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Y por ahí vamos, descuidando las palabras y todo ese mundo de mensajes ocultos que hay detrás de cada palabra, como si no hubiera memoria, como si nosotros mismos no fuéramos el resultado de nuestra memoria, de ese infinito número de hechos, frases, imágenes, sonidos y vivencias que nos llevaron a tomar un camino o el otro, o para recordar a Yukio Mishima, como si no fuéramos consecuencia de las consecuencias de una “mirada de origen”. Y por ahí vamos, sí, desdeñando el pasado, bombardeándolo, llevados por las frases incendiaras, repetidas una y otra vez por un montón de políticos y supuestos vanguardistas que descubrieron el rédito que les daba romper con todo lo pasado, exceptuando lo que les convenía, y hacer añicos los viejos valores, los antiguos principios, la historia, la prehistoria, el saber de las milenarias y centenarias culturas y la memoria.
Y vamos, alienados, robotizados, automatizados, como llevados por una fuerza externa surgida de otra galaxia, imitando al vecino, posando de felicidad como el vecino, vistiéndonos, caminando, cantando como el vecino, pensando como el vecino, y yendo en busca del mismo y superfluo éxito del vecino. Todo lo que hacemos, parece que lo hacemos para que los demás nos aplaudan, para el premio, el diploma y la ovación, y todo lo que decimos tiene una extraña mezcla de manual, el manual de lo políticamente correcto decidido desde la debilidad, y el miedo. Vamos sin ser y sentimos pánico de ser. Enterramos, condenamos cada día con mayor profundidad a aquellos que son capaces de ser, aunque sea en un mínimo uno por ciento, e incluso, resucitamos a quienes en algún momento y hace muchos años fueron capaces de ser, para volverlos a sepultar.
Y así vamos, inmersos en lo inmediato, que en últimas, termina siendo efímero. Solo vale el hoy, y si acaso, un futuro que ni siquiera conocemos, porque el pasado, lo que fuimos, por lo que somos, hace rato que lo borramos. Vamos de inmediatez en inmediatez. Todo lo que queremos, lo pedimos al instante, y la gran mayoría de las veces, de regalo. Aspiramos al triunfo, siempre de inmediato. Lo exigimos, en esa mescolanza de derechos y merecimientos que hemos creado, y apenas lo logramos, o nos lo dan, aspiramos a lo siguiente, tanto en el trabajo, como en las amistades y en eso que llaman amor. Hasta el arte lo volvimos efímero, y matriculados por completo en lo efímero, en ocasiones sin saberlo, ya comenzamos a entrar en la era de lo efímero y lo robotizado por excelencia de eso que hemos denominado inteligencia artificial.