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De urgencia en urgencias

Fernando Araújo Vélez
22 de julio de 2023 - 11:00 p. m.
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A mí la vida, la historia, la permanente evolución, “me dieron el mar y sus orillas”, como cantaba Piero, pero los muy humanos, los convenientes y algunos negociantes me dieron, me contaminaron con la idea de las urgencias, y he terminado por vivir y por pensar con urgencia, sin saber muy bien cuál es la urgencia de cada día, de cada minuto, ni si es urgente esto o aquello. Cuando me detengo, cuando respiro, trato de escudriñar entre viejos y muy viejos recuerdos cuál fue el origen de mis urgencias, y difusos, entrecortados, aparecen los días del colegio, el timbre para entrar a clase, el sonido de un reloj, su alarma, las campanadas de la misa de doce o de seis y las palabras aceleradas, urgentes, de algún adulto ordenándome que me apurara, que se iba el bus o que ya iban a cerrar la puerta.

Cada timbrazo, cada campanada y cada instrucción me fueron llevando a una disciplina, a un orden, e inconscientemente, a la sensación de urgencia. El orden era una urgencia, y vivir, o para vivir, indefectiblemente, era urgente hacer parte de un orden. Desde aquellos tiempos ya tan pretéritos hasta hoy, la urgencia por llegar o por salir, por estar, por marcar tarjeta o por terminar un trabajo, por conseguirlo, por comenzarlo, fue paulatinamente creciendo, y por andar de urgencia en urgencia me fui quedando por fuera del tiempo, aunque suene algo contradictorio, porque el tiempo iba a su eterno ritmo, pero yo no lo comprendí. Quise, traté de que fuera más veloz tragándome metros y kilómetros caminando y corriendo a toda prisa para captar más y más, cuando en el fondo lo que hacía era llenarme de prisas, de humo, sin comprender nada.

Y menos que nada, al tiempo. Por las urgencias dejé de detallar los insectos que caminaban por los troncos de los árboles en los parques, con sus múltiples formas y colores, y por las urgencias olvidé mi primer beso y el nombre de la mujer que hizo parte de ese beso, pues seguro estaba pensando en el siguiente y en el de más allá. Por las urgencias me subí en decenas de trenes y buses, e incluso de aviones, para llegar a alguna parte, y mientras miraba el reloj y hacía cuentas con los minutos que faltaban y que habían transcurrido, ignoré los valles y los ríos y las montañas y las nubes que iban apareciendo en el camino. Por las urgencias y exhausto de tanta carrera, caí en las trampas de comprar lo que estuviera de moda para que pasara esa moda rápido y tuviera que comprar el siguiente modelo de lo que fuera.

Por las urgencias viví y maté el tiempo, sí, pero inmerso en ellas no me di cuenta de que era el tiempo el que me iba a matar a mí.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Nelson(56736)23 de julio de 2023 - 12:49 p. m.
Y aún así somos tropicalmente maestros de la demora, asiduos de la siesta y la postergación. Como dijo alguien por ahí: para el latino, la siesta y la fiesta conjugan en nuestra genética; aún cuando con razón de la columna nos hemos dejado subjetivizar por el timbre electrizante de nuestros tiempos.
Ricardo(35219)23 de julio de 2023 - 11:26 a. m.
Gracias por una reflexión fundamental para realmente vivir
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