Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En la calle, y mientras camino hacia ninguna parte, oigo que un tipo le dice a su compañero de caminata que el arte real del amor es saber solucionar sus malos momentos. Quiero escuchar algo más, pero un semáforo que está a dos cuadras de nosotros se pone en verde, y de pronto aparecen decenas de carros. Y sus ruidos. El tipo de la frase sigue hablando, pero yo apenas logro percibir su voz y algo parecido a que los momentos son la vida, hasta que se detiene en una esquina, se despide de su oyente y se pierde por un callejón. Yo saco a toda prisa un lápiz y un papelito, y allí, en el reverso de un recibo de tienda escribo sus frases. Y pienso. Empiezo a cuestionar lo que creo que es y no es el amor, una vez más en la vida.
Reviso los amores que he conocido, los cambios en esos amores y sus transformaciones a lo largo de los últimos años. Hoy, empiezo a concluir, parece más sentimental que nunca, tal vez por las modas de la vulnerabilidad, de los derechos a la fragilidad y los merecimientos, que se han multiplicado a la enésima potencia. Amores lastimeros, digo en voz muy baja, con cierto temor a que algún transeúnte me oiga, e imagino las cientos de cientos de lástimas que se juntan en este valle de quejas y lamentos, y recuerdo a un filósofo de apellido Sauer que contaba que para algunos quejumbrosos radicales la puntualidad era un valor de los hombres blancos, y me pregunto si otros valores como la lealtad, la honestidad, la fortaleza y la dignidad harán parte de esa misma lista.
De repente y sin habérmelo propuesto, llego a una estación de buses. Me subo al primero que encuentro, medio lleno o medio vacío, cada quien que lo vea como quiera verlo. La gente habla de sus citas médicas y se queja de los malos tratos y las demoras. Habla de sus trabajos, se lamenta de no haberse dedicado a otra cosa y echa pestes de su jefe, del sistema, de sus compañeros, y por supuesto, de lo poco que le pagan. La gente habla de sus estudios y se queja de sus carreras, del pénsum, de la educación y de los profesores. Habla de la política y se queja de toda la política y de todos los políticos, añorando un pasado en el que también se quejaba de lo mismo. Habla del país y dice que definitivamente, no hay ni país ni futuro.
La gente habla y habla. Yo trato de escuchar todas las conversaciones, pero unas tapan a las otras, hasta que surge un diminuto silencio y una señora que habla y se queja de los amores y del amor, dice como para que todo el mundo la escuche que siente lástima por su marido.