Uno vive momentos de libertad, y tal vez ni se da cuenta de lo libre que puede llegar a ser en un solo segundo por estar siempre a la espera de la gran libertad y por creer que hay una Libertad, así, en mayúsculas y como absoluto, una Libertad determinada y dada por algún ser o estamento omnisciente y omnipresente y suprapoderoso, cuando en realidad la vida es una constante sucesión de libertades, de pequeñas y medianas libertades. Uno habla de libertad, recita poemas sobre la libertad, “para la libertad, sangro, lucho, pervivo”, como escribió Miguel Hernández, y pide y exige libertad, sin detenerse a pensar que quizá una gran parte de la libertad que tanto añoramos sea simplemente estar en busca de ella, ser consciente de que en ese buscar hay libertad, y de que no hay una libertad, sino decenas de miles libertades por cada quien.
Uno es libre en el pensamiento, en la imaginación, en esos mundos que sólo son nuestros, a veces inconfesables, por momentos, mágicos, delirantes, y la mayoría de las veces, únicos, fieles representaciones de lo que somos en el fondo, de lo que en realidad somos y nadie más que nosotros conoce, y uno es libre también en la contemplación, en la posibilidad de dejarse llevar por la nada e ir más allá de la nada y encontrar allí una especie de vacío y posiblemente comprobar que no era tan terrible como nos lo habían pintado y descrito. Uno es libre cuando comienza a luchar por abstraerse del aplauso y la sonrisa fácil y la aprobación de los demás y las cadenas de los activismos y las modas y del amor, y canta bajo la lluvia o a pleno sol y desafina a su antojo, y chapotea en los charcos solo para asombrarse por las cantidades de agua que salpican a su alrededor.
Y es libre cuando intenta crear un cuento, o un poema o una canción, una pintura o una escultura y se olvida de la palabra éxito y todos sus derivados. Y uno es libre, sobre todo, mientras está en ese proceso de creación, palabra tras palabra, “verso a verso”, como decía Antonio Machado, nota tras nota, trazo a trazo y forma tras forma, y más que con las opiniones de los demás, o con sus críticas, ofensas y veleidades, se enfrenta con su obra y hace de esa obra un fin, no un medio, porque como fin, la obra es lo importante, lo valioso, lo que va a permanecer por los años de los años, más allá de nosotros, y mucho más allá de nuestra sociedad y sus grilletes.
Uno vive momentos de libertad, y tal vez ni se da cuenta de lo libre que puede llegar a ser en un solo segundo por estar siempre a la espera de la gran libertad y por creer que hay una Libertad, así, en mayúsculas y como absoluto, una Libertad determinada y dada por algún ser o estamento omnisciente y omnipresente y suprapoderoso, cuando en realidad la vida es una constante sucesión de libertades, de pequeñas y medianas libertades. Uno habla de libertad, recita poemas sobre la libertad, “para la libertad, sangro, lucho, pervivo”, como escribió Miguel Hernández, y pide y exige libertad, sin detenerse a pensar que quizá una gran parte de la libertad que tanto añoramos sea simplemente estar en busca de ella, ser consciente de que en ese buscar hay libertad, y de que no hay una libertad, sino decenas de miles libertades por cada quien.
Uno es libre en el pensamiento, en la imaginación, en esos mundos que sólo son nuestros, a veces inconfesables, por momentos, mágicos, delirantes, y la mayoría de las veces, únicos, fieles representaciones de lo que somos en el fondo, de lo que en realidad somos y nadie más que nosotros conoce, y uno es libre también en la contemplación, en la posibilidad de dejarse llevar por la nada e ir más allá de la nada y encontrar allí una especie de vacío y posiblemente comprobar que no era tan terrible como nos lo habían pintado y descrito. Uno es libre cuando comienza a luchar por abstraerse del aplauso y la sonrisa fácil y la aprobación de los demás y las cadenas de los activismos y las modas y del amor, y canta bajo la lluvia o a pleno sol y desafina a su antojo, y chapotea en los charcos solo para asombrarse por las cantidades de agua que salpican a su alrededor.
Y es libre cuando intenta crear un cuento, o un poema o una canción, una pintura o una escultura y se olvida de la palabra éxito y todos sus derivados. Y uno es libre, sobre todo, mientras está en ese proceso de creación, palabra tras palabra, “verso a verso”, como decía Antonio Machado, nota tras nota, trazo a trazo y forma tras forma, y más que con las opiniones de los demás, o con sus críticas, ofensas y veleidades, se enfrenta con su obra y hace de esa obra un fin, no un medio, porque como fin, la obra es lo importante, lo valioso, lo que va a permanecer por los años de los años, más allá de nosotros, y mucho más allá de nuestra sociedad y sus grilletes.