Mientras escribo, y porque escribo, voy poniendo palabras que me llevan a otras palabras y a giros e historias que en un principio no había pensado. Y me pierdo y me encuentro en ellas. Por ellas. Y luego concluyo que escribir, de una u otra manera, es como un largo y profundo juego en el que las palabras son como las fichas que uno elige o que puede elegir casi al azar, y las hojas son como los viejos tableros de ajedrez, repletos de posibilidades, y también de muescas de otros tiempos y de vestigios, que es como decir, de historias. Mientras escribo, y para escribir, escojo palabras que den cuenta de quién soy y quién querría ser, palabras que sean una especie de testimonio de vida, sin que importen demasiado la voz de los otros y sus críticas, porque en últimas, cada vez me convenzo más de que uno debería escribir para la escritura.
Mientras escribo, y de tanto escribir, lucho por quitarles algo de gravedad a la escritura, a los escritores, a los académicos y a eso que hemos llamado literatura, para que las páginas en blanco no sean una carga, una pesadilla, esa especie de condena que nos acecha desde las sombras cuando no encontramos las palabras que necesitamos y creemos que los dioses de la escritura nos van a despedazar, y celebro si por esa lucha surge algo de lo más auténtico de nosotros. Mientras escribo, leo y releo para que los libros difíciles dejen de serlo y para convencerme de que no tengo que entenderlos todos, de la primera a la última página, y que una frase, una sola frase que logre aprehender de ese libro tan, pero tan difícil, tan, pero tan denso, ya valió por el libro y por todo lo que no entendí. Mientras escribo, prefiero jugar, a ir pretendiendo inmortalidades, que de cualquier forma jamás voy a constatar.
Mientras escribo, busco un mundo nuevo, y personajes y tramas y razones, e intento y cambio y borro y vuelvo a comenzar, y en ese tratar y cambiar y borrar, descubro el porqué del porqué de un algo o de un alguien, y me doy cuenta, una vez más me doy cuenta de que ese descubrimiento jamás lo hubiera logrado si no hubiese sido por la escritura, y eso ya es mucho, por no decir que es todo. Mientras escribo, escarbo en mí y en los demás, y procuro eliminar cualquier tipo de obstáculo que nos impida encontrar nuestra más diáfana sinceridad, y entiendo, sí, que la sinceridad es mucho más un asunto de voluntad que de sentimientos o sensaciones, y también que esa sinceridad, sin los pequeños engaños de los amores, los odios o los resentimientos, es la mayor muestra posible de solidaridad que podemos tener y esperar.
Mientras escribo, y porque escribo, voy poniendo palabras que me llevan a otras palabras y a giros e historias que en un principio no había pensado. Y me pierdo y me encuentro en ellas. Por ellas. Y luego concluyo que escribir, de una u otra manera, es como un largo y profundo juego en el que las palabras son como las fichas que uno elige o que puede elegir casi al azar, y las hojas son como los viejos tableros de ajedrez, repletos de posibilidades, y también de muescas de otros tiempos y de vestigios, que es como decir, de historias. Mientras escribo, y para escribir, escojo palabras que den cuenta de quién soy y quién querría ser, palabras que sean una especie de testimonio de vida, sin que importen demasiado la voz de los otros y sus críticas, porque en últimas, cada vez me convenzo más de que uno debería escribir para la escritura.
Mientras escribo, y de tanto escribir, lucho por quitarles algo de gravedad a la escritura, a los escritores, a los académicos y a eso que hemos llamado literatura, para que las páginas en blanco no sean una carga, una pesadilla, esa especie de condena que nos acecha desde las sombras cuando no encontramos las palabras que necesitamos y creemos que los dioses de la escritura nos van a despedazar, y celebro si por esa lucha surge algo de lo más auténtico de nosotros. Mientras escribo, leo y releo para que los libros difíciles dejen de serlo y para convencerme de que no tengo que entenderlos todos, de la primera a la última página, y que una frase, una sola frase que logre aprehender de ese libro tan, pero tan difícil, tan, pero tan denso, ya valió por el libro y por todo lo que no entendí. Mientras escribo, prefiero jugar, a ir pretendiendo inmortalidades, que de cualquier forma jamás voy a constatar.
Mientras escribo, busco un mundo nuevo, y personajes y tramas y razones, e intento y cambio y borro y vuelvo a comenzar, y en ese tratar y cambiar y borrar, descubro el porqué del porqué de un algo o de un alguien, y me doy cuenta, una vez más me doy cuenta de que ese descubrimiento jamás lo hubiera logrado si no hubiese sido por la escritura, y eso ya es mucho, por no decir que es todo. Mientras escribo, escarbo en mí y en los demás, y procuro eliminar cualquier tipo de obstáculo que nos impida encontrar nuestra más diáfana sinceridad, y entiendo, sí, que la sinceridad es mucho más un asunto de voluntad que de sentimientos o sensaciones, y también que esa sinceridad, sin los pequeños engaños de los amores, los odios o los resentimientos, es la mayor muestra posible de solidaridad que podemos tener y esperar.