El reino de los desadaptados
Fernando Araújo Vélez
Desadaptados sean quienes no lograron acomodarse entre tanta mezquindad y tanto falso profeta que anunciaba el reino de la felicidad a punta de vender alegrías y fiestas. Desadaptados sean aquellos que en lugar de sonrisas de ocasión se mordieron los labios y caminaron y siguen caminando y de cuando en cuando se echan al pasto para contemplar la vida, simplemente eso. Desadaptados sean los que, en lugar de vender, regalaron lo poco que tenían, y se quedaron con un par de libretas y un lápiz sin fin para contar sus historias y pintar el vacío. Desadaptados sean quienes le declararon la guerra al dinero, y con sonrisa de pleno en la ruleta le dijeron a un gerente No, señor, no me pague, que yo no tengo precio.
Desadaptados sean aquellos que se colaron a un concierto de Serrat, se subieron al escenario y cantaron con él Entre esos tipos y yo hay algo personal. Desadaptados sean quienes tacharon de su vocabulario las palabras producción, explotación, alienación y superávit, y por supuesto, quienes fueron explotados, alienados y producidos para crear el superávit. Desadaptados sean los que tomaron café sobre un mantel que olía a pólvora y los poetas que escribían sobre pólvora. Desadaptados sean el muchacho que dijo llamarse Nicolás Escobar y me envió una carta desde muy lejos para pedirme que le dedicara un texto, el texto de Querido y remoto muchacho de Ernesto Sábato y todos los héroes y todas las tumbas de todos sus libros.
Desadaptada seas tú, que me hablaste de los militantes del sistema, del ruido del sistema, y de los periodistas y los poetas del sistema, y me recordaste a aquellos poetas y periodistas que buscaban cambiar el mundo con sus palabras, aunque supieran que jamás lo iban a lograr. Desadaptada sea ella, que me recordó las pausas, y que una pausa puede ser una manera de resistir, y muchas pausas, el principio de una revolución. Desadaptados sean Bartleby y todos aquellos que como él respondieron a una orden Preferiría no tener que hacerlo, y me convencieron de que una frase, una sola frase, salva una vida. Desadaptados sean los vencidos, los ignorados, los humillados y ofendidos, Dostoievski, Kafka y Martí.
Desadaptado sea el insomne que caminaba con un libro a la madrugada porque a la luz de un farol las palabras eran más cuchillos, más heridas y más sangrantes, y desadaptado haya sido aquel que se lo robó y escribió estas líneas.
Desadaptados sean quienes no lograron acomodarse entre tanta mezquindad y tanto falso profeta que anunciaba el reino de la felicidad a punta de vender alegrías y fiestas. Desadaptados sean aquellos que en lugar de sonrisas de ocasión se mordieron los labios y caminaron y siguen caminando y de cuando en cuando se echan al pasto para contemplar la vida, simplemente eso. Desadaptados sean los que, en lugar de vender, regalaron lo poco que tenían, y se quedaron con un par de libretas y un lápiz sin fin para contar sus historias y pintar el vacío. Desadaptados sean quienes le declararon la guerra al dinero, y con sonrisa de pleno en la ruleta le dijeron a un gerente No, señor, no me pague, que yo no tengo precio.
Desadaptados sean aquellos que se colaron a un concierto de Serrat, se subieron al escenario y cantaron con él Entre esos tipos y yo hay algo personal. Desadaptados sean quienes tacharon de su vocabulario las palabras producción, explotación, alienación y superávit, y por supuesto, quienes fueron explotados, alienados y producidos para crear el superávit. Desadaptados sean los que tomaron café sobre un mantel que olía a pólvora y los poetas que escribían sobre pólvora. Desadaptados sean el muchacho que dijo llamarse Nicolás Escobar y me envió una carta desde muy lejos para pedirme que le dedicara un texto, el texto de Querido y remoto muchacho de Ernesto Sábato y todos los héroes y todas las tumbas de todos sus libros.
Desadaptada seas tú, que me hablaste de los militantes del sistema, del ruido del sistema, y de los periodistas y los poetas del sistema, y me recordaste a aquellos poetas y periodistas que buscaban cambiar el mundo con sus palabras, aunque supieran que jamás lo iban a lograr. Desadaptada sea ella, que me recordó las pausas, y que una pausa puede ser una manera de resistir, y muchas pausas, el principio de una revolución. Desadaptados sean Bartleby y todos aquellos que como él respondieron a una orden Preferiría no tener que hacerlo, y me convencieron de que una frase, una sola frase, salva una vida. Desadaptados sean los vencidos, los ignorados, los humillados y ofendidos, Dostoievski, Kafka y Martí.
Desadaptado sea el insomne que caminaba con un libro a la madrugada porque a la luz de un farol las palabras eran más cuchillos, más heridas y más sangrantes, y desadaptado haya sido aquel que se lo robó y escribió estas líneas.