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                                                                                                                                  El día que Fiódor Dostoievski fue condenado a muerte

                                                                                                                                  Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  Editor de Cultura

                                                                                                                                  Él, Fiódor Dostoievski, como casi todos los presidiarios que habían sido enviados a Siberia a realizar trabajos forzados por distintos delitos, pensaban que todo aquello que hacían era de una “inutilidad perfecta”, como lo calificó en “El sepulcro de los vivos”. Por sus trabajos sin sentido, por sus vidas sin propósitos, Dostoievski los observó, los analizó y los describió en sus cuadernos de notas durante todos los días de los cinco años que estuvo con ellos en una “convivencia forzada” que transformó aquel estado de nada en un estado de nada infernal. A algunos de ellos, con pequeñas o medianas variaciones, los convirtió tiempo después en personajes de “Los Hermanos Karamazov”, de “Crimen y castigo” o de “Los demonios”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD
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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Minutos más tarde llegó un carruaje de la gendarmería oficial y un alto jerarca se bajó de él con una carta repleta de sellos y la orden del zar de que se suspendiera la ejecución. La pena fue conmutada por cinco años de trabajos forzados en Omsk, Siberia. El nombre del reo Fiódor Mijáilovich Dostoievski era uno más entre los de decenas de presos que tendrían que convivir por meses y años con sus días y sus noches en la casa de los muertos.

                                                                                                                                  Él, Fiódor Dostoievski, como casi todos los presidiarios que habían sido enviados a Siberia a realizar trabajos forzados por distintos delitos, pensaban que todo aquello que hacían era de una “inutilidad perfecta”, como lo calificó en “El sepulcro de los vivos”. Por sus trabajos sin sentido, por sus vidas sin propósitos, Dostoievski los observó, los analizó y los describió en sus cuadernos de notas durante todos los días de los cinco años que estuvo con ellos en una “convivencia forzada” que transformó aquel estado de nada en un estado de nada infernal. A algunos de ellos, con pequeñas o medianas variaciones, los convirtió tiempo después en personajes de “Los Hermanos Karamazov”, de “Crimen y castigo” o de “Los demonios”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD
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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Minutos más tarde llegó un carruaje de la gendarmería oficial y un alto jerarca se bajó de él con una carta repleta de sellos y la orden del zar de que se suspendiera la ejecución. La pena fue conmutada por cinco años de trabajos forzados en Omsk, Siberia. El nombre del reo Fiódor Mijáilovich Dostoievski era uno más entre los de decenas de presos que tendrían que convivir por meses y años con sus días y sus noches en la casa de los muertos.

                                                                                                                                  Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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