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El señor expresidente Álvaro Uribe, ese batallador férreo e incansable, está herido de muerte. Se le ve cansado, intranquilo y angustiado. En una decisión muy personal decidió seguir activo en la política después de sus dos mandatos presidenciales. Ha sostenido que lo hace por la patria, pero esa, sin duda, es una verdad a medias, como muchas de las que dice. Lo hace porque siempre ha sabido que tiene varios huesos escondidos detrás de las paredes y tal vez por eso decidió perpetuarse en el poder, dejando en ese tortuoso camino sus mejores años de la vida. Trató de hacerlo siendo presidente al intentar hacerse reelegir para un tercer mandato. No lo logró y se hizo elegir senador. Hoy se encuentra investigado por la Corte Suprema de Justicia con más de 28 procesos y vinculado formalmente a uno relacionado con sobornos de testigos.
El expresidente Uribe padece en carne propia la llamada maldición gitana: “Entre abogados te veas”. Su futuro depende de los abogados de la Corte Suprema y de sus abogados Granados, De la Espriella y Lombana, y en algún momento dependió del doctor Diego Cadena, hoy imputado por la Fiscalía por el supuesto soborno a un testigo para que enlodara al senador Iván Cepeda.
No siento nada distinto por el expresidente Uribe sino conmiseración, compasión y hasta caridad cristiana. Un hombre que hubiera podido retirarse a tiempo con el respeto de millones de sus conciudadanos hoy se encuentra ad portas de la cárcel. Con sus 68 años Uribe ha perdido décadas en el repugnante devenir político, tiempo que extrañará cuando la inevitable y perversa muerte lo sorprenda.
Prefirió así continuar en trifulcas con sus enemigos políticos, quitándoles tiempo a su discreta y amable esposa, doña Lina, a sus jóvenes hijos y, peor aún, a sus pequeños nietos. Se bajó del pedestal en que la historia lo había puesto cuando les quito el país de las manos a las Farc (2002-2006) y hoy padece el desgaste al que él mismo se sometió y los “disparos” certeros de sus no pocos implacables y obsesivos enemigos.
Jamás pensé que algún día pudiera sentir piedad por el doctor Uribe, pues he sido por décadas un crítico feroz de muchas de sus conductas durante su devenir político. Tal vez porque los años me han reblandecido, o simplemente porque en el fondo del corazón creo que nadie, ni siquiera el expresidente, debe llegar a la tercera edad con espinas mortales clavadas en el corazón y perpetuos resentimientos ponzoñosos que le carcomen el alma.
Quiera Dios que el doctor Uribe haga un alto en el camino y se tome un tiempo para meditar y repensar su vida, porque a su edad son menos los años para vivir y el tiempo perdido no vuelve. Recordemos lo que dijo Camilo José Cela: “La muerte es dulce; pero su antesala, cruel”. Y al final, digo, nunca es demasiado tarde para detenerse y repasar. Una tragedia griega y la vida del otrora prócer. ¡El gladiador está herido de muerte!