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El golpe de Marcel Proust a la muerte

Fernando Araújo Vélez
15 de septiembre de 2024 - 11:10 a. m.

Al final, por allá por los primeros días de agosto de 1922, cuando fue realmente consciente de que sus dolores en el pecho eran más agudos que de costumbre y sintió que el aire que respiraba apenas era un delgado silbido de muerte y vio cómo los colores dejaban su color para volverse grises, Marcel Proust tomó una hoja y empezó a escribir sobre lo que era morir, y en ese proceso logró describir los detalles postreros de la muerte de Berdotte, uno de sus principales creaciones, que era creación y era al mismo tiempo él, era invención y realidad y el sustento de que un día dijera que en el fondo, cada lector era un lector de sí mismo, tal vez para sugerir que de alguna manera, cada escritor era un escritor de sí mismo.

Proust fue un escritor de sí mismo toda su vida. Incluso, antes de aprender a escribir. Observaba, aprehendía, indagaba, analizaba. Ya que no podía vivir las primaveras porque el polen de las flores lo afectaban, las observaba a través de las ventanas de su habitación. Como escribió Stefan Zweig, “Por eso, para poder ver aquellos colores tan queridos y para poder contemplar los cálices, Marcel se paseaba a veces en un coche cerrado, a través de cuyos cristales los miraba él ansiosamente”. Luego, llevado por las pulsiones y la curiosidad, se sumergió durante años en la vida social parisina. Una noche iba al Ritz, y otra, a alguno de los grandes salones de la alta sociedad. Se apoyaba contra el muro de una esquina y desde ahí observaba el mundo.

Desde ahí, en ocasiones charlando, y en otras ensimismado, iba captando los distintos ritos de la sociedad, lo mundano, las formas y sus vericuetos. En palabras de Zweig, “El por qué la princesa X colocó al marqués Z a un extremo de la mesa, e hizo sentar al barón A en la presidencia de la misma, eran cuestiones que le preocupaban durante días enteros”. Quería saber los motivos, todos los motivos. Necesitaba conocer al verdadero humano que había detrás del frac y del vestido de seda. Esa era su razón para ir y ver, y después, escribir. Pasados los años y las fiestas y las celebraciones, se recluyó por 18 años en su cuarto y hoja tras hoja, pena tras pena, descubrimiento tras descubrimiento, escribió “En busca del tiempo perdido” y aquel final de Berdotte que fue su final.

Según Zweig, “Así golpeó él, en pleno rostro, a la muerte: último gesto del artista que, mientras espera el final, vence, heroicamente, el temor de morir”.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Paula(77374)16 de septiembre de 2024 - 01:45 a. m.
Me hizo ver a Proust cerca. Gracias
Juan(3racf)15 de septiembre de 2024 - 08:44 p. m.
Maravilloso
Juan(26735)15 de septiembre de 2024 - 08:08 p. m.
Gracias
Fernando(88612)15 de septiembre de 2024 - 08:02 p. m.
Me gustó que logró dar en el clavo: en el arte en ocasiones alejarse de lo mundano es la forma más clara de ver el mundo.
Maribel(27840)15 de septiembre de 2024 - 07:53 p. m.
Quién pudiera?
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