Vamos arrastrando cadenas que nosotros mismos hemos ido forjando, puliendo, cincelando. Nos esclavizamos con ellas, por ellas, nos argollamos a ellas poco a poco, sin darnos cuenta siquiera y culpando siempre a los demás por nuestros yerros. Cadenas de hierro, como las que formamos cuando nos dejamos convencer de las modas y de las apariencias y terminamos por ser vividos, usados, en vez de vivir. Cadenas de amor, del amor que buscamos por no ser capaces de “huir a nuestra soledad”, y que nos modelan a imagen y semejanza de un otro, del otro, de ese “testigo privilegiado” del que hablaba Platón, que lentamente nos va robando toda nuestra autenticidad con pequeños bocaditos de alegría.
Cadenas. Cadenas que parecen viento y que apenas nos rozan, pero que en el fondo nos amarran, nos atan a una misma tierra y a idénticas costumbres repetidas por años y siglos. Cadenas de azúcar. De nieve, de fuego y de agua y de latones oxidados y maderas corroídas. Cadenas de ilusiones creadas con las palabras envenenadas de tantos y tantos que nos lograron convencer de sus ideales y sus luchas para que fuéramos sus idiotas útiles y trabajáramos para ellos, encadenados a ellos y a sus espejismos de éxito, de triunfo, de paz y futuro. Cadenas como juguetes, que nos envolvieron y sedujeron, y al final acabaron por atraparnos en el ilusorio juego de los besos y las miradas.
Cadenas de deseo, que nos condujeron al camino de la adicción, sin comprender jamás que la concreción de ese deseo, el final, era morir un poco. Cadenas de placer que nos llevaron a confundir la carne y la piel con el espíritu. Cadenas entretejidas con caricias y promesas, que en el fondo sólo eran sensualidad y nada más que sensualidad. Cadenas de juramentos, que le pusieron un manto negro a la verdadera razón de tanto juramento. Cadenas. Cadenas de odio, de indiferencia, de amistad, de solidaridad. Cadenas de moda, como todas las que nos van cubriendo en estos tiempos, y que nos irán llevando cada vez más al odio, a la distancia y a la más cruda manifestación del individualismo antihumano siglo XXI.
Vamos arrastrando cadenas que nosotros mismos hemos ido forjando, puliendo, cincelando. Nos esclavizamos con ellas, por ellas, nos argollamos a ellas poco a poco, sin darnos cuenta siquiera y culpando siempre a los demás por nuestros yerros. Cadenas de hierro, como las que formamos cuando nos dejamos convencer de las modas y de las apariencias y terminamos por ser vividos, usados, en vez de vivir. Cadenas de amor, del amor que buscamos por no ser capaces de “huir a nuestra soledad”, y que nos modelan a imagen y semejanza de un otro, del otro, de ese “testigo privilegiado” del que hablaba Platón, que lentamente nos va robando toda nuestra autenticidad con pequeños bocaditos de alegría.
Cadenas. Cadenas que parecen viento y que apenas nos rozan, pero que en el fondo nos amarran, nos atan a una misma tierra y a idénticas costumbres repetidas por años y siglos. Cadenas de azúcar. De nieve, de fuego y de agua y de latones oxidados y maderas corroídas. Cadenas de ilusiones creadas con las palabras envenenadas de tantos y tantos que nos lograron convencer de sus ideales y sus luchas para que fuéramos sus idiotas útiles y trabajáramos para ellos, encadenados a ellos y a sus espejismos de éxito, de triunfo, de paz y futuro. Cadenas como juguetes, que nos envolvieron y sedujeron, y al final acabaron por atraparnos en el ilusorio juego de los besos y las miradas.
Cadenas de deseo, que nos condujeron al camino de la adicción, sin comprender jamás que la concreción de ese deseo, el final, era morir un poco. Cadenas de placer que nos llevaron a confundir la carne y la piel con el espíritu. Cadenas entretejidas con caricias y promesas, que en el fondo sólo eran sensualidad y nada más que sensualidad. Cadenas de juramentos, que le pusieron un manto negro a la verdadera razón de tanto juramento. Cadenas. Cadenas de odio, de indiferencia, de amistad, de solidaridad. Cadenas de moda, como todas las que nos van cubriendo en estos tiempos, y que nos irán llevando cada vez más al odio, a la distancia y a la más cruda manifestación del individualismo antihumano siglo XXI.