La idea de origen me lleva a la de originalidad, y de la originalidad voy dando brincos hacia lo auténtico, lo puro, y de tanto darle vueltas a tantas palabras y conceptos, voy comprendiendo que lo original se desprende de nuestros comienzos, de aquellas primeras cosas que nos marcaron, de la “mirada de origen”, como decía el escritor japonés Yukio Mishima. Aunque jamás logré ni siquiera medio desentrañar las razones por las que me fascinaron el primer libro, la primera canción, el primer amor, o todas esas otras primeras cosas y aquellas primeras veces, hoy sé que mis “miradas de origen” le han dado vida a todas y cada una de mis otras miradas, y que en resumen, he vivido siguiendo el camino que surgió de aquellos primeros puntos.
Y he sido una infinidad de puntos seguidos. Y de comas, y de puntos y comas, y a veces, he querido ser un punto y aparte, muy a pesar de que desde hace varios años sea consciente de que en ninguna vida hay puntos y aparte, por más de que queramos olvidar y volver a comenzar, pues el pasado, como lo sugería un personaje de reparto de alguna película cuyo nombre olvidé, jamás se queda donde lo dejamos, tal vez, pienso hoy, porque se inició con un punto de origen, y de ese punto se fueron desprendiendo decenas, centenares y millones de puntos, cada uno con sus respectivas consecuencias. Tacharlos, eliminarlos, incluso borrarlos y hacer de cuenta que nunca existieron, es absolutamente imposible.
Por eso cada vez tengo más en claro que una a una y todas nuestras acciones, palabras y silencios, cada uno de nuestros puntos, por mínimos que parezcan, tienen sus consecuencias, su influjo en otras personas y en la tierra y el agua y el aire, incluso después de la muerte. Sería todo un gesto de sensatez tenerlo siempre presente. Saber que somos infinitos difusores de mensajes, y por lo mismo, de consecuencias, o de puntos seguidos, para continuar con los puntos, y buscar entre viejas palabras y difusas imágenes, aquella “mirada de origen”, nuestros primer punto, para siquiera tener una lejana idea de dónde y de cómo surgió nuestra originalidad, y luego, de cuánto fuimos capaces de cuidarla o perderla.
La idea de origen me lleva a la de originalidad, y de la originalidad voy dando brincos hacia lo auténtico, lo puro, y de tanto darle vueltas a tantas palabras y conceptos, voy comprendiendo que lo original se desprende de nuestros comienzos, de aquellas primeras cosas que nos marcaron, de la “mirada de origen”, como decía el escritor japonés Yukio Mishima. Aunque jamás logré ni siquiera medio desentrañar las razones por las que me fascinaron el primer libro, la primera canción, el primer amor, o todas esas otras primeras cosas y aquellas primeras veces, hoy sé que mis “miradas de origen” le han dado vida a todas y cada una de mis otras miradas, y que en resumen, he vivido siguiendo el camino que surgió de aquellos primeros puntos.
Y he sido una infinidad de puntos seguidos. Y de comas, y de puntos y comas, y a veces, he querido ser un punto y aparte, muy a pesar de que desde hace varios años sea consciente de que en ninguna vida hay puntos y aparte, por más de que queramos olvidar y volver a comenzar, pues el pasado, como lo sugería un personaje de reparto de alguna película cuyo nombre olvidé, jamás se queda donde lo dejamos, tal vez, pienso hoy, porque se inició con un punto de origen, y de ese punto se fueron desprendiendo decenas, centenares y millones de puntos, cada uno con sus respectivas consecuencias. Tacharlos, eliminarlos, incluso borrarlos y hacer de cuenta que nunca existieron, es absolutamente imposible.
Por eso cada vez tengo más en claro que una a una y todas nuestras acciones, palabras y silencios, cada uno de nuestros puntos, por mínimos que parezcan, tienen sus consecuencias, su influjo en otras personas y en la tierra y el agua y el aire, incluso después de la muerte. Sería todo un gesto de sensatez tenerlo siempre presente. Saber que somos infinitos difusores de mensajes, y por lo mismo, de consecuencias, o de puntos seguidos, para continuar con los puntos, y buscar entre viejas palabras y difusas imágenes, aquella “mirada de origen”, nuestros primer punto, para siquiera tener una lejana idea de dónde y de cómo surgió nuestra originalidad, y luego, de cuánto fuimos capaces de cuidarla o perderla.