A veces, cuando me siento entre sombras y comienzo a tararear viejas y muy viejas canciones, y vuelvo a algunos poemas, volteo la cara, cambio de imágenes y recuerdo a una amiga que me contaba el otro día que Pablo Picasso solía cambiar las cosas de su casa de lugar cada dos o tres días para volverlas a mirar, y que cada vez que las miraba de nuevo encontraba un nuevo color, una nueva forma, e incluso, que se le ocurrían novedosas ideas. Entonces pienso en los libros, en algunas películas, en la música y en la gente y la vida, en todo aquello que es susceptible de transformarse una y otra y otra vez siendo supuestamente la misma, y sonrío, aunque nunca sé si con la misma sonrisa de siempre.
Sonrío, entre embelesado e irónico, y en ocasiones repleto de ingenuidades, al creer que toda nuestra historia se podría transformar si viéramos de otra manera. Si viéramos. Si cambiáramos la mirada cada vez que nos atacan nuestras vanidades y nuestros temores y dejáramos de ver en el otro, en los otros, solo lo oscuro y sus egos y sus mezquindades, y en lugar de eso tan oscuro que nos afecta tan a nosotros viéramos sus luchas, su pasado, sus motivaciones y alegrías, amores y desengaños, e imagináramos sus familias, los amigos que tuvieron de niños, los sueños que los despertaban a mitad de noche y la persistencia con la que lograron lo que fuera que hubieran logrado.
Sonrío, sí, porque estoy convencido de que si cambiamos la mirada podemos empezar a cambiar mil cosas, poco a poco, desde abajo y lentamente, y de que cambiar la mirada es empezar a comprender que si al vecino del barrio o al compañero del trabajo les va bien en sus asuntos, a mí me irá mejor, y me irá mejor porque las civilizaciones surgen de los triunfos, de las ideas y las conversaciones, de más personas sabias y de más gente que lucha por el otro y con el otro. “Una mano más una mano no son dos manos. Son manos unidas”, como escribió Gonzalo Arango. Los triunfos llevan a más triunfos, y la pequeña o mediana victoria de algunos es una gran victoria para todos, pero para verlo hay que cambiar la mirada.
A veces, cuando me siento entre sombras y comienzo a tararear viejas y muy viejas canciones, y vuelvo a algunos poemas, volteo la cara, cambio de imágenes y recuerdo a una amiga que me contaba el otro día que Pablo Picasso solía cambiar las cosas de su casa de lugar cada dos o tres días para volverlas a mirar, y que cada vez que las miraba de nuevo encontraba un nuevo color, una nueva forma, e incluso, que se le ocurrían novedosas ideas. Entonces pienso en los libros, en algunas películas, en la música y en la gente y la vida, en todo aquello que es susceptible de transformarse una y otra y otra vez siendo supuestamente la misma, y sonrío, aunque nunca sé si con la misma sonrisa de siempre.
Sonrío, entre embelesado e irónico, y en ocasiones repleto de ingenuidades, al creer que toda nuestra historia se podría transformar si viéramos de otra manera. Si viéramos. Si cambiáramos la mirada cada vez que nos atacan nuestras vanidades y nuestros temores y dejáramos de ver en el otro, en los otros, solo lo oscuro y sus egos y sus mezquindades, y en lugar de eso tan oscuro que nos afecta tan a nosotros viéramos sus luchas, su pasado, sus motivaciones y alegrías, amores y desengaños, e imagináramos sus familias, los amigos que tuvieron de niños, los sueños que los despertaban a mitad de noche y la persistencia con la que lograron lo que fuera que hubieran logrado.
Sonrío, sí, porque estoy convencido de que si cambiamos la mirada podemos empezar a cambiar mil cosas, poco a poco, desde abajo y lentamente, y de que cambiar la mirada es empezar a comprender que si al vecino del barrio o al compañero del trabajo les va bien en sus asuntos, a mí me irá mejor, y me irá mejor porque las civilizaciones surgen de los triunfos, de las ideas y las conversaciones, de más personas sabias y de más gente que lucha por el otro y con el otro. “Una mano más una mano no son dos manos. Son manos unidas”, como escribió Gonzalo Arango. Los triunfos llevan a más triunfos, y la pequeña o mediana victoria de algunos es una gran victoria para todos, pero para verlo hay que cambiar la mirada.