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El 24 de enero de 1848, los dirigentes ingleses de la Liga Comunista le enviaron un ultimátum a Karl Marx a Bruselas para que entregara el texto de “El manifiesto comunista”, como lo habían acordado en la más reciente sesión. El telegrama decía que en caso de que “el ciudadano Marx” no cumpliera su tarea, el Comité Central le exigiría la inmediata devolución de los documentos que le había entregado. El “ciudadano Marx” prefería trabajar contra el tiempo, en las noches, con algo de whisky y mucho de tabaco. Uno de sus biógrafos, Francis Wheen, escribió que la advertencia había “obrado el milagro”, y añadió que aunque “todas las modernas ediciones del ‘Manifiesto’ llevan los nombres de Marx y Engels -e indudablemente las ideas de Engels tuvieron su influencia-, el texto que finalmente llegó a Londres a principios de febrero había sido escrito exclusivamente por Karl Marx, en su estudio de la Rue d’Orléans 42″.
Por aquellos tiempos, Marx vivía en Bruselas, luego de que François Guizot, presidente del gobierno francés, lo hubiera expulsado de París. Algunos de sus conocidos dirían con los años que era un líder que no desperdiciaba palabras, y que “no tenía nada de soñador”, como lo expresó Friedrich Lessner en sus memorias publicadas en 1893, “Recuerdos de un obrero sobre Carlos Marx”, donde contó que entre otros asuntos, él había sido el encargado de llevar los manuscritos del “Manifiesto” a la imprenta para que se imprimiera la primera edición en alemán, a finales de febrero de 1848, y había recogido las pruebas para llevárselas a quien debía corregirlas, Karl Schapper. “Estábamos borrachos de entusiasmo”, dijo entonces. En la primera versión inglesa, publicada en 1850 por el periódico “Red Republican”, el libro se iniciaba con una frase que tenía la “fuerza de un rayo”, en palabras de Wheen: “Un temible duende recorre Europa”.
Sin embargo, cuando salieron a la calle las primeras ediciones en alemán e inglés, “el duende” ya había incendiado Francia, había obligado al rey Luis Felipe a abdicar de su trono, y amenazaba con seguir por Alemania, e incluso, con llegar a Inglaterra y prenderle fuego. Allí, en 1888, Samuel Moore tradujo el “Manifiesto” en una edición que sería “oficializada” por más de un siglo. La frase inicial pasó a ser “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Por aquellos años, “El Manifiesto” era considerado como un panfleto revolucionario cuyas premisas se extinguirían en unos cuantos meses, pero las afirmaciones de Marx y de Engels sobrevivieron, y con ellas, la burguesía, que continuó produciendo sus propios sepultureros y revolucionando sus instrumentos de producción, y el proletariado, que siguió dependiendo de los burgueses, del capital, de los políticos, de la iglesia, e incluso, de sus propios sueños.