.
Malaya no tener el talento de Gustavo Bolívar para escribir narconovelas, pues, sin lugar a dudas, con todo el material que hay sobre el caso de Nicolás Petro Burgos se haría una serie que ni siquiera la imaginación podría alcanzar. Un niño que nace en provincia, hijo de una señora humilde que convive con un guerrillero que se va para el monte, dejándola a ella al cuidado de su bebé. El padre vuelve a ver al párvulo al cabo de seis años. Esto, gracias a que el entonces presidente de Colombia, Virgilio Barco (1986-1990), logra firmar la paz con el M-19, movimiento al que pertenece el entonces guerrillero Gustavo Petro.
Este ciudadano empieza a trasegar en la vida pública y en la política. Después de 30 años de estar en su quehacer político como congresista opositor al régimen de turno, llega a la Presidencia de la República. Adalid de la lucha contra la corrupción y el paramilitarismo, crítico del establecimiento, alcalde de Bogotá y tuitero profesional. Promete el cambio en un país sin duda descontento con la clase política tradicional. Pero llega, sin embargo, a la Presidencia engañando a 11 millones de colombianos a punta de promesas incumplibles y de la mano de la peor escoria de los partidos tradicionales. Muchos de los pícaros que le ayudaron, al momento de la elección, ya estaban investigados por algunos delitos graves.
Pone entonces el padre al hijo abandonado, ya mayor, a que le coordine toda la campaña presidencial en la costa Caribe colombiana. Con promesas y arengas contra la corrupción, Nicolás logra que su padre arrase en esa región, gracias, entre otros, al drogadicto (como lo llamó el actual canciller) Armando Benedetti. Este, bajo los efectos del alcohol, empieza a mandarle audios escandalosos a la jefe del despacho presidencial del otrora guerrillero. Es entonces cuando se empieza a saber que Nicolás había recibido miles de millones de pesos de varias personas cuestionadas o condenadas por narcotráfico. Al padre no se le ocurre sino decir que no lo crio y, en un supuesto acto de honestidad, le pide a la Fiscalía que lo investigue. El hijo negado, al verse perdido por la cantidad de pruebas que tiene la justicia, decide colaborar. Entre tanto su exesposa, quien lo denunció, acaba también metida en un lío penal de enormes proporciones.
Y todo empieza porque Nicolás deja a su esposa para irse con la mejor amiga de ella. En esta narconovela hay de todo: plata ilícita, maletas con efectivo, poder, traición, sexo, infidelidad, testaferros, grabaciones ilegales, hijo negado, gastos suntuosos, zapatos Ferragamo, apartamentos con piscina, autos Mercedes-Benz, adictos a la droga, extorsiones, chuzadas ilegales, narcotraficantes, amenazas y suicidios.
Lamento que el narconovelista Bolívar sea tan amigo del padre negador, pues de seguro “El hijo negado” sería un gran éxito mundial basado en hechos de la vida real. Y colorín colorado, esta novela no se ha acabado.