Prefiero las sospechas a las certezas
Fernando Araújo Vélez
El otro día vi pasar a un señor que cantaba a grito herido “039 se la llevó”, un vallenato de los tiempos de los cantores, y a una señora que se le atravesó y le dijo “loco” y luego sonrió. Yo me quedé recordando una vieja canción de Joan Manuel Serrat que hablaba de locos y elecciones, y de que prefería tomar a pedir, amar a ser amado y los caminos a las fronteras, entre otras decenas de cosas. Medio cantando a susurros, y medio inventando nuevas frases para la canción, empecé a concluir que definitivamente prefiero las sospechas a las certezas, y más que a las certezas si es que las hay, elijo sospechar a caer en ese reguero de afirmaciones y opiniones, de sentencias, que surgen de las certezas, y que cada día nos invaden más y más y más con su cuota de alienación.
Prefiero dudar, sí y mil veces sí. Prefiero el misterio. Prefiero ir por la vida descubriendo y asombrándome por el verde intenso de la hoja que cae de un árbol, por las seis patas transparentes de un insecto que seguro nadie ha podido clasificar, o por el andar rítmico de un señor que sale en punto de seis con su perro todas las mañanas de la vida a caminar. Prefiero sospechar y repetir, como leí por ahí que decía Ronald Reagan, “confía, pero verifica”, porque digan lo que quieran decir, y afirmen cuantas veces lo deseen que hay que dejarse llevar por el corazón y demás, la confianza ha sido la piedra de origen de miles de millones de muertes y de guerras, más allá de que ese “confío en ti” con el que algunos pretenden halagarnos termina siendo un principio de esclavitud hacia quien nos lo dice.
La confianza esclaviza. La confianza desmorona y mata. La confianza y las certezas nos vuelven ciegos y nos llevan a olvidar que somos y seremos simples mortales, y a hacer de cuenta que Platón jamás dijo que la ignorancia no era ausencia de conocimiento, sino exceso de saber que no era saber, exceso de confianza en unos conocimientos que no habían sido atravesados por la sospecha y la duda. La confianza, como las certezas y las metas, como llegar, y el triunfo y el éxito, nos arrebatan el deseo, la búsqueda, y nos sumen en un permanente letargo. Nos aniquilan y nos roban ese estado de sospecha hacia este, hacia aquella y el de más allá, y cualquier día nos encontramos confiando en lo humano, ignorando que es “demasiado humano”, que todos tenemos un lado oscuro, infinidad de secretos y muy oscuro móviles, y que para retornar a Serrat, “existe siempre una razón escondida en cada gesto”.
El otro día vi pasar a un señor que cantaba a grito herido “039 se la llevó”, un vallenato de los tiempos de los cantores, y a una señora que se le atravesó y le dijo “loco” y luego sonrió. Yo me quedé recordando una vieja canción de Joan Manuel Serrat que hablaba de locos y elecciones, y de que prefería tomar a pedir, amar a ser amado y los caminos a las fronteras, entre otras decenas de cosas. Medio cantando a susurros, y medio inventando nuevas frases para la canción, empecé a concluir que definitivamente prefiero las sospechas a las certezas, y más que a las certezas si es que las hay, elijo sospechar a caer en ese reguero de afirmaciones y opiniones, de sentencias, que surgen de las certezas, y que cada día nos invaden más y más y más con su cuota de alienación.
Prefiero dudar, sí y mil veces sí. Prefiero el misterio. Prefiero ir por la vida descubriendo y asombrándome por el verde intenso de la hoja que cae de un árbol, por las seis patas transparentes de un insecto que seguro nadie ha podido clasificar, o por el andar rítmico de un señor que sale en punto de seis con su perro todas las mañanas de la vida a caminar. Prefiero sospechar y repetir, como leí por ahí que decía Ronald Reagan, “confía, pero verifica”, porque digan lo que quieran decir, y afirmen cuantas veces lo deseen que hay que dejarse llevar por el corazón y demás, la confianza ha sido la piedra de origen de miles de millones de muertes y de guerras, más allá de que ese “confío en ti” con el que algunos pretenden halagarnos termina siendo un principio de esclavitud hacia quien nos lo dice.
La confianza esclaviza. La confianza desmorona y mata. La confianza y las certezas nos vuelven ciegos y nos llevan a olvidar que somos y seremos simples mortales, y a hacer de cuenta que Platón jamás dijo que la ignorancia no era ausencia de conocimiento, sino exceso de saber que no era saber, exceso de confianza en unos conocimientos que no habían sido atravesados por la sospecha y la duda. La confianza, como las certezas y las metas, como llegar, y el triunfo y el éxito, nos arrebatan el deseo, la búsqueda, y nos sumen en un permanente letargo. Nos aniquilan y nos roban ese estado de sospecha hacia este, hacia aquella y el de más allá, y cualquier día nos encontramos confiando en lo humano, ignorando que es “demasiado humano”, que todos tenemos un lado oscuro, infinidad de secretos y muy oscuro móviles, y que para retornar a Serrat, “existe siempre una razón escondida en cada gesto”.